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Diario de una puritana


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Capítulo I: Espiando a Mafe​

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El día que pude ver en alta definición el agua bajando por su espalda hacia su ancho culo, que pude apreciar sus casi inexistentes senos cubiertos por la espuma que hace el jabón, que pude observar sus blancas piernas en su verdadera dimensión; ese día fui realmente feliz.

No sé cómo me atreví a espiar y a grabar a Mafe, pero fue tal la obsesión que me generó, que me fue inevitable. Aún conservo ese video como un tesoro invaluable, como una pieza maestra de mi admiración por la belleza de Mafe.

Y esa fue solo la primera vez que podía apreciar su humanidad en casi todo su esplendor, luego logré hacerlo en primera fila, y cada vez fue sencillamente maravilloso, pero antes de dar esos detalles, me siento en la obligación de contar quién es Mafe y por qué es tan especial.

Mafe y yo nos conocimos en nuestro lugar de trabajo, que en ese entonces era una multinacional dedicada al procesamiento de alimentos; producción, distribución y venta de galletas, embutidos, café, chocolate, etcétera.

Ambos nos desempeñábamos como asesores comerciales, es decir como vendedores. Para ese momento, para el de conocernos, yo tenía unos 25 años y Mafe 24. En un comienzo no nos íbamos a llevar bien, la verdad no sé por qué, pues yo puse mi empeño para tener una buena relación, ya que por motivos de trabajo era más que necesario, pero no fue así. Sencillamente no fui del agrado de Mafe, y un par de choques tuvimos en esos primeros días de convivencia laboral.

Pero ese clima de tensión entre nosotros cambió radicalmente con una salida en grupo con los demás compañeros de trabajo, en la que obviamente el licor iba a jugar un papel determinante para cambiar la apreciación que tenía el uno sobre el otro.

El cambio fue total. Mafe y yo nos convertimos en grandes amigos, ella empezó a confiarme sus pensamientos, sus dramas, sus vivencias, y su diario acontecer.

Ganarme su confianza y su amistad me permitió además conocer sus debilidades y sus complejos. Uno de ellos era su peso, o más propiamente dicho su figura, pues ella se percibía a sí misma como una mujer obesa. Y si bien tenía uno que otro kilo de más, la realidad es que estaba muy lejos de ser eso, una gorda sobredimensionada. Pero muchas veces los problemas de autoestima y percepción propia nos juegan malas pasadas.

Es verdad que era una chica gruesa, pero en mi parecer, no cruzaba ese delgado límite entre una chica maciza, generosa de carnes, y una obesa matoneada por las mayorías.

Mafe tenía unas piernas carnosas, muy bien contorneadas, quizá su mayor defecto era su extrema palidez, para los que consideran que eso puede ser un defecto; para mí eran sencillamente perfectas. Consideraba un lujo de primer nivel verlas cuando Mafe decidía usar faldas. Me resultaba hasta dañino, pues más de una vez tuve que buscar la forma de disimular la erección que me provocaba ver esas monumentales piernas.

Quizá eran su mejor atributo, aunque su culo no era para nada despreciable, pues igualmente era ancho, macizo, pero no alcanzaba la perfección por su forma, pues no tenía esa curvatura que caracteriza a un culo de anuncio. Sus caderas, en concordancia con su cuerpo, eran anchas, carnosas; era toda una fantasía soñar tenerlas entre las manos, y todo un lujo verlas moverse cuando Mafe caminaba.

Su abdomen estaba lejos de estar tonificado, era realmente flácido, pero a la vez estaba lejos de ser una horrorosa panza, que más o menos así era como lo percibía ella. Es innegable que algún exceso de carne tendría, pero nada fuera de lo normal, de hecho podría decirse que tenía una sensual pancita. Sus senos eran prácticamente inexistentes, resaltaban lo suficiente como para diferenciarlos del pecho de un hombre, pero evidentemente no eran su mayor atributo.

Y si bien sus piernas eran un espectáculo a la vista, lo mejor de Mafe era su rostro. Igual de pálido que sus piernas y el resto de su cuerpo, pero tallado por los mismos dioses; con unas facciones supremamente finas; un labio inferior carnoso y un superior de tamaño medio, que además lucían habitualmente muy sensuales por la forma como Mafe se maquillaba, teniendo casi siempre un encendido color rosa. Su nariz igualmente era finita, sin irregularidades o curvaturas indeseadas. Sus ojos, de un café claro, eran de un tamaño medio, aunque ciertamente alargados. Lo que seguramente los hacía parecer más bellos era el largo de sus pestañas, que le daban un cierto toque de misticismo y sensualidad a su mirada. El rostro de Mafe en su conjunto era simplemente elegante, y si a eso se le suma su blanca y casi perfecta sonrisa, estamos hablando de un arma de seducción en todo el sentido de la palabra.

Su cabello era largo, liso y rubio oscuro, si es que esa tonalidad existe, diría más bien que era de un hermoso color dorado, que cortaba a la perfección con su blanco y delicado rostro. En ocasiones adornado por una diadema, pero generalmente suelto, limpio y bien cuidado.

A toda esta halagüeña descripción he de sumar su forma de vestir, que era recatada y elegante, sin dejar de lado la sensualidad, pero priorizando lucir como una mujer sofisticada, lo que en mi generaba un mayor morbo a la hora de fantasear con ella.

Ganarme su confianza fue mi primer gran triunfo, pues como dije antes esto me permitió conocer sus anhelos, sus temores, sus deseos, sus debilidades, en general su forma de ser.

Entendí que por ese entonces ella tenía un gran complejo con su peso, y a mi favor jugaba que yo estaba en una estupenda forma física. Llevaba años entrenando y los resultados saltaban a la vista. Había llenado mi casa de equipos e indumentaria de gimnasio: barras, discos, banca (para press de banca, entre otros), mancuernas, máquinas (caminadora, elíptica). Y llevaba años cumpliendo con un disciplinado entrenamiento, que quizá fui reduciendo con el paso de los años, pero sin llegar a abandonarlo.

Ella sabía de mi constancia y necesidad por mantenerme en forma, no solo por lo que podía apreciar con sus ojos, sino porque ocasionalmente charlábamos sobre ello, a tal punto que le ofrecí mi ayuda, asesoramiento y entrenamiento para superar sus complejos. Ella rechazó mi ofrecimiento en un par de ocasiones, pero llegó a un punto su obsesión que no le quedó más opción que aceptar, pues el entrenamiento clásico en un gimnasio siempre la había superado, siempre había terminado abandonando.

Yo le di la clásica charla sobre la importancia de la alimentación, advirtiéndole que el 80% del éxito estaba en este aspecto mientras que el 20% restante en el entrenamiento físico. También le insistí una y otra vez que lo complejo era resistir por los menos tres entrenamientos de un grupo muscular, luego el cuerpo se iría adaptando. Pero en lo que más hice énfasis fue en motivarla, pues realmente la consideraba mi amiga, verdaderamente quería entrenarla.

Y la recompensa fue mucho mayor cuando empezaron los entrenamientos y la vi por primera vez en su ropa de hacer ejercicio. Ver esas piernas forradas en esa licra (mallas, calzas, leggins) fue un verdadero premio. Verla en ese atuendo me dio la oportunidad de dimensionar sus piernas, sus nalgas, sus caderas, su vulva, en fin, todo su cuerpo, de una forma en que no había podido hacerlo nunca antes. La otra parte de su atuendo era un top, relativamente grande, pues para ser un top cubría una gran parte de su pecho, pero dejando al descubierto en gran medida su abdomen, su cintura, su espalda y parte de sus hombros.

Ella vivía relativamente cerca a mi casa, así que el plan era salir del trabajo e ir de inmediato a mi casa para entrenar.

En esa primera jornada de entrenamiento tuve grandes dificultades, pues verla así vestida me alteró; la erección fue inevitable e incontenible, por lo que antes de empezar el entrenamiento tuve que encerrarme en el baño y echarme un poco de agua fría para calmarme.

Era una necesidad aquello de calmarme, estaba seguro que de quedar en evidencia con Mafe, iban a terminar antes de empezar los entrenamientos y seguramente me ganaría una fama de depravado al interior de la empresa. Además debo advertir que Mafe era una chica muy devota y muy beata, por lo que muy probablemente vería con malos ojos una situación así. Aunque el paso de los días me iba a hacer saber lo equivocado que estaba.

Siempre he repartido mis entrenamientos en cuatro días principales, dedicando cada uno de ellos a trabajar determinados grupos musculares. En esa época consideraba indispensable dedicar los lunes al entrenamiento de piernas, en primera medida porque es el entrenamiento más complejo, y terminarlo de primeras te llena de confianza para hacer las demás rutinas con cierta holgura. También porque consideraba pertinente que el entrenamiento de las piernas estuviera lejano al fin de semana, ya que en el fin de semana puedes ir a bailar, ir a jugar fútbol con amigos o echar un polvo ocasional, y para ninguna de esas actividades era conveniente estar con agujetas. Pero empezar a entrenar a Mafe con una rutina de piernas seguramente la iba a espantar, por lo que decidí cambiar el orden que daba a mis entrenamientos.

Opté entonces por organizar un esquema de entrenamientos en el que los lunes trabajaba bíceps y tríceps, los martes hombros y espalda, los miércoles pecho, y los jueves piernas. El abdomen lo entrenaba todos los días, y el ejercicio cardiovascular, a pesar de que siempre me dio mucha pereza, también tenía asignada media hora al día.

Así que en esa ocasión empezamos con un entrenamiento de bíceps, tríceps y abdomen. Sabía que no iba a costarle mucho trabajo, y de paso la llenaría de confianza.

Para el que fue muy difícil fue para mí, que encontré gran dificultad para concentrarme en evitar excitarme al ver las carnes de Mafe sacudiéndose con el entrenamiento. No sé por qué el hecho de verla sudar también me calentaba, pero así era, así que pasé más de una angustia ese día para disimular lo mucho que me ponía esa situación. Sin embargo siento que sorteé muy bien las dificultades, pues Mafe jamás notó lo que estaba provocando en mí.

Cuando terminamos la rutina, Mafe estaba empapada en sudor, por lo que le ofrecí gentilmente darse una ducha antes de irse a su casa. Ella accedió porque se sentía incómoda por el sudor que había cubierto su cuerpo. Así que busqué una toalla, se la entregué y la vi entrar y cerrar el baño.

Rápidamente corrí a buscar un pequeño espejo, tenía como plan meter la mitad de este por debajo de la puerta, de modo que pudiera observar al interior del baño. El espejo lo encontré increíblemente rápido, pues pensé que no tenía ninguno en mi casa. Lastimosamente para mí, el vapor cubrió el cristal de la puerta de la ducha, por lo que no pude ver con mucha claridad. Apenas observé la delicada y blanca silueta de Mafe, pero poco y nada de los detalles que aspiraba a ver.

Me decepcioné un poco al ver fallido mi plan, pero sabía que tendría revancha, pues Mafe iba a seguir viniendo por lo menos esa semana. Sabía que debía motivarla para que ese periodo se extendiera, para tenerla entrenando en mí casa por más tiempo. También sabía que el plan del espejo había fallado, por lo que debía encontrar una mejor herramienta.

Mafe salió del baño, vistiendo ya su atuendo habitual, con su cabello completamente mojado y sobre uno de sus hombros, su cara sin gota de maquillaje, y su sonrisa reluciente por sentirse renovada luego de un refrescante baño. Se despidió entusiasmada por haber soportado el primer entrenamiento y partió a su casa.

Una vez que se despidió y cerró la puerta, corrí a la PC para buscar una cámara espía en cuanta plataforma de ventas en línea existe. Me sorprendí al ver la gran variedad de diseños y alternativas que hay: bombillos, relojes, esferos, botellas, llaveros, botones, gafas, tornillos; en fin, existe un largo listado de objetos a la venta cuya finalidad es el espionaje. Me incliné por el bombillo, ya que me parecía disimulado e incuestionable, al fin y al cabo, ¿Quién se detiene a detallar un bombillo? ¿Quién puede sospechar que un bombillo graba videos?

Ahora mi gran lucha era contra la ansiedad, pues debía esperar un día o dos para que llegara mi nuevo juguete. Me mentalicé, supe que era muy probable que el martes no lo tuviera conmigo, probablemente el miércoles sí, y casi de seguro lo tendría el jueves; pero solo me quedaba esperar, darle tiempo al tiempo.

El martes transcurrió sin mayor novedad. El trabajo fue tan rutinario como siempre, y la recompensa al final del día fue generosa al ver a Mafe con otro atuendo de entrenamiento, no muy diferente al del día anterior, pues apenas variaba en sus colores. La cámara no llegó ese día, por lo que mi resignación fue total.

Sin embargo, el miércoles iba a llegar con doble premio. El primero de ellos fue la llegada de la cámara, hecho que ocurrió al mediodía y que me tuvo tomando más de un baño a esa hora con el ánimo de probar mi nueva adquisición: ángulo, luz, calidad del video, puntos ciegos, en fin, todo lo que debía tener en cuenta para ejecutar mi magistral plan.

El otro premio iba a llegar a la hora del entrenamiento, se trataba de un nuevo atuendo de Mafe. Esta vez llevaba puesta una faldita negra, lo suficientemente corta para asegurarle comodidad a la hora de ejercitarse y para proporcionarme una vista casi que inmejorable. La parte de arriba del atuendo era un top, igualmente negro y no muy diferente al de los días anteriores.

Ese día sí que sufrí conteniendo mis instintos, pues era casi que inevitable observar, así fuera de reojo, sus hermosas piernas. De todas formas debía lograrlo, no podía echar mis esfuerzos por la borda, tenía que seguir ganándome su confianza.

El entrenamiento fue lo suficientemente fuerte como para obligarla por tercer día consecutivo a tomar una ducha en mi casa. Ella decía sentirse apenada, incluso llegando a ofrecerme dinero para cubrir el gasto adicional en mi recibo del agua, pero yo siempre busqué tranquilizarla pidiéndole obviar cosas como esa.

Fue ese día cuando al fin pude ver en alta definición el agua bajando por su espalda hacia su ancho culo, que pude apreciar sus casi inexistentes senos cubiertos por la espuma que hace el jabón, que pude observar sus blancas piernas en su verdadera dimensión; ese día fui realmente feliz.

No sé cómo me atreví a espiar y a grabar a Mafe, pero fue tal la obsesión que me generó, que me fue inevitable. Aún conservo ese video como un tesoro invaluable, como una pieza maestra de mi admiración por su belleza. He de reconocer que en más de una ocasión ha sido motivo de inspiración para una paja, pero no esa noche, pues desde que hago ejercicio, he tenido como regla evitar la masturbación en los días de entrenamiento con peso, sencillamente porque el orgasmo consume una gran dosis de energía, y al día siguiente va a ser más difícil completar la rutina de ejercicios.

Lo que si hice esa noche fue revisar el material, soportando la gran tentación que me generó. No voy a negar que me fue muy difícil pasar las horas y conciliar el sueño teniendo ese video en mi poder, pero como dije antes, no me permitía orgasmos en días de entrenamiento.​

Capítulo II: Confesiones de una puritana

Para mí fortuna, esa actitud iba a verse recompensada, pues fue ese el inicio del gran propósito de follar con Mafe. La motivación estaba creada, ya solo hacía falta encontrar el momento y quizá el escenario ideal para atacar...

Pd: Recuerden que pueden encontrar la continuación de este relato, y otros más de mi autoría en mi blog: https://relatoscalientesyalgomas.************SPAM/BANNEAR************/



 

Capítulo II: Confesiones de una puritana




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Para mí fortuna, esa actitud iba a verse recompensada, pues fue ese el inicio del gran propósito de follar con Mafe. La motivación estaba creada, ya solo hacía falta encontrar el momento y quizá el escenario ideal para atacar.

El momento iba a ser al día siguiente, no porque estuviera listo, o tuviese preparado un plan, o fuese el momento oportuno; lo hice porque me ganó la ansiedad y me dejé llevar.

