Se me revuelve el estómago cada vez que recuerdo al enfermo que me faltó el respeto en el centro de San José una tarde de octubre. Irónicamente, el hecho ocurrió al costado de la Plaza de las Garantías Sociales.
Un taxista bajó el vidrio de su ventana y procedió a observarme como si fuera un pedazo de carne, como si desfilara para él, como si fuera su propiedad y como si tuviera derecho sobre mí, sobre una mujer desconocida que caminaba tranquilamente por la capital.
Como si la falta de respeto no fuera suficiente, vociferó una seguidilla de improperios, vulgaridades y faltas de respeto – que seguramente le parecieron piropos ingeniosos: me contó lo que me quería hacer, me contó cómo lo haría y me detalló lo que opinaba de mi aspecto físico.
Invadida por la cólera, le dije que lo que me decía me daba asco y le pedí que se callara, que me respetara... El taxista se bajó del auto mientras continuaba con sus cánticos de ofensas, para demostrarme que no lo iba a poder callar, que él no iba a parar... Me llené de miedo, pero sabía que debía documentar lo que me estaba pasando. ¡Yo venía de escribir una nota sobre el acoso callejero para el sitio web de Perfil! ¡Era el colmo! No lo documenté solo por mí, lo documenté por todas las mujeres y por todos los hombres que alguna vez han sido acosados, lo documenté por Gerardo Cruz, lo documenté porque este es el momento de hacer un cambio en nuestra sociedad. Esto nunca fue un tema de mujeres, es violencia.