Durante los últimos años, he mantenido un intenso intercambio de cartas con el Papa Juan Pablo II tras nuestro encuentro en el Vaticano, en diciembre de 1989. Existió entre entre nosotros un profundo sentimiento de simpatía y de comprensión que, por lo demás, nos testimoniamos mutuamente en cada mensaje. Creo que puedo decir que existió en nosotros la voluntad de llevar adelante y de completar algo que habíamos creado juntos. No es fácil describir el tipo de comprensión que se creó entre el Papa y yo, porque existe un aspecto yo diría que instintivo, o intuitivo, ciertamente personal, que tiene una enorme importancia. Simplificando mucho, podría decir que, al estar cerca de él, me di cuenta, y he comprendido, del papel del Papa en la creación de eso que se ha llamado en llamar "el nuevo pensamiento político". No tengo la menor dificultad en admitir y reconocer que, en sus discursos, había muchas ideas con las que yo estaba de acuerdo, lo que confirma nuestra sintonía, la cercanía de la que acabo de hablar.
Aquellas ideas suyas eran muy parecidas a las nuestras. Siempre he apreciado en el pensamiento de este Papa, sobre todo, su contenido y su capacidad espiritual, su esfuerzo por contribuir al desarrollo y crecimiento de una nueva civilización en el mundo.
Además de eso, Juan Pablo II fue, a la vez que el Papa de Roma, un eslavo, y este hecho facilitó seguramente nuestro recíproco entendimiento. Podemos decir que todo lo que ah ocurrido en Europa oriental no habría sucedido sin la presencia de este Papa, si el gran papel-también político-que ha sabido jugar en la escena mundial. Más allá de lo que nosotros hayamos podido hacer en mi país, yo sigo convencido de la trascendental importancia de este Papa en estos años.
Ya he subrayado sus altas cualidades espirituales; debo ahora añadir que nuestro encuentro en Roma me causó un enorme impacto también desde el punto de vista humano.
En pocas palabras: estamos ante una excepcional personalidad, pues de este hombre emana una energía que hace sentir una honda sensación de confianza hacia él.
cuando en la Historia de Europa se ha producido un viraje produndísimo, Juan Pablo II ha jugado un papel decisivo. Nos encontramos en un momento muy delicado de transición, en el que el hombre, la persona tiene y debe tener un peso determinante. Y todo lo que sirva para reforzar la conciencia del hombre, su espíritu, es más importante que nunca
Mijail Gorbachov