Fue durante la sesión de entrenamiento. Ese día correspondía la rutina de piernas, que posiblemente es la que más interesa a las mujeres, pero es la de más sacrificio y quizá la de más cuidado.

Para mi desgracia, ese jueves Mafe no usó su atuendo de la falda negra, sino una de las licras que había usado en días anteriores. De todas formas, para mí, cualquier prenda que usará la iba a hacer ver deseable.

Ese día arrancamos la rutina con sentadillas de peso libre, que para el que no las conozca, aclaro que son sentadillas comunes y corrientes pero con un peso adicional. Como yo tenía una barra y discos, ese iba a ser el peso adicional. Para el caso de Mafe, que hasta ahora empezaba a entrenarse, el ejercicio fue únicamente con la barra.

A esa sesión de entrenamiento le saqué todo el jugo posible, pues cada movimiento requería de mi guía o mi apoyo. De modo que cuando empezamos con las series de sentadillas de peso libre, me situé atrás de Mafe para orientar sus movimientos, indicándole hasta donde tenía que bajar, el grado de apertura de las piernas, y apoyándola a sostener la barra por si llegaba a perder el equilibrio. Para orientarla en la forma correcta de respirar y la tensión que debía mantener en el abdomen, empecé a bajar con ella, aun estando parado a su respaldo, tomando suavemente su abdomen con una de mis manos para indicarle justamente los momentos en que debía tomar y soltar aire.

El rocé fue inevitable al igual que mi erección, que ella evidentemente sintió en sus nalgas, y la cual me llevó a apartarme de ella ciertamente avergonzado. Pero Mafe no me hizo reproche alguno, seguramente entendió la situación como algo involuntario o quizá la ignoró por estar completamente concentrada en el ejercicio, la verdad no lo sé.

Yo, por el contrario, interpreté su ausente reproche como un visto bueno, como un gesto de complacencia. Así que pasados unos segundos volví a acercarme a ella y continué haciendo el ejercicio a la vez que trataba de orientarla.

La erección no había desaparecido, de hecho era cada vez más latente. Para ese momento Mafe ya tenía que tener descartada la hipótesis de que había sido algo involuntario, pues de ser así no tendría por qué seguir restregándole mi pene erecto contra sus nalgas. Posiblemente ella quería evitar el momento incómodo de hacerme el reproche, o como dije antes, quizá su prioridad era completar el ejercicio.

El caso es que yo entendí la situación como un gesto complaciente, asumiendo a la vez que debía dar el siguiente paso. Acerqué mi cara a su cuello y elogié el buen olor que tenía su pelo. Sin dejarla terminar de decir gracias, empecé a besarla por el cuello. Ella se detuvo, paró de hacer sentadillas y permaneció allí de pie, inmóvil, todavía con la barra sobre sus hombros. Inicialmente estiró su cuello, permitiéndome besarla, pero luego me pidió detenerme.

- No puedo hacer esto - dijo ella

- ¿A qué te refieres? ¿Al ejercicio o a dejar que te bese?

- A lo segundo, el ejercicio no está tan difícil…

- Bueno de todas formas deja la barra en el piso, descansa

Ella dejó la barra en el piso y luego me preguntó si podíamos interrumpir el entrenamiento, sentarnos y hablar. Yo accedí, ciertamente temeroso porque entendía que me iba a reprochar por haber excedido su confianza. Le alcancé una toalla para secarse el sudor, le di una botella de agua y abandonamos el cuarto donde entrenábamos. Fuimos a la sala, nos sentamos y ahí empezó su inesperada confesión.

- Mira, tengo que advertirte que no debes hacerte ilusiones conmigo

- ¿Por qué?

- No quiero tener relaciones con nadie

- ¿Puedo saber por qué?

- Sí. Te lo voy a contar, pero quiero que no salga de acá… No te puedo mentir, no soy virgen, pero mi primera experiencia fue tan traumática que me hice la promesa de no tener relaciones hasta que tenga la bendición de Dios, como debe ser… Mi primera vez fue a los 15 años con el novio que tuve en esa época, lastimosamente para mí no fue algo placentero ni memorable, fue algo más bien doloroso y como dije antes, traumático. A esa edad una cree en promesas de amor eterno y puede pecar de ingenua. Yo a este chico le creí, me entregué a él, pero no lo disfruté. Fue un coito corto, no sé, uno o dos minutos, en los cuales jamás sentí placer, solo dolor y quizá algo de asco. Pues una vez que él terminó, me sentía sucia, utilizada, como una vasija para descargar sus tensiones. Eso precipitó el fin de mi relación con ese chico. Lo que siguió fue un largo periodo de rechazo a los hombres, incluso llegando a sentir odio por la mayoría de ellos. Tanto así que en mis primeros años de universidad tuve una compañera que me propuso experimentar con ella. En esa época me sentía desorientada y accedí. Fue completamente diferente a mi primera vez, no hubo apuros, hubo complacencia y amabilidad todo el tiempo por parte de esta chica. Se tomó el tiempo suficiente para hacerme disfrutar y se preocupó porque yo disfrutará del momento. Fue muy cariñosa, muy dulce y muy tierna. Debo confesarte que me gustó, pero fue solo cuestión de horas para que me invadiera el arrepentimiento. Empecé a cuestionarme si era homosexual, si eso está bien visto ante los ojos de Dios. Y fue entonces que decidí no volver a experimentar con ella tampoco. Me propuse no volver a tener relaciones con nadie antes de contar con la bendición de Dios, promesa que he cumplido hasta ahora y que me ha brindado tranquilidad.

- Bueno Mafe, yo no soy quien para juzgarte, ni para decirte lo que debes hacer, o lo que está bien y lo que está mal. Lamento mucho lo traumático de tu primera vez, entiendo que hayas soñado con que fuese un momento perfecto, idílico, pero sé que difícilmente eso se cumple. Es algo sencillamente consecuente con el actuar de esa edad. Estoy seguro de que hay millones de mujeres a las que les ha pasado lo mismo. Luego, sobre tu experiencia lésbica, no tengo mucho por decir, solo que no deberías reprocharte ni condenarte con tanta dureza, experimentar está bien, no te cierres puertas… Mira Mafe, yo no soy creyente, aunque respeto tus creencias, pero si te aconsejo que no las lleves al extremo, no las radicalices, porque eso te va hacer vivir con temor e incertidumbre ¿Quién te asegura que el sexo en el matrimonio va a ser placentero? ¿Qué tal termine siendo tan horroroso como esa primera vez? Deberías abrirte puertas y probar una y otra cosa. No te estoy diciendo que te vuelvas la más promiscua de la ciudad, solo te digo que te des la oportunidad de experimentar.

- Y supongo que tú quieres que experimente contigo

- Jejeje…bueno Mafe, yo no te puedo obligar, pero si noté que estabas disfrutando la situación mientras hacíamos sentadillas. Y para mí sería todo un honor ser el elegido para cambiar tu percepción sobre el sexo y sobre los hombres.

- No te voy a negar que lo estaba disfrutando, pero es que me da un poco de nervios…

- Te propongo que te dejes dar un masaje, que además puede que te alivie del cansancio muscular acumulado de estos días, y durante este decides si te dejas llevar o no. De todas formas, si hago algo que te moleste, solo es necesario que me lo digas para que me detenga o para que no lo vuelva a hacer.

El silencio permaneció en el ambiente por unos cuantos segundos, luego ella accedió, aunque en medio de titubeos y de una actitud bastante temerosa. Le pedí que se acostara boca abajo sobre el sofá en el que estábamos.

Sin tener experiencia alguna dando masajes, me aventuré a recorrer su cuerpo con mis manos. Empecé por sus hombros, ejerciendo algo de presión con mis dedos sobre ellos, a la vez que trataba de hacer que mis movimientos fueran circulares. Lentamente fui bajando por su espalda, ayudándome de las palmas de mis manos, a veces haciendo movimientos de presión, ocasionalmente rozando ligeramente y la mayor parte del tiempo amasando su piel y sus músculos entre mis manos.

Me animé a desabrochar su top, llevándome la grata sorpresa de que no llevaba nada bajo este. Rasqué suavemente sobre la marquilla que dejaba en su piel el broche del top, a lo que recibí un agradecimiento de su parte por mi consideración. Sinceramente no pensé que eso fuera a ser tan sustancial, pero así fue.

Su espalda desnuda y su suave piel emanaban sensualidad. Yo sabía que no había motivo para emocionarme por ver una espalda desnuda, pero la de Mafe tenía cierto atractivo, cierta magia; era tan blanca como el resto de su cuerpo, supremamente suave, decorada por lunares y otro tipo de marcas de nacimiento. Dediqué un buen rato a masajear y acariciar su espalda, pues creo que hasta yo lo estaba disfrutando. Ella exhalaba y suspiraba ocasionalmente, entregando señas del disfrute o por lo menos de relajación gracias a mi masaje.

Pero yo no me iba a quedar toda la noche masajeando su espalda. Estaba ante la oportunidad de cumplir una de mis más grandes fantasías. Sabía que tenía que ser cauteloso, y sobre todo paciente. Aunque creo que a esa altura de la noche lo estaba logrando.

Poco a poco me fui dando la libertad de ir bajando cada vez más por su espalda, hasta concentrarme en masajear la zona de sus lumbares, y aventurarme por primera vez a pasar el límite entre su espalda y sus nalgas. Ella seguía sin oponer resistencia o sin hacer reproche alguno.

Inicialmente, cuando me animé a posar mis manos sobre su culo, lo hice por sobre su ropa, como bien dije antes, no quería precipitarme. Amasé sus nalgas entre mis manos por un buen rato, aunque sin llegar a apretarlas ni estrujarlas, ya que un gesto así podría echar por la borda lo conseguido hasta el momento.

Para disimular un poco, traté de no dedicar tanto tiempo a su culo, por lo menos no tanto como le dediqué a sus hombros y su espalda. Así que prácticamente pasé de largo hacia sus piernas, hacia la cara posterior de sus muslos.

Ella se encontraba supremamente relajada. De no ser por sus suspiros ocasionales, habría pensado que se había dormido.

Sentir sus piernas entre mis manos fue todo un placer. Llevaba meses fantaseando con estas piernas, y ahora, por vueltas del destino, las tenía entre mis manos. Eran macizas, tal y como se podían percibir a simple vista. Estaban algo flácidas, evidenciando la falta de tonificación por la que había buscado mi ayuda, aunque a mí me encantaban así, tal y como las estaba sintiendo en mis manos.

Le pregunté si le dolían, a lo que ella respondió que no. Le advertí que al siguiente día le iban a doler, siendo esta una de las principales causas de abandono en el común de la gente cuando ingresa a un gimnasio. Le ofrecí un gel muscular, que no le iba a evitar el dolor, pero se lo iba a hacer más llevadero.

- Antes de que te lo aplique, quería consultarte ¿Cómo te has sentido?

- Bien, muy relajada y tranquila

- Súper. Yo, por el contrario, estoy sorprendido

- ¿Por qué?

- Porque no comprendo cómo puedes tener complejos con tu cuerpo, eres hermosa, diría perfecta

Ella guardó silencio ante mis cumplidos, apenas giró levemente su rostro y me dejó ver su sonrisa. Yo entendía que iba por buen camino, que a pesar de la lenta ejecución de mi plan estaba dando pasos agigantados hacia el gran objetivo.

Le saqué la licra con cierto grado de dificultad, pues realmente se le ajustaba a su cuerpo. Estaba en medio del delirio, por fin contemplaba sus piernas tal y como eran, de arriba abajo; carnosas, delicadas, completamente depiladas, suaves, blancas. Pero lo que más me emocionó fue que no llevaba nada bajo la licra.

Ese inmejorable panorama pudo haberme hecho perder el control. Era toda una tentación meter mano, pero debía tener cabeza fría para no espantarla. ¡Qué desespero!

El gel muscular era frío, así que cuando empecé a frotarlo sobre sus piernas ella reaccionó con un ligero espasmo. Comencé por sus gemelos, amasándolos entre mis manos, y deslizando mis dedos sobre ellos con la ayuda del gel. Inicié por ahí justamente por lo que ya he explicado una y otra vez, no quería mostrarme ansioso, ni invasivo, quería que ella confiará totalmente en mí.

Fui subiendo poco a poco, encargándome de aplicar gel en todo el contorno de sus piernas, tanto su cara posterior como la parte anterior y los costados. Cuando iba por sus muslos, mi excitación era total, sentía la extrema necesidad de poseerla, pero ya habría tiempo para ello. Poco a poco fui masajeando y acariciando la cara interna de sus muslos, principalmente con mis pulgares, mientras mis palmas y mis otros dedos se posaban por encima de los mismos.

La victoria estaba asegurada, pues sin haber llegado a tocar su vagina, ya podía percibir, a escasos centímetros, el calor que emanaba de ella. Tenía el triunfo en el bolsillo, Mafe estaba tan caliente como yo, quizá más.

Asumiendo que contaba con su entera complacencia, y entendiendo que el calor y la humedad de una vagina no mienten, me aventuré a seguir subiendo hasta realmente palparla entre mis dedos. Era igualmente carnosa, estaba recubierta por una piel igualmente delicada, pero en su contra tenía que estaba sin depilar, o por lo menos así lo percibí, pues soy de los que las prefieren al ras. Aunque no me iba a poner de caprichoso y quejumbroso, estaba consiguiendo el mayor de los premios.

Inicialmente acaricié su vulva con movimientos similares a los que venía ejerciendo durante el masaje, pero poco a poco fueron mutando en caricias superficiales con la palma de mi mano. Luego fueron mis dedos índice y anular los encargados del tocamiento, todavía superficial, pues no quería precipitarme a introducirlos, además, sabía que la clave estaba en encontrar en primera instancia su clítoris, y dado que todavía no pensaba asomarme por allí, tenía que hacerlo mediante el tacto.

Su conchita ardía, aunque ella no expresaba excitación más allá de unos suspiros. Pero cuando por fin sentí su clítoris, esto cambió; sus suspiros pasaron a ser jadeos e incluso gemidos, aunque ella los reprimía, seguramente por timidez o vergüenza, o por lo menos así lo percibí yo.

Su clítoris era de aquellos que tienen una buena porción de piel recubriéndole, por lo que me sentí con mayor libertad de jugar con él entre mis dedos y posteriormente con mi lengua.

Cuando introduje la punta de mis dedos, posé mi otra mano sobre su cuello, para ejercer un masaje complementario. Ella siguió sin hacer reproche alguno, es más, lo único que escuchaba de ella era su fuerte respiración.

No dediqué mucho tiempo a explorar su vagina con mis dedos, no era mi prioridad; entendía que debía pasar rápidamente al sexo oral. No porque fuera mi gran obsesión, sino porque sabía que con mi lengua podría lograr una estimulación diferente y complementaria sobre su clítoris.

Mis dedos salieron recubiertos por sus fluidos, lo que me sirvió como señal para entender que el plato estaba servido y sazonado. Era hora de saborearlo con mi lengua.

Separé sus piernas con mucha delicadeza, y aproveché para arrastrar mis uñas con suavidad por la cara interna de sus muslos, como rascándola pero con mucha sutileza.

Me subí al sofá, me apoyé en mis rodillas y me incliné para incrustar mi cara entre sus piernas. Ante el primer contacto de mi lengua con su vagina, Mafe volvió a realizar una de esas contracciones involuntarias del cuerpo, evidenciando así que todavía sentía algo de temor o de sorpresa por lo que estaba viviendo.

No dediqué mucho tiempo al sexo oral en esa posición, pues solo un par de minutos después le pedí darse la vuelta. Primero porque me estaba perdiendo lo mejor de Mafe, la posibilidad de ver su rostro mientras le brindaba placer. También porque me era más fácil hallar su clítoris teniéndola de frente.

Puse de nuevo mi cara frente a frente con su vagina y procedí a consentirla con mi lengua, ayudado por los dedos de una mano, mientras que mi otra mano sujetaba una de las de Mafe. Ella, por ratos, la apretaba, por ratos aflojaba y por ratos llegaba incluso a clavarme sus uñas.

Sus gemidos se hicieron cada vez más presentes y más dicientes, pues su tonalidad fue en incremento. Su vagina también ponía en evidencia lo bien que la estaba pasando, pues cada vez emanaba más fluidos. Yo estaba concentrando en brindarle un buen sexo oral, aunque a veces miraba de reojo a su rostro, tratando de apreciar sus gestos, y especialmente buscando coincidir con su mirada, lo cual no ocurrió porque ella tenía sus ojos cerrados y su rostro de cara al techo.

El objetivo estaba cumplido, ya no se me podía escapar la gran oportunidad de cumplir la fantasía. Los fluidos que habían recubierto mi barbilla eran señal de eso.

Capítulo III: El redebut de Mafe​


Ella suspendió sus gemidos para reemplazarlos con un constante pedido para que la follara. Era tan puritana que concretamente no me pedía follarla o culearla, sino que me decía “hazme el amor, házmelo”...

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Capítulo III: El redebut de Mafe



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Ella suspendió sus gemidos para reemplazarlos con un constante pedido para que la follara. Era tan puritana que concretamente no me pedía follarla o culearla, sino que me decía “hazme el amor, házmelo…”.

Yo estaba ansioso por cumplir su pedido, pero entendía que había cumplido tan bien mi labor con el sexo oral, que decidí extenderlo por un rato más, al fin y al cabo ya había esperado lo más, no había razón para no esperar lo menos.

Mafe se retorcía del gusto y no dejaba de insistir en el pedido aquel para que la follara.

Me puse de pie y mientras me quitaba la ropa volví a repetirle lo hermosa que era. En cierta medida porque me nacía hacerlo, pero también porque entendía su insaciable apetito de ser elogiada. Ella no contestaba nada, apenas sonreía y me miraba con picardía, directamente a los ojos.

Una vez desnudo y con un condón recubriendo mi pene, volví a subir al sofá, tomé mi pene entre una de mis manos y lo orienté para penetrar a Mafe. Fue un desahogo total, pues llevaba mucho tiempo anhelando poseer ese cuerpo. Ella acompañó ese instante dejando escapar un corto suspiro.

Ese primer instante de penetración fue muy lento, acorde a como venía desarrollándose toda la situación. La humedad de su vagina facilitó las cosas. A pesar del condón, era muy notorio el ardor de su coño, que segundo a segundo veía enterrado un poco más de mi humanidad en él.

La miré directamente al rostro mientras esto ocurría, quería ver sus reacciones, entender cómo debía comportarme con una chica con tanto recelo hacia las relaciones carnales.

Inicialmente ella no gesticuló mucho, ni dio mayores señas de incomodidad o satisfacción. Lo único evidente en ella era su agitada respiración.

No sé si hasta acá ha quedado claro, pero estábamos follando en la clásica posición del misionero, tan criticada por las mayorías, pero tan eficiente para lograr una profunda penetración y tan propicia para apreciar los gestos de tu pareja.

Busqué no incrementar el ritmo de mis movimientos durante los primeros minutos, aunque internamente tenía ganas de llevarlos al extremo, de penetrar con vehemencia a Mafe. Sabía que era indispensable hacerla tener una buena concepción del sexo si quería que se repitiera, y entendía que la agresividad podía jugar en contra de ese propósito, por lo menos en esta primera ocasión.

No quise preguntarle nada, a pesar de que esto habría facilitado un poco las cosas; tenía el deseo de fijarme en su rostro y leerla, entender que sentía, qué le gustaba y qué le desagradaba, pero solo a partir de sus gestos y expresiones.

Ella me puso las cosas muy complicadas al comienzo, pues no expresaba mayor cosa a través de su rostro, pero con el paso de los minutos, el calor de nuestros cuerpos y la adrenalina del momento, esas expresiones empezaron a aparecer. La vi apretando sus dientes en un momento, ocasionalmente abriendo levemente su boca, mirarme fijamente a los ojos, y mayoritariamente sonreír.

Sus manos también fueron despojándose de cualquier rasgo de timidez y desconfianza, pues poco a poco empezó a utilizarlas, ya fuera para acariciar mi espalda, o para enterrarme sus uñas, o simplemente para ayudar a que la penetración fuese más profunda empujando de mi culo.

Yo no quitaba mis ojos de su rostro, era un espectáculo verdaderamente; fijarme en sus labios lujuriosos, ocasionalmente aprisionados por sus dientes; o en sus ojos entrecerrados al momento de dejar escapar un gemido, o sencillamente mirarla a los ojos.

Increíblemente hasta ese momento no la había besado, no había tenido el honor de sentir sus labios juntándose con los míos, o de jugar con mi lengua entre su boca, así que decidí hacerlo de una vez por todas; besarla lentamente, dejarla expresar su emoción por medio de un apasionado beso.

Para mi sorpresa fue ella la que habló durante la relación, fue ella quien se animó a preguntar “¿Te gusta?”. Obviamente le dije que sí, que estaba encantado, pero debo sincerarme y decir que hasta el momento estaba muy lejos de lo esperado, más que todo porque Mafe me había entregado toda la iniciativa, era yo quien hacía todo, mientras que ella se dejaba.

No era el mejor polvo de mi vida, pero debía disfrutarlo, debía sacarme las ganas que le tenía a esta chica.

- ¿Quieres probar otra posición?, le pregunté ya con los brazos un poco temblorosos de tanto tiempo apoyado en ellos.

- Dale. Házmelo en cuatro, se me hace muy morboso

No quise preguntar en ese momento por qué se le hacía morboso follar en cuatro, solo quería encarnizarme follándola en esa posición. Ella se apoyó en sus rodillas y en sus manos, y posó para ser penetrada nuevamente.

De nuevo inicié penetrándola lentamente. De hecho, me quedé quieto en un comienzo, buscando que ella tomará la iniciativa, pero esto no ocurrió, así que tuve que empezar a moverme. La desventaja de follarla en cuatro es que no podía ver sus gestos con plenitud, pero la gran ventaja es que me sentiría menos culpable si me excedía en la vehemencia de mis movimientos, así ocurrió. La agarré fuerte de las caderas y poco a poco fui incrementando el ritmo de mis movimientos, a tal punto que llegó un momento en que se escuchaba el clásico sonido de los cuerpos al chocar.

Ella clavaba fuertemente sus dedos en uno de los cojines del sofá mientras que dejaba escapar uno que otro gemido. Yo tenía ganas de azotarle esas blancas y generosas nalgas, pero me contuve, pues eso seguramente reviviría sus temores y su percepción negativa del sexo. La tomé por los hombros mientras que el ritmo de mis movimientos fue en aumento, aunque llegó un momento en que ella me pidió parar. No porque no le gustará, sino porque le habían dado ganas de orinar.

Fui comprensivo y le dije que fuera al baño, que no había problema. Ella fue, pero al volver me dijo que no había podido orinar, que solo había tenido la sensación de tener ganas. La penetré de nuevo en cuatro y una vez más sintió ganas de ir a orinar, por lo que comprendí que era la penetración en esa posición la que le causaba dicha sensación. Se lo comenté y decidimos volver al infravalorado misionero.

Esta vez no hubo tanta delicadeza como la primera vez. Si bien la penetración comenzó siendo lenta, paulatinamente fui aumentando el ritmo. Sus gemidos se hicieron cada vez más presentes, cada vez más constantes.

Mafe ya no me miraba tanto a la cara, sino que cerraba sus ojitos y me agarraba fuertemente de la espalda. Mafe no tenía mucha experiencia follando, pero a su favor he de decir que besaba muy bien.

En esa ocasión fui yo quien tomó la iniciativa de besarla cada vez que quise, y entendí que iba a llegar al orgasmo mezclando sensaciones de placer al sentir su vagina aprisionando mi pene, a la vez que sentía su boca juntarse con la mía.

Claro que antes de terminar tuve la intención de mostrarle que el sexo podía y, para ser espectacular, tenía que ser sucio, así que la tomé de la cara con ambas manos, evitando que fuera a mirar hacia los costados, obligándola a apuntar con su mirada hacia mi rostro. Quería hacerle notar en mis gestos esa dosis de lujuria que debía tener un coito.

Lastimosamente para mí, ella permaneció con sus ojos cerrados, no porque quisiera esquivarme, sino porque fue esa su auténtica expresión.


Dejé caer mi cuerpo una vez más sobre el suyo y junté una vez más mi rostro con el suyo para besarla y por fin estallar, por fin terminar con esta sesión de sexo que había resultado mucho más agotadora de lo que yo me había imaginado.

Me levanté con cierto cuidado, tratando de evitar que el condón se fuera a quedar atrapado en su vagina, y luego me lo quité y me limpié un poco. Ella seguía allí recostada en el sofá, aún con la respiración agitada, su cuerpo muy sudado y su rostro colorado.

- ¿Quieres agua?, le pregunté antes de ir a tirar el condón usado

- No, tranqui

- ¿Quieres algo de tomar?

- No. Quiero que me beses otra vez

Correspondí a su pedido, la besé aunque fue algo muy corto. Luego fui al baño y busqué unos pañitos húmedos para brindarle y que se pudiese limpiar.

- ¿Me puedo bañar? - preguntó Mafe habiendo recuperado el ritmo normal de su respiración

- Claro que sí

- ¿Y me puedo quedar a dormir?

- Bueno, eso sí es una novedad, pero no veo por qué no

- Has sido muy dulce conmigo, ahora quiero ser yo quien te muestre mi faceta más tierna


Guardé silencio. No supe que decir. Entendía que esta chica se estaba enamorando, mientras que para mí solo había sido sexo. Pero me parecía que era tan inocente que no podía destruir su ilusión de tal manera. Además, entendí que de ser correcta mi apreciación, habría nuevas oportunidades para follar con ella, y sería yo el encargado de enseñarle a echar un polvo como se debe.

Esa noche no ocurriría nada más. Al acostarnos Mafe me abrazó y esa fue su forma de retribuirme lo bien que me había portado con ella. Yo no esperaba algo diferente, pues consideraba difícil que ella fuera a tomar la iniciativa para algo más comprometedor.

Capítulo IV: El que es caballero repite


Al otro día ella madrugó para ir a su casa y cambiar su ropa, pues no quería que en el trabajo la vieran con la misma del día anterior. Allí, en la oficina nos encontraríamos horas más tarde. Tras un par de coqueteos entendí que nuestros encuentros sexuales se repetirían más pronto de lo que yo podía imaginar...



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Capítulo IV: El que es caballero repite​

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Al otro día ella madrugó para ir a su casa y cambiar su ropa, pues no quería que en el trabajo la vieran con la misma del día anterior. Allí, en la oficina nos encontraríamos horas más tarde. Tras un par de coqueteos entendí que nuestros encuentros sexuales se repetirían más pronto de lo que yo podía imaginar.

Mafe me preguntó por el entrenamiento que tendríamos ese viernes, a lo que le respondí que habiendo acabado con las rutinas de fuerza, lo único que había que hacer era un poco de cardio y una rutina de abdomen. Luego me propuso almorzar en un restaurante cercano a la oficina, pero me negué, explicándole que debía estar en casa esperando la llegada de una encomienda. Supuestamente ese día iban a entregarme un cinturón lumbar, el cual ya tenía, aunque guardado, pues hace mucho que no lo usaba.

Verdaderamente me negué porque supuse que esa noche iba a darse un nuevo encuentro sexual entre Mafe y yo, y mi plan era reubicar mi más reciente adquisición, el bombillo espía. Tenía que ponerlo en mi habitación y verificar una vez más el ángulo, si era necesario reubicar la cama; en fin, asegurarme de que fuera a grabar lo que yo quería grabar.

El día transcurrió en normalidad en el trabajo y una vez terminada la jornada llegó el momento de un nuevo entrenamiento con recompensa final. Mafe y yo partimos rumbo a mi casa. Apenas llegamos, ella se encerró en el baño, se puso su atuendo para entrenar, que nuevamente era una de sus coloridas licras, y a mí lo único que se me ocurrió preguntarle fue si llevaba ropa interior bajo su atuendo deportivo. Ella no hizo mayor drama frente a la pregunta, “cuando llevo licras no me pongo ropa interior, me incomoda bastante, El día que usé la falda obviamente si llevaba…”.

Esa confesión me calentó sobremanera, aunque traté de ignorarla por el bien de la rutina de entrenamiento. Claro que debo admitir que ese día, a pesar de ser una rutina mucho más corta, me costó muchísimo, pues el hecho de saber que Mafe estaba así, dificultó mi capacidad de concentración.

Cuando terminamos el entrenamiento le propuse salir a tomar algo, aunque eso iba en contra de lo recomendable cuando se busca mejorar la forma física; el alcohol está prohibido. Pero era viernes y no quería aburrir a Mafe quedándonos encerrados en casa.

Claro que ella tenía otros planes en mente, ella quería quedarse allí, quizá ver alguna película y pasar la noche en casa. Yo no me opuse, era un plan más cómodo, más económico, y que desencadenaría más rápidamente en el codiciado polvo. En ese momento comprendí que Mafe estaba tan deseosa como yo, su cuerpo exhalaba deseo, estaba anhelando fornicar de nuevo conmigo.

Pedimos una pizza a domicilio, también muy en contra de los intereses por estar en buena forma, pero muy práctica para planes como el que teníamos. No recuerdo la película que vimos, precisamente porque no le puse mucha atención, pues pasé el tiempo, de principio a fin, besando a Mafe por el cuello, descubriendo además que esta era una de las cosas que más la calentaban.

Fueron cerca de dos horas las que estuve en ese plan: besando su cuello, acariciando su cintura, susurrándole al oído; obviamente, haciendo ciertas pausas para fingir que prestaba atención a la película.

También hubo momento para conversar, y entre uno y otro tema Mafe me preguntó qué tal había estado en nuestro polvo del día anterior. Yo, por el bien de futuros encuentros, me sinceré, aunque no del todo, pues no quería herirla.

- Bastante bien para estar tan deshabituada. Tienes que soltarte un poco más…

- ¿A qué te refieres con soltarme?

- Que te conviene estar menos tensa. Tomar la iniciativa ocasionalmente, moverte a tu antojo y disfrutar

- Bueno, si es por disfrutar, te digo que lo he disfrutado

- No lo dudo, pero seguro puedes disfrutar más. No quiero que te lleves una imagen errada de mí por lo que te diré…mira, por ejemplo, ese momento en que te dieron ganas de orinar, pudiste haberlo hecho ahí mismo y listo. Es cuestión de que te dejes llevar.

- Pero una cosa es dejarse llevar y otra cosa es ser una cerda sucia y desagradable.

- Es que no te lo tienes que tomar literal, eso fue solo un ejemplo. Si no te sientes cómoda orinándote en medio del polvo, no lo hagas. A lo que me refiero es que si algo se te antoja, debes hacerlo, si me quieres morder, lo haces; si quieres que te chupe los senos, me lo dices o jalas mi cabeza hacia ellos; si quieres gritar, lo haces.

- ¿Tú pasaste un buen rato?

- Claro que sí. Fue un polvo ciertamente raro, el juego previo fue muy largo, con masaje incluido, que nunca lo había hecho, pero estuvo muy bien. De hecho, todavía no me creo haberlo hecho con una mujer tan bella y perfecta como tú.

- Gracias…

- Soy un privilegiado por todo esto que está ocurriendo, de poder estar con una mujer tan bella y de tan noble carácter

- Basta, me vas a hacer sonrojar

- El rubor de tus mejillas es el sustento de mi alma

Ella permaneció unos segundos en silencio, con la vista ligeramente inclinada, como si realmente se estuviera sintiendo intimidada por mis cumplidos. Luego acercó su cara a la mía y empezó a besarme.

Nuestros cuerpos también se juntaron, empezamos a restregarnos el uno con el otro, aún con la ropa puesta. La tomé del culo con ambas manos y apreté sus nalgas como no lo había hecho hasta ahora, mientras nuestro beso se extendía. Sus manos, en cambio, se posaron casi todo el tiempo en mi cara.

Luego del largo beso, empecé a bajar con mis labios por su mentón, por su cuello, al que dediqué un tiempo considerable, a la vez que iba acariciando su abdomen y ocasionalmente sus piernas.

Continué bajando, primero por sus hombros, luego por su pecho, sin detenerme mucho tiempo en sus senos, para llegar a su abdomen. Ella mientras tanto fue sacándose el pantalón, de nuevo con cierto esfuerzo dado a lo ajustado del mismo.

Esta vez me iba a llevar una grata sorpresa, pues Mafe se había tomado la delicadeza de depilar su pubis. Sinceramente, un detalle de fina coquetería. Ahora sí que podía apreciarlo como era, carnoso, jugoso, rosadito, aseado y hasta con buen aroma.

No tuve reparo alguno en chuparlo y en consentirlo con mi lengua. Ya lo había hecho una vez, cuando estaba recubierto por una gruesa capa de bello, no veía razón para no hacerlo ahora.

Ella se limitaba a disfrutar, a permitirme hacer lo que yo quisiera con mis labios, con mis dedos y con mi lengua sobre y entre su coño. Esta vez se le apreciaba un poco más tranquila para suspirar, para gemir, para expresarse.

Su vagina ardía, casi que quemaba, y a mí esto me enloquecía. Me daba a entender que de nuevo estaba haciendo bien mi trabajo. Y es que sinceramente yo me lo tomaba a pecho, sabía que no era cuestión de enfocarme completamente en el movimiento de mi lengua sobre su pubis, sino que todo era un arte de movimientos precisos. Me encargaba de estimular otras zonas de su cuerpo con mis manos: sus pechos, sus pezones, su abdomen, sus caderas, y especialmente su entrepierna, pues esta zona me hacía perder la razón.

Ella correspondía mi esfuerzo con sus gemidos y con esos espasmos, evidentemente involuntarios, tan dicientes de las sensaciones que la poseían.

A esa altura de la naciente relación que surgía entre Mafe y yo, ya tenía dos certezas: los besos en el cuello la enloquecían, y recibir sexo oral era uno de sus mayores anhelos.

Yo estaba deseoso por penetrarla una vez más, pero antes de continuar decidí detenerme y preguntarle:

- ¿Mafe, tú te tocas?

- ¿Que si me masturbo?... Sí, más de lo que crees

- Jejeje, bueno, luego me lo cuentas. Yo te lo preguntaba es porque quiero que me enseñes a tocarte, para aprender todo lo que te gusta

- No hace falta, el sexo oral que me das es tan placentero como cualquier tocamiento

- Me halagas Mafe, pero me gustaría lograr tu máximo punto de placer sin necesidad de usar mi lengua. No porque no quiera darte sexo oral, no me malinterpretes, me doy un banquete con tu coñito; sino que quiero aprender a tocarte, entender que te gusta y que no

- Bueno, te prometo que mañana te enseño a tocarme, pero por ahora quiero que sigas consintiéndome con tu boca

- Listo, trato hecho

Volví a sumergir mi cara entre sus piernas para posar mi lengua sobre su clítoris y estimularlo inicialmente con unos movimientos circulares. Simultáneamente la agarraba de las caderas, casi que clavándole mis uñas, que no eran muy largas ni muy puntudas, por lo que tenía la certeza de que no le estaba haciendo daño.

Estaba supremamente concentrado en la estimulación de su clítoris, pero esta se vio interrumpida con un fuerte gemido de Mafe, que en cierta medida me asustó, pues no me lo esperaba, pero que a la vez me confirmó que la había hecho tocar el cielo con mi lengua.

Al igual que el día anterior, Mafe empezó a pedir repetidamente que le “hiciera el amor”, y yo, completamente ansioso y caliente, accedí. Esta vez los condones estaban más a la mano, no hubo pérdida de tiempo en encontrar uno. Sin embargo, Mafe me pidió que no lo usara, “quiero que me lo hagas al natural”, fueron sus palabras textuales, lo recuerdo a la perfección. Y lo recuerdo tan bien porque me sorprendió sobremanera, no podía creer que me estuviera pidiendo eso. Yo le hablé como si se tratara de una pequeña niña que no conoce los riesgos de ETS o de embarazos no deseados, mientras que ella respondió haciéndome saber que no era ignorante de ello, pero decía confiar en mí, por lo que no tenía recelo alguno en hacerlo así. “Y para evitar el embarazo basta con que te vengas afuera”, dijo ella dibujando una pícara sonrisa en su rostro.

En ese momento parecía que el inocente y el de los prejuicios era yo, pero es que me había sugestionado tanto con el carácter puritano de Mafe, que estaba casi todo el tiempo pensando en no generarle desconfianza. Y ahora que tenía su beneplácito para follarla a pelo, era el tipo más feliz del planeta. El día anterior había sentido fuertemente el ardor de su coño incluso usando un condón, por lo que lo que iba a sentir a continuación iba a ser para el delirio. Tomé mi pene entre mis manos y lo conduje hacia su apetitosa vagina, y tal y como lo esperaba, el calor que emanaba de ella era brutal, tanto así que casi me corro con solo penetrarla.

Claro está que me contuve, pues la fiesta hasta ahora empezaba. Fui enterrando mi miembro sin prisa alguna, sintiendo la forma como su vagina abrazaba mi pene, sintiendo su humedad, mirando su carita sonriente y cómplice.

Ella hacia el ademán de acercar su rostro al mío para que la besara. Yo no quería hacerlo porque sentía que me había quedado un molesto aliento a coño, aunque de todas formas era por su culpa, así que tendría que entenderlo.

Sus besos eran dinamita pura, pues Mafe era una experta para jugar con su lengua, y sobre todo para provocar, pues tenía la picardía de hacer el ademán de querer besarte o morderte, para luego retirar ágilmente su rostro y así aumentar el deseo por hacerlo.

En esta ocasión presté la atención que el día anterior no había dado a sus senos. Me apasioné chupando sus pezones, y especialmente jugando con ellos entre mis manos, principalmente acariciándolos por debajo, pues no sé por qué, pero tenía cierta fijación con hacer esto.

El ritmo de mis movimientos fue incrementándose poco a poco, aunque sin llegar a ser violento o demasiado precipitado, sino más bien tratando de sacar mi pene de su vagina en la mayor medida de lo posible, para luego penetrarla a profundidad.

Tenía la sensación de que el coito esta vez era mucho más natural, pues sus gestos eran genuinos, ella ya no se contenía para expresarse, y yo también había dejado un poco al lado esa sensación de estar bajo la presión de cagarla con ella.

Sin embargo Mafe interrumpió el momento para pedirme cambiar de posición. “Quiero montarme”, dijo en medio de una corta y tímida risa.

Yo accedí, me acosté y le di vía libre para subirse y hacer lo que quisiera conmigo. Fue en ese momento que Mafe entendió por completo que ella también podía imponer el ritmo de la relación. No apenas se montó, sino cuando se dio cuenta que si no se movía, poco y nada iba a pasar. Yo le cedí toda la iniciativa, pues llevarla cuando estás abajo es supremamente agotador, además que estaba buscando que ella por fin comprendiera que podía marcar el ritmo del coito. Y yo moría de ansiedad por saber qué tan puta podía llegar a ser una chica supuestamente tan inocente.

Inicialmente sus movimientos fueron muy suaves, más como si se estuviera restregando, pero poco a poco fueron más drásticos, fueron convirtiéndose en saltitos de su humanidad sobre mi pene.

Yo deliraba viendo cómo se movían las carnes de sus caderas al rebotar sobre mí. Simultáneamente acariciaba sus piernas, y ocasionalmente le agarraba fuerte de las caderas, como buscando hacer más contundentes sus movimientos.

Llegó un instante en que ella me tomó del pelo, me agarró fuertemente y me jalonó hacia ella, hasta llevar mi cara hacia sus pechos. Yo empecé a chuparlos, pero ella me detuvo con una cachetada.

Quedé helado, no sabía ni que decir, pensé incluso que eso le había molestado, pero antes de que dijera nada, ella me interrumpió diciéndome, “discúlpame, se me antojaba mucho hacer eso”. Yo solo le sonreí, pues entendía que mis palabras habían tenido efecto, había conseguido que Mafe gozara del sexo a su antojo.

Luego del pequeño episodio de agresión, Mafe empezó a besarme, esta vez de forma lenta y muy tierna, como queriendo disculparse por el golpe que me había propinado, o por lo menos así lo interpreté yo.

Yo la rodeaba de la cintura con mis brazos, mientras ella seguía cabalgando sobre mí. Los besos se hicieron cada vez más frecuentes, pues tanto a ella como a mí nos apetecía saborear la boca del otro.

Ella también me abrazó, lo que dificultó los movimientos un poco, pero lo que contribuyó a que yo alcanzara el orgasmo más pronto. Ocurrió porque ella empezó a arañarme la espalda, y esto me enloquecía. Se lo hice saber, comentándole que era pertinente que me desmontara antes de que ocurriera algo indeseado.

Ella lo entendió y se apartó. Yo rápidamente me puse en pie y solté mi descarga en sus pechos. Creo que ella no lo esperaba, la expresión de sus ojos, completamente abiertos, y un pequeño movimiento de su torso hacia atrás, reflejaron su sorpresa. Pero una vez con el semen corriendo sobre sus senos, lo único que hizo fue mirarme y reír un poco.

Yo estaba más que conforme, no solo porque este encuentro sexual había sido mucho más placentero que el primero, sino porque había logrado un cambio drástico en la mentalidad de Mafe.

Capítulo V: Fantasías de una puritana​

Mientras se limpiaba el pecho, Mafe confesaba entre risas que nunca había imaginado que fuera a hacer algo así, dejar que alguien la recubriera con esperma, o cachetear a alguien mientras fornicaba...

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Mientras se limpiaba el pecho, Mafe confesaba entre risas que nunca había imaginado que fuera hacer algo así, dejar que alguien la recubriera con esperma, o cachetear a alguien mientras fornicaba.
Yo puse a su disposición mi ducha, pero ella tuvo pereza de darse un baño, sencillamente se limpió con un pañito húmedo. Luego se puso su top, y antes de que continuará vistiéndose le propuse quedarse así.
- Nos quedamos desnudos viendo otra película, abrazaditos, y vas a ver como terminamos haciéndolo durante toda la noche
- ¿Tienes ganas?
- Ahora no, necesito un rato para recuperarme, pero seguro voy a tener ganas en poco tiempo. De ti siempre tendré ganas.
- ¿De verdad? Yo pensé que los hombres quedaban listos con una relación
- Muchas veces sí, pero cuando a mí realmente me gusta alguien, hacerlo toda la noche es uno de mis planes favoritos
- Eso lo quiero ver…
- Te prometo que lo vas a ver. Mientras eso ocurre, me gustaría conocer un poco tus fantasías ¿En qué piensas cuando te tocas?
- Jajajajaja, me da pena contarte…
- No te avergüences, que ya te he visto desnuda, ya hemos hecho el amor. Quiero calentarme con eso que a ti te pone caliente
- Bueno pues tengo varias, pero diría que la más recurrente es aquella en que revivo el encuentro sexual que tuve con mi compañera de universidad, ese que ya te conté. La he imaginado una y otra vez recorriendo mi cuerpo con sus sus besos, con su lengua.
- Esa es un poco difícil de cumplir, por lo menos para mí, te prometería ayudarte a buscar a esa chica, pero la verdad no quisiera compartirte con nadie
- Ya no hace falta
- Me alegra escuchar eso ¿Y con hombres tienes fantasías?
- Sí, pero con ninguno en concreto, siempre que fantaseo con hombres les pongo un rostro de algún famoso, o de alguno que haya visto en el trayecto del día y me haya parecido lindo. Lo raro es que cuando me toco pensando en hombres tengo habitualmente dos fantasías. Una en que los golpeo y otra en que me violan
- Uh, bueno, eso es una novedad… ¿Fantaseas con que te viola algún famoso?
- No, para esa fantasía siempre tengo dificultad en ponerle rostro al violador. Lo raro es que lo imagino por mucho tiempo, sueño que me persigue por la ciudad, en los buses, restaurantes, cafeterías, oficina o a donde quiera que yo vaya, él me sigue, y a mi eso de sentirme seguida como que me dispara la adrenalina, no sé, me pone un poco; al final me encuentra dormida en mi habitación y me penetra sin mi consentimiento. No entiendo cómo ni por qué llegué a tener esa fantasía, pero el caso es que ya me he tocado por lo menos un par de veces imaginando esa situación
- ¿Y cuando fantaseas golpeando hombres, qué les haces concretamente?
- Básicamente eso, golpearlos; golpearlos de muchas formas: Puñetazos, cachetadas, arañazos, pellizcos en las tetillas, nalgadas. Creería que lo más frecuente es el puñetazo, aunque ahorita contigo lo que me salió fue una cachetada
- Te lo agradezco. Cualquier cosa, si te apasionas mucho en una próxima vez, te ruego que consideres no desfigurarme la cara
- Jajajajaja, No, ¿Cómo se te ocurre? Tú has sido muy especial conmigo, no puedo hacerte daño
- De todas formas, no te vayas a sentir cohibida, si tienes deseos de cachetearme o nalguearme, siéntete en libertad de hacerlo.
- Jajajaja, así será… ¿Y tú con que fantaseas?
- Si te cuento se nos va la noche, ni vemos película, ni dormimos, ni hacemos el amor ni nada. Con muchas situaciones…
- Cuéntame alguna
- Bueno Mafe, lo más recurrente para mí es fantasear con sexo en lugares públicos. Imaginarme teniendo relaciones con una chica bella, bajo el peligro de poder ser atrapados me pone muy mal
- ¿Has hecho el amor en algún sitio público?
- Sí, hace mucho tiempo. Pero no fue nada romántico, ni siquiera memorable. Fue en un potrero, más exactamente en una zanja que había en medio del potrero, con una compañera del colegio. A esa edad me animaba casi a todo.
- ¿Has tenido fantasías con alguien del trabajo?
- Sí, para no ir muy lejos, contigo
- ¿Y con alguien más?
- Sí, pero no te lo quiero contar
- Bueno está bien. Entonces cuéntame tu fantasía conmigo
- Mafe, han sido varias fantasías, la más reciente desde el primer día que entrenaste conmigo. Y me da algo de vergüenza admitírtelo, pero he tenido todo tipo de fantasías contigo, desde las más burdas y vulgares, hasta las más tiernas y amorosas. Claro que cuando una chica tiene un rostro perfecto como el tuyo, es frecuente en mí ese tipo de fantasía en la que le hago el amor a esta chica de rostro perfecto durante toda la noche, mientras ambientamos la velada con mi lista de “salsa de motel”.
- Jajajaja ¿Y qué canciones tiene tu lista de salsa de motel?
- Bueno pues muchos clásicos de salsa rosa: Lluvia, Devórame otra vez, Deseándote, Corazón embustero, Mi sueño, Casi te envidio, Idilio, Cinco noches; en fin, es una lista muy larga.
- ¡Qué bello! No pensé que pudieras ser tan sensible. Cuando entré a la empresa te vi tan vulgar y común, como a la mayoría de los hombres.
- Afortunadamente esa percepción cambió, a tal punto que veo que me vas a hacer realidad mi fantasía de hacer el amor con una chica hermosa escuchando mi famoso playlist
- En eso tienes razón…

La noche la pasamos conversando, abriendo el corazón el uno al otro, y obviamente fornicando, por lo menos cada vez que recuperé la energía y el apetito para cumplir por mi parte.

Tampoco fue algo excesivo, pues fue una noche de tres polvos: el de la cachetada, del que ya di pormenores, un segundo que encontró mi faceta más animal, más instintiva y carnal, sí así se puede definir, y una tercera que se enfocó más en cumplir deseos de Mafe.

Era apenas normal, Mafe a sus 24 años tenía una limitadísima experiencia sexual. Se había negado probar cosas una y otra vez, a tal punto que hasta probar posturas relativamente tradicionales se le hacía completamente interesante.

Del tercer polvo no puedo destacar mayor cosa, básicamente porque el cansancio me vencía, y en ese coito me dediqué exclusivamente a cumplir, a terminar antes de decaer.

El segundo polvo de la noche quizá si fue memorable, por lo menos para mí, y es que fue la primera vez en que penetré a Mafe con verdadera vehemencia. Recuerdo que ese coito comenzó con un solapado masaje por su espalda, que continuó por sus piernas, y que de un momento a otro me encontró penetrándola, estando ella boca abajo. Diría que buscando cumplir su fantasía de ser penetrada sin consentimiento, aunque realmente se trató de algo muy diferente a eso.

Lo cierto es que fue la primera vez que la follé con cierto grado de brutalidad. Sin contemplaciones, hundiendo mi pene al ritmo y a la profundidad que se me antojó. Incluso regalándole un par de azotes en sus blancas y macizas nalgas, que además la tomaron por sorpresa, pues seguramente Mafe no se esperaba que eso ocurriera.

Bastaron un par de nalgadas para que mis manos quedaran marcadas en sus hermosas nalgas, y bastaron cinco minutos para hacerme terminar, pues para ese polvo estaba desbocado, obsesionado con complacer mis instintos. Obviamente no le solté mi esperma adentro, sino que tuve la delicadeza de retirarlo y terminar sobre su culo.

Fue una noche realmente divertida, a la vez que agotadora; una velada que nos encontró desnudos de principio a fin y que nos permitió ver el amanecer en medio de orgasmos, abrazos y caricias.

Capítulo VI: Lecciones de una puritana entusiasta​

El sábado dormimos hasta tarde. Nos despertamos sobre el mediodía en medio de un ambiente colmado de un denso olor a sexo. Yo fui el primero en despertar, con la tranquilidad de no tener mayor responsabilidad para ese día. Me quedé un par de minutos sentado meditando sobre la cama, observando a Mafe mientras aún dormía...
 

Capítulo VI: Lecciones de una puritana entusiasta​


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El sábado dormimos hasta tarde. Nos despertamos sobre el mediodía en medio de un ambiente colmado de un denso olor a sexo. Yo fui el primero en despertar, con la tranquilidad de no tener mayor responsabilidad para ese día. Me quedé un par de minutos sentado meditando sobre la cama, observando a Mafe mientras aún dormía.

Reflexioné sobre lo que hacía e incluso sobre lo que sentía, para darme cuenta de que la velada de pasión todavía no había transformado mi percepción sobre lo que sentía por Mafe; para mí seguía siendo solo una oportunidad de echar unos cuantos polvos. Claro que tampoco quería ser un canalla, no quería desecharla como a una vulgar puta, quería corresponder a su afecto pero sin enamorarle.

Rápidamente me vestí, sin haberme duchado, ni peinado, ni nada. Fui a la calle para comprar algo de comer. Cuando volví Mafe había despertado, aunque por su cara aún somnolienta parecía que no había pasado mucho tiempo desde eso.

Se despertó supremamente cariñosa, evidenciando que lo vivido los últimos días había sido trascendental para ella. Su actitud era completamente diferente a la que tenía una semana atrás, cuando era mucho más tímida, introvertida y seria.

Durante esas horas temí por los sentimientos que Mafe pudiese desarrollar hacia mí. No quería enamorarla, ni hacerla sufrir, ni dañar la buena relación que habíamos construido más allá del sexo. Sabía que no podía corresponder del todo a su trato cariñoso, pero tampoco podía ser cortante y despreciarla. Debía hallar el punto medio, hasta hacerle saber que lo nuestro era sexo y nada más.

Nos sentamos a comer y planear lo que haríamos esa tarde. Las horas de sueño me sirvieron para restablecer un poco el aliento, pero no para recuperar el apetito sexual del todo, aunque debo decir que esa tarde revivió y todo por virtud de Mafe, que estaba desatada, estaba insaciable.

Cuando terminamos de comer ella propuso pasar por su apartamento para cambiarse de ropa y enseñarme un par de “secretitos”. Inicialmente sentí pereza, pues mi plan ideal era quedarme acostado toda la tarde viendo alguna película, fútbol o lo que hubiera en la tele. Pero debo decir que cedí a sus pretensiones, y valió la pena completamente.

Cuando llegamos a su apartamento me hizo una visita guiada. No había mucho por ver pues era un apartamento pequeño, pero supongo que amaba mostrarle cada uno de los rincones de su hogar a sus visitantes.

Y entre una y otra cosa me terminó enseñando un par de juguetes que tenía para complacerse. “Te voy a cumplir la promesa de enseñarte cómo me toco”. Eso encendió mis instintos que hasta ese momento estaban adormecidos.

Realmente su colección de juguetes sexuales no era gran cosa, apenas un par de vibradores diría que de un tamaño medio o pequeño. Pero no dejó de sorprenderme que los tuviera, pues la imagen que tenía de ella era la de la puritana radical que se opone a cualquier acto sexual que no tenga por finalidad concebir.

- ¿No vas derecho al infierno por usar este tipo de cosas?
- No. Yo me confieso y diosito me lo perdona…

Guardé silencio ante su conveniente y acomodada respuesta. Claro que tampoco era mi objetivo reprocharla ni controvertirla.

Mafe empezó a desvestirse y una vez más, con solo exponer su figura, logró excitarme. Encendió uno de sus juguetes, que tenía varios niveles de vibración y empezó a apoyarlo sobre su vagina.

Me pareció de lujo ver ese espectáculo en primera fila, pero pasados unos minutos tuve que interrumpirla, pues mi deseo era verla masturbarse, pero con sus manos, no con un juguete. ”Tócame tú, yo te guío y te enseño lo que me gusta”, respondió ella a mi petición. Yo empecé a babear con solo escuchar esto, pues era justamente lo que deseaba.

“No te voy a enseñar dónde está mi clítoris porque sé que tú ya sabes dónde está, pero si te voy a enseñar a tocarlo para no desentonar”. En ese instante ella tomó dos de mis dedos y empezó a frotarlos suavemente y en movimientos horizontales por sobre su clítoris. “Si los mueves de arriba abajo o de abajo a arriba puede ser algo molesto, pero así no va a haber problema”.

Pasaron solo unos segundos entre que mis dedos hicieron contacto sobre su vagina y el momento en que empezó a emanar ese calor tan diciente, tan revelador.

“Otra de las cosas que por lo menos a mí me enloquece es jugar con mis pezones. Un movimiento suave y lento por sobre ellos me calienta muchísimo…eso sí, no me los vayas a morder, a jalar o a pellizcar, son muy sensibles”.

Yo dejaba que ella guiara el movimiento de mis manos, a la vez que guardaba silencio total mientras escuchaba sus sabias palabras.

“Y mientras me acaricias los pechos o el clítoris, puedes utilizar tu otra mano para consentir mi vagina. Yo procuro siempre utilizar mis dedos con la uña boca abajo, pues al revés puede lastimar, además que una vez tienes adentro los dedos, lo normal es doblarlos un poco, como formando un gancho, y este es estimulante si queda hacia arriba y no hacia abajo… Eso así…”.

Tuve que cortar su explicación para besarla, pues el realizar esta maniobra me alteró, me creó un estado de excitación que solo pude contener a través de un lento y largo beso. Ella no se opuso, de hecho, tomó la parte posterior de mi cabeza e hizo que el beso fuera mucho más duradero.

“Cuando tengas los dedos haciendo el gancho al interior de mi vagina procura moverlos de arriba abajo, pero el movimiento tiene que ser de los dedos, no de la mano…”.

Su explicación se veía correspondida con el estado de su vagina, pues no llevábamos más de dos minutos en ello, y ya estaba completamente mojada.

“Si esto lo acompañas con tus ricos besos por el cuello, tendré que reemplazar a mis juguetes y traerte a vivir conmigo… Ven, hazme tuya otra vez…”

Capítulo VII: Adicción masturbatoria​

El fin de semana terminó siendo memorable aunque muy agotador. La sesión masturbatoria del sábado en la tarde fue solo el abrebocas de una apasionada jornada que se extendería hasta el domingo al anochecer...


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Capítulo VII: Adicción masturbatoria​

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El fin de semana terminó siendo memorable aunque muy agotador. La sesión masturbatoria del sábado en la tarde fue solo el abrebocas de una apasionada jornada que se extendería hasta el domingo al anochecer.

Ya en soledad, en mi casa, pensando en el inicio de una nueva semana, me sentía agotado, exprimido, sin ganas de volver a follar jamás, pero un buen descanso y una alimentación correcta lograrían que mi deseo sexual volviera a la normalidad en cuestión de horas, quizá en un par de días.

Mafe se tomó muy en serio lo de entrenar, no fallaba nunca; todos los días estaba ahí, lista para ejercitarse siempre al terminar la jornada laboral. Con el transcurrir de unas semanas el cambio era evidente, su abdomen ahora estaba más plano y tonificado. Sus piernas eran un poco más delgadas y definidas, y sus nalgas ya no eran flácidas ni temblorosas.

Sinceramente, me parece que fue un cambio para mal, porque a mí me atraía muchísimo más su versión más maciza, esa que la había llenado de complejos e inseguridades y que la había llevado a entrenarse conmigo, pero ella se sentía feliz y conforme con lo logrado. Tanto así que, meses después, terminó renunciando a su trabajo para dedicarse a vender productos de una de estas empresas multinivel relacionadas al bienestar físico.

Ella había cambiado drásticamente, y no solo físicamente, pues de la chica tímida que había empezado a entrenar conmigo unos días atrás, no quedaba nada. Sus insinuaciones hacia mí eran frecuentes, tanto en horario laboral como a la hora de ejercitarnos. Yo me llenaba de fuerza de voluntad para no romper con la regla de la abstinencia durante los días de rutinas de levantamiento de peso. También hacía un enorme esfuerzo mental para no enamorarme de Mafe, quería seguir percibiéndola como solo sexo. Pero tanto encuentro íntimo hace que surjan sentimientos.

Y fue algo que a la larga no terminó incomodándome, pues Mafe cambió drásticamente. Su devoción no desapareció, pero si se debilitó ciertamente para complacer caprichos míos. Eso para mí era un gesto supremamente valioso, pues era verla renunciar a su gran motivación espiritual solo para compartir conmigo.

Y hubo un gusto que los dos fuimos adquiriendo y que luego se nos convirtió en vicio: La masturbación. Claro que solo en un sentido, de mí hacia ella. No porque yo no deseara que ella me masturbara, alguna vez se iba a dar, pero yo sinceramente prefería no malgastar la energía que implica el orgasmo; si lo iba a hacer, era preferible que fuera con un buen polvo y no con una paja, por más que fueran las suaves y delicadas manos de Mafe las que me la brindaran.

Masturbarla fue un hábito que se nos fue convirtiendo en adicción. Su clase magistral de tocamiento me llenó de deseos de practicar, y entendí que cualquier situación, lugar y horario era perfecto para hacerlo.

Una de las primeras veces que pasó fue en una sala de cine. No fue algo planeado, o por lo menos no del todo. En esa época estaba por estrenar una cinta llamada Khoobsurat, que tenía a la expectativa a Mafe y diría que casi al borde de un ataque de ansiedad. Yo nunca he sido muy cercano al cine, de hecho, siempre he sido más bien reacio a permanecer frente a una pantalla por más de dos horas. Pero en esa época quería complacer a Mafe en todo sentido, y si a ella le entusiasmaba ir a ver esa película, yo estaba dispuesto a cumplir ese deseo.

Claro que la situación cambió apenas llegué a recogerla. Esa noche Mafe usó un vestido que hacía exaltar sus piernas. Yo quedé deslumbrado, y ciertamente antojado, con solo mirarla. Esto fue un día entre semana, por lo que iba a ser imposible follar con ella a menos de que quisiera romper con mi regla de cero orgasmos durante los días de entrenamiento con peso.

Toda la sensualidad de Mafe quedó escondida bajo un largo gabán que utilizó como complemento a su sensual vestido. Solo yo sabía que había bajo el gabán, y camino a la sala de cine no pude dejar de pensar en sus espectaculares piernas y en el tesoro que se esconde entre ellas.

Una vez tomamos asiento, Mafe se puso cómoda, desabrochó su gabán, aunque no se lo quitó, solo lo dejó abierto para no sofocarse por el calor. Y mientras disfrutaba de unos snacks en los prolegómenos de la película, yo no podía dejar de fijarme en sus piernas, tan blancas, tan delicadas, tan bien contorneadas, tan perfectas y provocativas como siempre.

Dejé que terminara de comer y luego le permití sumergirse en la trama de la película, para luego empezar a distraerla con unos ligeros tocamientos por la cara interna de sus muslos.

Ella se sorprendió, pues seguramente no se lo esperaba, o quizá porque estaba muy concentrada con la película. De todas formas, no se molestó ni me hizo reproche alguno. Yo empecé a arrastrar mis uñas suave y lentamente por las carnes blandas de la cara interna de sus muslos, una y otra vez, de arriba abajo y viceversa.

Poco a poco el ritmo de su respiración fue cambiando, lo noté con cierta facilidad, y esto fue guiño suficiente para continuar con mi lujurioso juego.

La fila en la que nos sentamos estaba prácticamente vacía, de hecho, la sala entera tenía muy poca gente. Posiblemente porque era una película muy desconocida o quizá porque fuimos a la función de las 11:00 pm. Lo cierto es que eso jugó a mi favor, pues me sentí cómodo para continuar, casi con la certeza de que no iba a ser descubierto.

Mis tocamientos entre sus piernas fueron acompañados de pequeños besos por su cuello y ocasionales mordiscos en uno de sus lóbulos. El calor que empezó a emanar de su zona íntima fue la confirmación que necesitaba para seguir adelante con mis caricias entre sus piernas.

Llegar a su vagina estando sentado de forma colindante, implicaba una posición incómoda para la mano, pero la situación ameritaba pasar cualquier tipo de dificultad.

Uno de los detalles que hacían aumentar el deseo de mi parte era que Mafe había tomado el hábito de llevar depilada su vagina siempre. Como mucho se sentían esos bellitos nacientes, pero ahora era un área de acceso despejado.

Los movimientos de mi mano por sus piernas fueron lentos casi todo el tiempo, al fin y al cabo no había apuro alguno, tenía aproximadamente dos horas para divertirme. Las caricias sobre su vagina fueron más que todo superficiales, pues en esa posición era osado entrar con mis dedos y no lastimarla. De todas formas eso no limitó la excitación de Mafe, pues poco a poco empezó a alternar su pronunciada respiración con ocasionales suspiros.

Mafe era una chica de rápido humedecer, pero en esta ocasión sus fluidos no facilitaron el acceso de mis dedos, sino que terminaron siendo esparcidos por sus muslos.

Dudo que alguien haya notado lo que hacíamos, pues no había nadie relativamente cerca, aunque la marcada respiración de Mafe pudo habernos delatado.

La fuerte respiración de Mafe solo se vio interrumpida por su deseo de expresarme su apremiante necesidad de follar.

- Cuando lleguemos a casa tienes que hacérmelo, dijo en un leve susurro
- No puedo, ya sabes. A partir del jueves con mucho gusto bonita
- Lo que no puedes es dejarme iniciada
- No te preocupes, que yo termino el trabajo pero a mano
- ¿A lengua no?

“Shhhhhh”, se escuchó desde una de las filas de atrás. No volteamos a ver quién lo había hecho, no tenía mayor importancia

- Vámonos Mafe. Vamos a casa a rematar esto
- Dale, vamos

Nos levantamos de nuestros asientos a mitad de la función, sin remordimiento alguno, pues no había película en el mundo que pudiera igualar la satisfacción de una buena sesión masturbatoria. Para mí también era algo placentero, pues ver los gestos de goce de Mafe, oír sus jadeos y gemidos, y sentir su cuerpo expresarse era suficiente motivo.

El remate de la noche me tuvo a mí de rodillas en el piso y con la cumbamba una vez más recubierta de fluidos. No hubo penetración porque lograba ser muy disciplinado con la regla de la ausencia de orgasmos en días de entrenamiento, pero aguantarme teniendo la oportunidad era toda una tortura. Claro que tanto aguante hacia que los días permitidos follara con Mafe como si no hubiera mañana. De hecho eran jornadas maratónicas de sexo de jueves a domingo, que me hacían quedar seco y agotado.

La sesión masturbatoria de Khoobsurat solo fue una de tantas, memorable quizá por ser la primera vez que la consentía en un lugar público, pero lejos de ser la mejor de todas.

Como dije antes, fue algo que se nos volvió un vicio, y realmente hubo ocasiones para enmarcar.

Hubo una ocasión en que nos enviaron a un municipio cercano a negociar con un potencial cliente para la empresa. En el trabajo ignoraban que Mafe y yo éramos pareja, aunque notaban que había buena química entre nosotros, y a la hora de vender éramos casi infalibles cuando sumábamos esfuerzos. Por eso nos encomendaron esa vez esa tarea, pues se trataba de un cliente que no podía escapársele a la empresa, y nuestro jefe confiaba en que Mafe y yo éramos capaces de convencerle.

Teníamos que viajar a una ciudad situada a un par de horas de Bogotá, y como para la época ninguno de los dos tenía transporte propio, debíamos recurrir al tan resistido transporte público.

Yo era uno de aquellos que lo odiaba, pero esa vez no, esa vez lo disfruté. Abordamos el bus en una de las terminales satélite de la ciudad. Cuando lo hicimos estaba prácticamente vacío, pero a medida que fue avanzando, se fue llenando.

Nos hicimos en la última fila, en el asiento de atrás, concretamente en la esquina, Mafe junto a la ventana y yo evidentemente a su lado. Como era habitual en Mafe, ese día llevaba una falda de aquellas que le hacía lucir sus piernas completamente espectaculares. Con solo subir al bus imaginé lo que iba a terminar pasando minutos después.

Esta vez no empecé acariciando sus piernas, sino que me lancé a la yugular, me lancé a besar su cuello, sabiendo de sobra para ese entonces que esa era una de sus grandes debilidades. Su “excitómetro” pasaba de cero a cien con el primer beso en esa zona.

Como al comienzo estábamos solos, Mafe no le vio problema, de hecho fue ella quien complementó los besos por su cuello al tomar mi mano y dirigirla a sus piernas.

Yo llevaba un morral, el cual puse sobre mis piernas. Con esto lograba ocultar mi erección a la vez que imposibilitaba la visual de cualquiera que quisiera ponerse de mirón.

En lo que se pareció esta situación a la de Khoobsurat fue en la incomodidad de la posición, pues nuevamente estábamos de forma colindante. Pero eso no iba a ser impedimento para disfrutar de la hambrienta vagina de Mafe, a la vez que ella disfrutaba de mis caricias, que cada vez se volvían más precisas y diría que hasta sofisticadas.

Para ese entonces me daba el lujo de encontrar el clítoris de Mafe en cuestión de segundos sin necesidad de mirar. Tenía en mi cabeza todo un mapa mental de la vagina de Mafe y sus recovecos.

Lo que quizá pudo habernos puesto en evidencia esa vez fueron los apasionados besos que nos dimos, aunque esto no teníamos por qué esconderlo. Y es que era inevitable besarla, no solo por el deseo que me surgía de hacerlo, sino porque esa era la forma de ahogar posibles gemidos involuntarios.

Esa vez la excitación de Mafe fue tan notoria y diciente, que no solo mi mano quedo recubierta de sus fluidos, sino que también un poco el asiento, pero fue algo que noté solo cuando nos íbamos a bajar del bus.

Debo admitir que fue una época en la que desarrollé la mal vista costumbre de olerme los dedos, pero era inevitable para mí, pues el olor a coño de Mafe me resultaba encantador, diría que incluso inspirador.

Para ese entonces creo que había quedado atrás mi intención de percibirla como una pareja de sexo ocasional, para ese momento era evidente que me había enamorado de Mafe.

Era algo que me inquietaba un poco porque lo percibía como el fin de mi libertad, pero a lo que no podía negarme por tan poca cosa, al fin y al cabo era algo que yo directa o indirectamente fui buscando, y que ella correspondía con dulzura y con gran complacencia a mis deseos.

Mientras que con una mano palpaba su pubis y esparcía sus fluidos por toda la zona, con la otra la tomaba ocasionalmente de la mejilla para poder besarla, para luego decirle cosas al oído. Para esa época Mafe ya me había revelado su gusto de que le hablara sucio, pero no era ese el escenario ideal para decirle guarradas, así que preferí llenarla de “te amo, eres preciosa, te deseo, etcétera”.

Como bien comenté más de una vez, la posición no me favorecía para introducir mis dedos, pero Mafe se dejó llevar tanto que terminó guiando con una de sus manos el camino que debía seguir la mía para consentirla sin llegar a lastimarla.

De todas formas la sesión masturbatoria del bus terminaría siendo una mala idea, básicamente porque al descender de este, los dos llevábamos un calentón casi que incontrolable, con toda una jornada laboral por delante. El viaje de regreso pudo haberse prestado para lo mismo, pero el cansancio nos venció, y yo preferí dejar que durmiera sobre mi hombro mientras yo acariciaba su pelo con delicadeza.

Luego habría otras ocasiones de tocamientos memorables. Estuvo por ejemplo aquella vez de la comida de “Piti”. “Piti” era su mejor amiga, que en realidad se llama Tatiana. Eran íntimas, pero la vida laboral las había distanciado, como a todo mundo, aunque un par de veces al año se citaban para adelantar agenda y ponerse al día. Una de esas fue en mi presencia, pues Mafe estaba ansiosa de presentarme con orgullo como su novio, esperando recibir la bendición de su amiga.

En la antesala yo tuve cierta desconfianza, pues habitualmente la mejor amiga sirve para malmeter y llenar de prejuicios y dudas a las parejas. Pero Tatiana no era así, de hecho era una chica muy agradable, muy simpática, además de ser muy atractiva.

Tatiana tenía operados sus senos, y vaya gran trabajo que hizo el cirujano, pues estos eran pechos de admirar, no eran exageradamente grandes, ni de aquellos que quedan con un pezón mirando hacia arriba y el otro hacia abajo (no puedo constatarlo pero muchas veces eso se nota incluso con ropa encima), eran sencillamente perfectos, lucían tersos, suaves y provocativos en ese escote por el que asomaban.

Obviamente yo hice esta apreciación con el disimulo que requería el caso. Tampoco esperaba un reproche por parte de Mafe por haberle visto los senos a su amiga, era imposible no hacerlo con el escote que llevaba. De hecho, pudo haber sido esto el detonante para emprender una nueva sesión masturbatoria con Mafe en esta cena de reencuentro con su mejor amiga.

Claro que esta fue algo mucho más corta y superficial, pues Tatiana podía notarlo todo con gran facilidad, y no era esa la imagen que Mafe quería dejarle a su gran amiga. Incluso aún me pregunto si esta se puede contar como sesión o aventura masturbatoria, pues fue más un juego de caricias sobre sus piernas que otra cosa. Lo cierto es que posterior al encuentro, Mafe y yo rematamos la velada con un buen polvo.

Masturbar a Mafe se nos convirtió en vicio a los dos, ella era adicta a mis caricias, a mi lengua sobre su pubis, a mis besos y a mis palabras, y yo a sus muestras de placer, así como al olor y al sabor de sus fluidos.
Fueron tantas veces que es difícil encontrar un encuentro superlativo a los demás. Hubo de todo, alguna vez en una piscina, con una posterior infección de su zona íntima, lo que a la vez nos dio la lección de no hacerlo en una piscina nunca más; alguna otra ocasión en la oficina, en extrahorario, con el morbo que nos generaba el riesgo de poder ser descubiertos; y una infinidad de veces al interior de su casa como de la mía.

Y si bien es difícil escoger una vez como la más placentera, hubo una ocasión que por lo menos fue la más excitante para mí. Ocurrió en esos días en que Mafe empezaba a incursionar en el negocio multinivel de venta de suplementos dietarios.

Fue un martes. Lo recuerdo a la perfección porque ese día me encontraba viendo un partido entre el Chelsea y el Liverpool, que iba terminar siendo un empate a cuatro, y que yo iba a dejar de ver a pesar de lo interesante del juego, pues la tentación me venció. Aunque hoy debo decir que no me arrepiento de nada-

Mafe charlaba por videollamada con su superior en el negocio multinivel, acordando seguramente los pasos a seguir para cerrar una venta de los suplementos, para crear una red de clientes, y las estrategias de promoción de los productos.

La vi allí sentada frente a la pantalla del PC, tan concentrada que quise sorprenderla. Me fui gateando en competo sigilo hasta meterme bajo el escritorio. Luego, casi que de la nada, aparecí allí arrodillado, con mi cara a la altura de su pubis.

Quise ser tierno al aparecer allí, así que la saludé besando tímidamente sus rodillas. Ella apenas sonrió y continuó charlando con su interlocutor. Con delicadeza separé sus piernas y empecé a acariciar la cara interna de sus muslos para posteriormente pasar a una zona más profunda de su entrepierna.

Poco a poco empecé a deslizar mi lengua por sus muslos, con rumbo final a su jugosa vagina. Mafe apretó mi cabeza fuertemente con sus piernas, como evitando que yo fuera a retirarla, aunque igualmente me impidió acercarme a mi objetivo final. No me quedó más opción que empezar a pasear mis manos por sobre sus piernas, por sus caderas y por su abdomen, de forma momentánea, mientras Mafe daba el visto bueno a la avanzada de mi lengua hacia su coño.

No tardó mucho en ceder. Su comunicación siguió adelante, pues los asuntos que tenía por resolver parecían ser inaplazables, aunque igualmente inaplazable fue su libidinosidad.

Para esa época conocía prácticamente todos los secretos del placer de Mafe, sabía cómo, cuándo, dónde y hacia dónde mover mi lengua y mis dedos para conseguir el delirio de Mafe.

Ella había evolucionado mucho desde aquella chica tímida y temerosa del sexo, ahora no tenía reparo alguno en dejar caer sus fluidos sobre mi cara y sobre cualquiera que fuera la superficie donde estuviera sentada o apoyada. De hecho, una costumbre de nuestras sesiones masturbatorias fue encontrarnos un pequeño charco o mancha al final de la sesión.

Era algo revelador, pues evidenciaba que aquella invitación a ser libre y disfrutar que le hice en nuestros comienzos, había hecho mella. A mí me parecía algo excitante y de alguna manera conmovedor, pues lo entendía como una reacción ciertamente involuntaria o incontenible. Pero también fue algo que nos causó un inconveniente, realmente menor e intrascendente, consistente en que la pequeña mancha decoloraba la tela. Tanto sus sábanas, sillones, alfombras, cojines, como los míos, fueron decolorando por esta costumbre, lo que nos llevó a tener que invertir en renovar todos estos accesorios y mobiliario. Claro que como dije antes, era un inconveniente irrelevante, pues ni ella ni yo vivíamos con alguien que nos fuera hacer reproches por aquellas manchitas.

El paseo de mi lengua por sobre su clítoris causó el efecto deseado, su respiración fue agitándose y haciéndose más notoria, a tal punto que su interlocutor le preguntó si se encontraba bien, a lo que Mafe respondió que no del todo, pues unos supuestos cólicos le estaban haciendo pasar un mal rato.

- Si quieres reanudamos mañana, dije el sujeto al otro lado de la pantalla
- No, dale, sigamos, y si no lo soporto te lo aviso para que continuemos otro día

Yo mientras tanto sonreía al escucharla inventar pretextos para ocultar lo que realmente estaba viviendo. Era una sonrisa auténtica, de extremo a extremo, no solo por lo que mis oídos escuchaban, sino por estar una vez más frente a tan exquisita vagina.

Me ayudaba con mis manos para acariciar su cuerpo, y parecían haberse multiplicado, pues tuve gran agilidad para pasearlas por su espalda, nalgas, piernas, abdomen, cintura, caderas, y obviamente su vagina.

Desafortunadamente para Mafe su respiración fue mutando en jadeos involuntarios y casi que inocultables, por lo que pidió a su supervisor aplazar definitivamente la conversación

Apenas se cortó la comunicación, Mafe me agarró fuerte del pelo y me hizo poner de pie para besarme, sin importarle si quiera un poco el intenso sabor a coño que emanaba de mi boca.

Luego me ordenó agacharme y continuar el trabajo que no había terminado. Me sumergí de nuevo entre su vagina mientras ella me abrazaba con sus muslos. La “técnica del gancho” con los dedos al interior de su vagina había sido perfeccionada, pues para ese momento encontraba con facilidad esa superficie corrugada al interior de su coño, que funciona como botón de encendido para el orgasmo. Mafe fue pasando rápidamente de los jadeos a los gemidos, y la presión que ejercía con sus manos sobre mi cabeza, empujándola contra su vagina, era cada vez más fuerte; parecía como si quisiera introducir mi cabeza en su coño.

Fue tal el delirio de aquella ocasión, que sus fluidos no salieron poco a poco para ir deslizándose por mi mentón, sino que fueron expulsados a presión, chocando contra mi cara, dejándola cubierta prácticamente por completo. Yo iba a tener desquite en relaciones posteriores, pues me iba a dar el gusto de descargarme sobre su rostro, aunque Mafe prefería que fuera en su interior, claro que ya habrá momento para ahondar sobre ello.

Capítulo VIII: Rueguen por nosotros los pecadores​

Mafe había cambiado radicalmente. De esa chica tímida, inocente e insegura quedaba muy poco. Ahora tenía una actitud un tanto más osada, su mentalidad era otra, ahora estaba abierta a darse la oportunidad de probar y conocer cosas nuevas...

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Capítulo VIII: Rueguen por nosotros los pecadores​

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Mafe había cambiado radicalmente. De esa chica tímida, inocente e insegura quedaba muy poco. Ahora tenía una actitud un tanto más osada, su mentalidad era otra, ahora estaba abierta a darse la oportunidad de probar y conocer cosas nuevas.

Claro que su devoción y espiritualidad no desapareció ni mermó. Yo no buscaba que fuera así, aunque no me dejaba de parecer extraño que una chica tan devota y tan creyente, saliera con alguien como yo, que era exactamente lo opuesto a eso: ateo y ciertamente irreverente a muchas de las enseñanzas de la iglesia, generalmente percibía al fiel creyente como un gran hipócrita, un impostor.

En ese tiempo, por respeto a Mafe dejé de ser blasfemo, aunque realmente me costaba porque no solo me divertía, sino que me apasionaba serlo. Me hacía mucha gracia reír con las creencias de la gente. Pero en ese entonces supe comportarme, adaptarme y quizás hasta someterme muchas veces para conservar la paz con Mafe.

Pasados unos seis meses, decidimos vivir juntos. Y como siempre la convivencia termina generando choques, por una u otra cosa, casi siempre intrascendentes. Aunque siempre logramos sobrellevarlos.

Posiblemente sus fervientes creencias fueron la principal causa de discusiones entre nosotros. Más que todo porque muchas veces no supe comprenderla, porque quizá era demasiado rígido en mi escepticismo, negándome a tolerarla en situaciones que quizá pedían algo más de comprensión, pero era demasiado inflexible para entenderlo. Y aunque esa devota personalidad podía irritarme, podía calentarme a la vez. No sé por qué, pero sentía un morbo excesivo de follar con una chica así. Ya no se trataba únicamente de su belleza, de sus piernas tersas y carnosas, de ese culo macizo, deforme, pero a la vez grandioso, o de sus tiernitos senos, que eran como la frutilla del postre. Ya no era solo su físico lo que me atraía.

Era también su forma de ser, En muchos sentidos. Me generaba ternura esa chica piadosa, amaba que siempre pudiera dibujar una sonrisa para mí. Mafe era verdaderamente amable, cordial, y en cierta medida caritativa, la admiraba por ello, y a la vez me provocaba muchos pensamientos retorcidos; maliciosos, vulgares. Fantaseaba con que era como salir con una monja hermosa y complaciente, si es que eso existe. Además, adoraba que Mafe había desarrollado y afianzado una especie de “sentido” de la mojigatería. Deliraba con eso. Con saber que esa misma chica de repetidos atuendos reservados, llena de convencionalismos, muchas veces prejuiciosa; podía ser a la vez tan caliente; saber que esa mujer de gestos elegantes e “incuestionables” valores, podía ser a la vez tan fulana.

La vi dedicar horas para pedir perdón por cosas como follar sin contar con la bendición de dios, al igual que la vi caer una y otra vez ante sus tentaciones. Ya no sabía qué creerme, no sabía si había auténtico arrepentimiento, si funcionaba como una quema de karma, si fingía para venderme la imagen de santa.

En un comienzo fue raro para mí ver a alguien tan ferviente, no podía creer que una persona tan joven dedicara tanto tiempo al rezo y la súplica; se me hacía hasta enfermizo el hecho de asistir a misa a diario, o esa constante necesidad de confesarse para sentirse aliviada; era toda una novedad para mí.

Pero fue en ese entonces que empecé a apreciar esa forma de ser. Fantaseaba con sorprenderla mientras rezaba, con pellizcarle el culo mientras permanecía arrodillada con la cabeza gacha, también con encontrarla arrodillada y agarrarla de sus cabellos dorados para conducir su rostro hacia mi falo, o pretendiendo ser el clérigo para darle como penitencia la entrega de su ojal; fantaseaba de mil maneras, Y no pasó mucho para que pasara de la fantasía a la práctica.

Al inicio ella fue permisiva, o tal vez no pudo reprimir sus instintos más primarios. No lo sé. Lo cierto es que pude satisfacer mi sed de perversión. Aunque luego Mafe fue siendo más prohibitiva, más recelosa con el respeto hacia su fe. Pudo ser también el rápido desencantamiento por su parte hacia esa situación, como si hubiese quemado la fantasía. La verdad no sé qué la llevó a terminar con estas calientes situaciones, fueron apenas un puñado, pero fueron oro puro.

Alguna vez llegué a casa y ella estaba orando, Estaba arrodillada, en silencio total, muy concentrada, repitiendo una y otra vez sus plegarias y contando pepitas de los tradicionales rosarios. La saludé sin obtener respuesta, pues su prioridad era continuar rezando. La rodee con mis brazos por la cintura, recosté mi cabeza sobre uno de sus hombros, para segundos más tarde empezar a besarla por detrás de una de sus orejas, por el cuello y por sus mejillas.

Ella me lo permitió, inclinando ligeramente su cabeza para darme el espacio suficiente de maniobra de mis labios sobre su cuello. Aunque más allá de eso no hizo nada, no se molestó por mi intromisión en su momento de oración, no pronunció palabra; ni siquiera me miró, solo continuó orando.

Ese día sentí muchas ganas de ser cariñoso con ella, así que continué por un largo rato con mis besos y caricias por los alrededores de su cuello, era mi apuesta a la fija para calentarla, aunque esa vez el apuro me venció en cierta medida. Más temprano que tarde terminé con mi cabeza bajo sus piernas. Mientras que ella seguía apoyada sobre sus rodillas en su clásica pose de sumisión, yo tumbé mi cuerpo en el suelo y arrastré mi cabeza hasta posarla debajo de sus piernas, quedando cara a cara una vez más con su coño, que para ese momento se ocultaba bajo una sexy braguita.

En esa tarde Mafe llevaba puesto uno de sus clásicos atuendos de entrenamiento: falda corta y fucsia, y top del mismo color. Y como ya mencioné, una encantadora braguita que poco y nada dejaba a la imaginación.

A Mafe le gustaba estar cómoda para ejercitarse. Ahora que había renunciado al trabajo, tenía más tiempo disponible para entrenar, y habiendo aprendido varias rutinas, no dependía de mí para hacerlo. Su cabello lucía impecable y su rostro estaba maquillado, era evidente que aún no había entrenado, posiblemente planeaba hacerlo después de su oración.

Ella continuó en su rezo, mientras yo, tumbado en el suelo me ponía una nueva cita con su entrepierna. Ella no opuso resistencia pero creo que no porque quisiera mezclar su momento de oración con una buena sesión de sexo oral, diría más bien que no se dio cuenta del momento en que mi cabeza terminó bajo su humanidad.

Lo notó apenas con el primer contacto de mi mano por sobre su tanga. La palpé suavemente, mientras que con mi otra mano acaricié suavemente su entrepierna. Ella sacudió bruscamente sus piernas, confirmando mi sensación de que no había notado el momento en que yo me había situado en esa posición de privilegio.

Fue ese el primer momento en que decidió interrumpir su oración para dirigirme la palabra.

- ¿Qué haces?, reclamo ella
- Nada, tú sigue en lo tuyo y déjate llevar.

Ella no quiso armar un drama de ello, así que continuó con su oración pero sin haberme dicho estar de acuerdo con mi plan. Lo más probable es que secretamente deseara continuar, y el reclamo habría sido su último intento de represión. Me sentí en libertad de continuar.

De nuevo empecé a frotar suavemente su entrepierna, a sentir la carne blanda de la cara interna de las piernas en cercanía al pubis. Me enloquecía acariciarle esta zona, especialmente porque era cuestión de segundos para empezar a sentirse el calor que emanaba su vagina.

Luego empecé a palparla, de nuevo por sobre su tanga. Suave y lentamente. Quería complacerla con una buena dosis de sexo oral, y sabía que para ello era necesario ser paciente y jamás precipitarme.

Después de seis meses juntos y de una infinidad de coitos, sabía que Mafe apreciaba una estimulación bien brindada, con la calma que requiere el caso, con la suficiente dedicación para pretender algún día terminar de conocer las 8.000 terminaciones nerviosas de su vagina, así que luego del tocamiento superficial por sobre su ropa interior, empecé a acariciar suavemente su vulva, especialmente con mis pulgares, como si quisiera darle un masaje.

Sabía que Mafe estaba disfrutando de la situación porque ocasionalmente la escuchaba interrumpir su oración para pasar saliva o simplemente para suspirar. El calor de su coño empezó a transformarse en humedad, la cual pude sentir por sobre su delgadita tanga.

Llegó el momento en que decidí correr ese pedacito de tela para un costado, para meterme de lleno en una buena estimulación de su clítoris. Me sentía inspirado para complacerla, sentía que era una tarde especial para mi lengua, que manejaba la situación a pesar de la ansiedad de volver a juntarse con la tierna vagina de Mafe.

Al comienzo utilicé solamente mi lengua, pero luego me vi en la necesidad de hacer uso de mis dedos para lograr que Mafe se retorciera del deleite. ¡Eso sí que era encontrar el regocijo!

Mafe dejó de apoyar su cuerpo sobre sus rodillas y dejó caer todo su peso sobre mi cara, como queriendo asfixiarme con el coño, pero yo estaba extasiado, aun hambriento de su sabor, de su ardor y de su evidente goce. Estaba pletórico atragantándome con su vagina.

No pasó mucho tiempo para que Mafe empezara a restregarse sobre mi cara, embadurnando todo mi rostro con sus fluidos. Para mí era todo un placer estar recubierto de ella, no tenía reparo alguno con eso, es más, eso me confirmaba que había logrado mi objetivo, pues era cuestión de tiempo para que Mafe se entregara a sus instintos más básicos.

Tanto así que ni siquiera fue capaz de terminar el rosario, pues llegó un momento en el que estaba desatada, completamente excitada, fuera de sí, dispuesta a rematar la jornada con un polvo frenético.

Mafe no dio tiempo a nada, se puso de pie, me miró con su rostro poseído por un gesto plenamente lujurioso, y de nuevo se agachó, pero esta vez para sentarse sobre mi pene.

La penetración fue relativamente rápida, pues su bien lubricada vagina permitió el fácil acceso de mi miembro. De ahí en adelante fue un festival de sentones, incluso con cierta sevicia y agresividad, como si quisiera desquitarse conmigo por haber interrumpido su ritual.

No hubo tiempo para quitarnos la ropa, yo andaba con mis pantalones a la mitad de las piernas, mientras que Mafe con su tanga apenas a un costado, aunque yo no dejaba de levantarle la falda para poder apreciar y acariciar sus siempre gloriosas piernas.

También llegó un momento en el que bajé su top para dejar sus senos al descubierto, lo hice con cierta agresividad, pues si ella se daba el lujo de agarrarme a sentones, no veía por qué no podía arrancar su top para deleitarme con sus pequeñitos pero muy provocativos senos.

Ocasionalmente Mafe se agachaba para ponerlos a la altura de mi boca. Yo mientras tanto la agarraba fuertemente de las nalgas para guiar sus movimientos y hacerlos todavía más contundentes, potentes y profundos.

Pero a pesar de que yo ayudaba con mis manos a guiar los movimientos de Mafe, el cansancio la derrotó, así que me pidió que cambiáramos de posición. En ese instante sentí un fuerte deseo de penetrarla contra la pared.

Nos pusimos de pie, le di vuelta y la penetré sin contemplación alguna. Me encantaba ver las carnes de sus nalgas temblar con cada uno de mis empellones.

No sé por qué esa tarde sentí deseo de agarrarla fuertemente del cuello, solo sé que pasó y que ella no opuso resistencia. Con mi otra mano apoyaba su rostro contra la pared, sometiéndola por completo, La estaba castigando por sus pecados. Esa era su penitencia por ser tan guarra.

Para ese entonces ya teníamos consensuado que una buena sesión de sexo debía terminar con mi semen recorriendo el interior de su coño. Tras varios meses de noviazgo eso ya no era problema, pues habíamos acordado nuestra planificación.

Mafe tenía una gran fijación, diría incluso que una obsesión con que se le corrieran dentro, pues según ella era todo un placer sentir el momento de la eyaculación, decía sentirse encantada desde que “el pene ‘convulsiona’ en mi interior, hasta el momento en que siento líquido caliente escurriendo en mí”.

De hecho era una obstinación ciertamente rara, pues en aquella época en que utilizábamos condón, Mafe lo revisaba al terminar, no precisamente para ver si estaba roto, sino para ver la cantidad de esperma que había en este; dibujando una gran sonrisa en su rostro cuando veía una gran cantidad allí depositada, era todo un festejo, como si de un tesoro preciado se tratara.

Esa tarde, con ella recostada sobre la pared y con una nueva descarga entre su vagina iba a terminar otro de tantos coitos memorables con mi mojigata adorada.


Capítulo IX: Quedando inmundo​

Algo más de 500 años han pasado desde el fin de la Edad Media, precioso periodo para el afianzamiento de los ideales de la Iglesia, época de represión y castigo ante cualquier pensamiento libidinoso, pero a la vez de excesiva perversión ante tanta prohibición...
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Capítulo IX: Quedando inmundo​

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Algo más de 500 años han pasado desde el fin de la Edad Media, precioso periodo para el afianzamiento de los ideales de la Iglesia, época de represión y castigo ante cualquier pensamiento libidinoso, pero a la vez de excesiva perversión ante tanta prohibición.

Se dice que en la Edad Media se creía que una de las causas para la ulceración del pene era acostarse con una mujer que tenía el “útero sucio”, corroído por el veneno, veneno que hoy conocemos como la regla o el periodo.

Debo reconocer que en esta etapa de mi vida y de nuestra relación, tuve un enrome interés por aprender un poco más de las costumbres, las tradiciones y la vida en general durante la Edad Media. Básicamente por haber sido el periodo de afianzamiento de los patrones de comportamiento aceptados por la Iglesia, que perduran en cierta medida hasta nuestros días, y que rigen el actuar y el día a día de personas como mi amada Mafe.

Quería entender el porqué de sus creencias, para luego fantasear con llevarlas al extremo opuesto. Quería sentirme como cualquier de los blasfemos o impúdicos de ese periodo oscurantista.

Aunque no me aportaba nada verdaderamente valioso, dediqué muchas horas a la lectura y a la investigación de la Edad Media, especialmente a conocer sobre la tradición católica y las prácticas sexuales de aquella época.

Fue así que empecé a adquirir gusto por prácticas, cosas o rituales que antes difícilmente habría imaginado. Desde cosas tan simples como follar en cuatro, considerado como una gran ofensa antinatura por la Iglesia de esos tiempos, hasta los juegos de dominación y perversión más osados.

Claro que Mafe no era una obsesa de las creencias católicas de ese entonces, de hecho no creo que las conociera, no creo que supiera que el sexo oral estaba mal visto por ser un acto lejano a los fines reproductivos y puramente ligado al placer, tampoco creo que estuviera muy de acuerdo con aquello de satanizar la masturbación, con eso de considerarla uno de los más grave pecados, siendo que para el momento en que nos conocimos, ella la practicaba bastante por su cuenta, y ahora mucho más con mi ayuda.

Y mucho menos creo que Mafe supiera que en esa época, y quizá en la actual, no lo sé, la Iglesia condenaba las relaciones sexuales que se practicaban en posiciones diferente al misionero. A mí, por ese entonces me encantaba hacerlo de pie, preferiblemente de frente, viéndola a la cara, apreciando sus gestos de placer; frente a frente para poder morder sus labios y atraparlos entre mis dientes, o sencillamente para alternar besos entre su cuello y sus pechos.

Se dice que en la Edad Media la gente iba a las iglesias para fornicar, no por ser un lugar que evocara el erotismo o el deseo, sino más bien porque permanecían vacías la mayor parte del tiempo, lo que las hacía un lugar ideal para el coito por la discreción que brindaban. En nuestros tiempos es un poco más complejo pues están vigiladas y el tránsito de gente es mayor, aunque eso depende también del templo y la urbe en que esté ubicado.

En todo caso supe imposible eso de mantener relaciones en una iglesia, pero no fue impedimento para disfrutar de nuestra sexualidad. Decidí acompañar a Mafe a misa todos los domingos, pero no porque estuviese interesado en la eucaristía ni el sermón del cura, sino porque era una hora que le dedicaba al manoseo público de mi bella novia.

No importaba la prenda que recubriera sus piernas, mis manos iban a parar en su entrepierna cada domingo. La primera vez que lo hice, ella se molestó y reprochó mi actuar al momento de salir del templo, pero yo hice caso omiso a sus regaños y advertencias, pues estaba obsesionado con dar rienda suelta a mis perversiones, y una de ellas era excitar a Mafe en medio de una misa.

Lo logré en más de una ocasión, y sin sonrojo o arrepentimiento alguno digo hoy que valió la pena.

En mi cabeza predominó la idea de que era como ganar una guerra, en la que mis dedos equivalían a las tropas, que iban avanzando camino a invadir la trinchera del enemigo, que era la vagina de Mafe. Ella oponía resistencia apretando sus piernas, juntando la una con la otra para evitar la avanzada de mi mano, pero era una batalla que no estaba lista para ganar, pues no había ejército capaz de detener la avanzada de mi mano por sus piernas.


Me generaba mucho morbo el hecho de saber que Mafe consideraba excesivamente pecaminosa esta situación, me generaba mucha excitación el poder ser observado por cualquiera de las viejas pellejas que suelen ocupar los banquillos de las iglesias los domingos; verlas escandalizadas solo hacía que mi obsesión creciera.

Claro que yo recompensaba a Mafe por esto. La recompensaba entregándole la posición de poder y dominio durante la mayoría de nuestros coitos. Aunque esto era beneficioso para ambos, pues mientras Mafe daba rienda suelta a sus perversiones, yo me desbordaba de placer al verla libidinosa, al verla impúdica y viciosa.

Pero había una perversión que me dominaba por encima de cualquier otra: fornicar cuando Mafe tenía el periodo. Al comienzo ella se mostraba reacia a que eso ocurriera, era como si sintiera vergüenza por poder mancharme durante la cópula, o por el olor que pudiese emanar de su zona íntima, por el sencillo malestar que le causaba estar con la regla, o quizá porque conocía la palabra de dios frente al tema y prefería contenerse.

“También todo aquello sobre lo que ella se acueste durante su impureza menstrual quedará inmundo, y todo aquello sobre lo que ella se siente quedará inmundo”, estipula Levítico 15:19-23.

Pero a mí todo eso me enloquecía, el hecho de ver mi pene recubierto de ese néctar que define su feminidad, ese mismo que en la Edad Media consideraron como un veneno corrosivo para el miembro viril del hombre.

Y con el tiempo ella fue disfrutando también de los polvos durante esos días, decía que eso le causaba cierto alivio a los fuertes cólicos menstruales que la acompañaban durante su periodo.

Así que se nos volvieron habituales esos encuentros sexuales pasados por sangre. Era como una costumbre, como una tradición que, creo, los dos esperábamos con ansiedad. Especialmente yo, pues desarrolle una fuerte perversión con penetrarla mientras menstruaba.

Eran coitos verdaderamente memorables. Lamentablemente no contaban con la tradicional sesión de sexo oral que solía darle a Mafe. Me limitaba a tocarla y a masturbarla, pero sin la ayuda de mi lengua. Eran también ocasiones en que se invertía la situación, la que brindaba sexo oral era ella. Yo no deliraba por sus mamadas, pero sentir ocasionalmente sus labios deslizarse sobre mi falo no tenía pierde alguno.

Claro que lo mejor era el momento de la penetración, pues su sangre actuaba como un lubricante de primer nivel. Esta no tardaba mucho en aparecer, en mezclarse con sus otros fluidos y en recubrir mi pene mientras se deslizaba por su hirviente coño. No sé cuál era mi fascinación con esto, pero era evidente que existía; enloquecía totalmente en ese momento en que veía mi pene salir bañado en su sangre, sabiendo que volviera a enterrarse en su humanidad para repetir el ritual una y otra vez, hasta el orgasmo.

Durante sus días Mafe era poseída por el espíritu de la lujuria, su apetito sexual se acrecentaba, y las ganas de cumplir fantasías eran moneda corriente. Esos polvos, además de estar bañados en sangre, se caracterizaron también por el desate de mi bella Mafe para dar rienda suelta a sus fantasías. Pare ese entonces ya había ampliado su repertorio de deseos. Golpear y ser violada ya no era lo único que ansiaba, ahora Mafe se le medía a cumplir fantasías como follar en el balcón, aunque en horas de la noche para no llamar tanto la atención; salpicar mi torso con su sangre, o simplemente dominarme con un alto grado de agresividad durante el coito, palabras soeces incluidas.

Es difícil describirla, pero en Mafe podía convivir esa chica de personalidad tímida y sumisa, a la vez que podía convertirse en una depravada de tiempo completo. A mí me encantaba que fuese así, que pudieran confluir rasgos de personalidad tan opuestos sin que se perdiese la esencia de su ser.

Capítulo X: Los juegos de la líbido​

Hasta aquí había logrado un avance notable con Mafe. Poco y nada sobrevivía de esa chica reservada, llena de complejos, baja de autoestima y amor propio. Ahora era mucho más segura de sí misma, y una sonrisa permanente en su rostro era señal de su renovada felicidad...

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Capítulo X: Los juegos de la líbido​

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Hasta aquí había logrado un avance notable con Mafe. Poco y nada sobrevivía de esa chica reservada, llena de complejos, baja de autoestima y amor propio. Ahora era mucho más segura de sí misma, y una sonrisa permanente en su rostro era señal de su renovada felicidad.

Pero algo de esa “moralidad” impuesta e inducida sobrevivía en ella. No faltaban las ocasiones en que ella se reprochaba a si misma el incurrir en conductas inmorales o impuras. No faltó tampoco la ocasión en que lo hizo hacia mí, incluso llegando a proponerme asistir a un retiro espiritual que nos llevara a la reflexión y al cambio.

Evidentemente no estuve de acuerdo, no solo porque en mi condición de acérrimo ateo veía esta actividad como una estafa, sino porque realmente la encontraba poco provechosa. Mi deseo hacia ella no iba a disminuir porque un grupo de párrocos me dijera que así tenía que ser, y viendo lo enganchada que estaba ella hacia mí, me parecía que tampoco lo lograrían con ella.

De todas formas no me dejaba de parecer absurdo que luego de tanto tiempo juntos, del trabajo constante de mi parte para despojarla de ese discurso de arrepentimiento y sumisión, existieran aún rezagos de esa mentalidad que la había llevado a ser una reprimida durante casi toda su vida.

Debo confesar que verla de nuevo en ese plan de culpa y arrepentimiento, me produjo rabia e impotencia, pues no concebía que luego de tanta felicidad a partir de la liberación, persistieran en ella estos deseos de someterse a convencionalismos tan obsoletos.

Pero esa rabia se convirtió en oportunidad, pues si mi bella Mafe se sentía culpable y pecaminosa, iba ser yo quien la liberara de sus tormentos, iba ser yo quien le dictaría su castigo; claro que muy a mi manera.

Quería hacer de esta situación toda una fantasía hecha realidad. Conseguí un traje eclesiástico, y lo tuve guardado hasta la siguiente ocasión en que Mafe viviera una de esas crisis de culpabilidad.


El esperado día llegó. Fue así entonces que la encontré un día rezando, arrodillada, con la cabeza gacha, sus manos juntas y su torso ligeramente encorvado.

Corrí a ponerme mi atuendo de sacerdote informal para sorprenderla y luego dar rienda suelta a mis fantasías. Me acerqué a ella, la tomé del mentón y levanté su rostro.

- ¿Qué te atormenta hija?
- No juegues con esto
- No te lo tomes a mal, es para evitarte ir al confesonario
- Pero tú no eres párroco
- No lo soy, pero de algo puede que sirva esto en tu inconsciente para aliviar esos cargos de consciencia
- Pero tú ya sabes qué es lo que me atormenta
- No importa, lo que quiero es que lo exteriorices para que dejes de sentirte culpable…adelante hija
- Bueno, padre, lo que ocurre es que mantengo relaciones con mi novio y no estamos casados, no contamos con la bendición de dios, pero además incurrimos en varias conductas impuras
- ¿Como cuáles hija?
- Tenemos sexo durante mi periodo, nos masturbamos mutuamente, nos damos sexo oral
- Hija, eso no es del todo grave, aunque de todas formas debo darte una penitencia. Date vuelta y reza diez ave María y un padre nuestro
- ¡Qué leve!
- Ni tanto…

Una vez que Mafe se dio vuelta, le di una palmada en su trasero. Ella no se lo esperaba, me lo confirmó al girar su cara y mirarme con cierto desagrado y sorpresa.

- ¿Qué haces? Me lastimaste
- Es parte de tu penitencia

Escucharla decir que le había lastimado me generó cierto cargo de conciencia, pero entendí que no había sido algo realmente grave, pues de haber sido así se habría puesto en pie y se habría retirado.

Empecé a sobar sus nalgas, como tratando de redimirme por el daño causado y a la vez para sentirlas una vez más entre mis manos. Ese día Mafe llevaba puesta su pijama, lo que facilitó la sensación de mis manos sobre sus carnes, dado el poco grosor de la tela. A la vez que sobaba su culo, empecé a besarla por el cuello, sabiendo que no había forma de fallar con eso.

Era extraña la escena, Mafe en Pijama y yo vestido de cura, afortunadamente nadie nos estaba viendo.

Mafe se olvidó rápidamente de sus culpas, de sus tormentos por sus conductas pecaminosas, estaba claro que una buena cantidad de besos por su cuello eran suficientes para hacerla cambiar de actitud. Claro que esto era algo que me generaba cierto temor, pues era tan contundente el hecho de besarla por el cuello, que cualquiera que lo hiciera iba a conseguir calentarla.

Luego empezamos a besarnos, y mientras eso ocurría, metí mano en su entrepierna. Concretamente empecé a frotar la cara interna de sus muslos, buscando aproximarme a su apetecible coño.

Su pijama constaba de un pantaloncito corto y una blusa, atuendo que la hacía lucir completamente deseable, y que a la vez otorgaba grandes facilidades a la hora de despojarla del mismo.

Mientras nos besábamos fui abriendo su blusa para liberar sus hermosos y delicados senos. Empecé a acariciarlos suavemente con mis dedos índice, como dibujando un círculo alrededor de su pezón.

- ¿Habías imaginado alguna vez a un cura acariciando tus pechos?
- No lo dañes, no me pongas a pensar en lo pecaminoso de lo que estamos haciendo porque se me corta el rollo…

Mafe tenía razón, así que la besé como para cerrar el capítulo de mi torpeza al preguntarle semejante tontería.

Mis manos se posaron en sus nalgas para amasarlas, para apretujarlas, para sentirlas en todo su esplendor. Todavía llevaba puesto el pantaloncito de su pijama, pero este era lo suficientemente delgado como para permitirme apreciar su culo en su verdadera dimensión.

Cuando le saqué el pantaloncito, noté sus nalgas ciertamente coloradas, aunque no necesariamente por la contundencia de mi golpe, sino porque su piel era tan pálida que, al más mínimo contacto, tomaba ese color rojizo. De todas formas me sentía culpable por la agresión, así que decidí compensarla con una buena sesión de sexo oral.

Lo del atuendo del sacerdote pudo haber sido una mala idea en ese momento en que Mafe pudo haberse sentido ofendida, pero al final no hubo arrepentimiento alguno de mi parte, es más, la terminé considerando una idea genial, pues me había avivado el morbo, había sido como una experiencia voyeur, pues a pesar de ser yo quien protagonizaba la situación, en mi mente la vivía como un tercero, como un observador que veía a Mafe disfrutando con un cura. “La muy puta no se corta a pesar de que sea un sacerdote el que le come el coño”, pensaba para mis adentros.

El juego del cura fornicador se nos fue volviendo cada vez más habitual, a pesar de que Mafe siempre expresaba un cierto malestar moral por ello. Para mí era raro el hecho de ser joven, no estar casado y estar recurriendo a juegos que usualmente utilizan las parejas para reavivar la llama de la pasión. Lo nuestro era algo diferente, pues yo deseaba a Mafe independientemente de la forma como vistiéramos, era más un capricho insano por ultrajar su fe.

Y entre juego y juego, fuimos avanzando y adentrándonos cada vez más en caminos más pecaminosos. El juego del “cura fornicador” fue adquiriendo mayores dosis de perversión. Las penitencias fueron variando, aunque siempre apuntando a terminar en coitos desenfrenados.

Claro que la fantasía del cura fornicador fue apenas un juego de críos al lado de lo que se me ocurriría después. Fue una época en la que realmente estuve muy desquiciado.

Sinceramente fue un juego apto para jugarse una sola vez. No se trató de una fantasía apta de repetición, pues haberlo hecho habría terminado en un fetiche de dominación.

Recuerdo a la perfección ese sábado. En la noche del viernes Mafe y yo salimos, primeros fuimos a cenar a unos de estos restaurantes de comida creativa, y rematamos la noche en un rumbeadero. Bailamos y bebimos hasta las dos o tres de la mañana. Vencidos por el cansancio y el efecto del licor, partimos a casa para descansar.

El sábado desperté muy temprano, aunque sin los devastadores síntomas de la resaca, apenas un ligero dolor de cabeza y nada más. Eran aproximadamente las seis de la mañana, y a pesar de tener vía libre para continuar durmiendo por el resto del día, no pude conciliar el sueño.

Luego de media hora tratando de volver a dormir, me rendí y decidí levantarme, prepararme un café y aprovechar el tiempo. La verdad no tenía nada en mente para pasar el rato, pero una vez que me puse en pie y miré a Mafe dormida, empecé a proyectar lo que haría.

Verla allí acostada, vistiendo apenas unas braguitas y una camiseta corta, sin nada debajo, fue suficiente motivo de inspiración. Planear lo que iba a hacer no me tomó mayor tiempo, de hecho, pude hacerlo en unos cinco o diez minutos, mientras preparaba mi café. Estaba lúcido para maquinar mi siguiente perversión, que valga aclarar, no se me había ocurrido antes.

Entre mi equipamiento para ejercitarme busqué lazos y bandas elásticas, pues eran los únicos implementos que iba a necesitar para ejecutar mi plan. Una vez los encontré, volví al cuarto y en medio del sigilo empecé a amarrar a Mafe. Ella estaba profunda, pero preferí ser silencioso porque haberla despertado habría echado a perder mi plan.

La até a la cama con los brazos extendidos horizontalmente. Con una de las bandas elásticas até sus piernas, una con la otra. Mafe había quedado en la clásica posición de Cristo en la cruz. Ahora solo tenía que esperar a que ella despertara. Estaba ansioso por la llegada de ese momento. No quería precipitar las cosas, quería que ella despertara por sí misma y se sorprendiera al verse inmovilizada y en dicha posición. Acerqué una silla, tomé entre mis manos esa maravillosa obra titulada Trópico de cáncer, y me senté a leer y a esperar por el ansiado momento.

Mafé despertó sobre las nueve de la mañana aproximadamente, evidenciando algo de malestar en su rostro por la excesiva ingesta de licor la noche anterior. Claro que eso pasó a un segundo plano una vez que se vio allí, inmovilizada sobre la cama.

- ¿Y esto, a qué se debe?
- Es tu nuevo castigo
- ¿Y por qué se supone que estoy castigada?
- Por entregarte a los placeres mundanos. Tus manos están inmovilizadas para que no puedas volver a agarrar una botella de licor entre ellas, y tus piernas juntas para que no puedas entregarte a los placeres de la carne. Has sido crucificada para redimirte por tus pecados
- No juegues con esto
- No estás en posición de darme lecciones de moralidad, no por lo menos después de la forma como te has comportado…

En ese momento me puse en pie, me acerqué a ella y empecé a acariciar suavemente sus piernas. Ella insistía en que dejara de jugar con eso, “de verdad, me estoy enojando”, dijo ella mientras mis manos seguían paseándose lentamente por su cuerpo semidesnudo.

Su enojo iba a ser muy efímero, pues fue cuestión de segundos, quizá un par de minutos, para que el discurso de molestia quedara guardado en sus adentros. Ya sabía yo que despertar el apetito sexual de Mafe era suficiente para apaciguar esa faceta pudorosa.

Subí ligeramente su camisa, sin llegar a descubrir sus senos, y empecé a deslizar lentamente mis uñas por su torso. Rápidamente su delicada piel se fue tornando rojiza, fueron quedando los rastros de mis uñas al pasar.

Mafe guardó silencio y me dejó continuar sin oponer resistencia alguna. Realmente no era mucho lo que podía hacer, aunque pudo haberlo hecho de palabra, pero no fue así.

Posé mi lengua en la parte más baja de su esternón y empecé a deslizarla hacia abajo, aunque antes de llegar a su zona íntima me detuve. No quería precipitarme, quería dedicar el tiempo necesario a este juego, quería que fuera una experiencia digna de recordación, tanto para ella como para mí.

Acaricié su abdomen, sus piernas y su rostro. Me encantaba tomarla de la mejilla con ternura, peinarla delicadamente con mis dedos, y contemplarla a la vez que la imaginaba entregada a la concupiscencia.

Mafe me miraba fijamente mientras le acariciaba, clavaba su mirada en la mía, como tratando de leer lo que pensaba. “¿Qué es lo que más te gusta de mí?”, preguntó Mafe rompiendo el hasta entonces extendido silencio.

Antes de empezar a responder, posé una de mis manos sobre su vagina, que aún estaba resguardada por sus braguitas. Puse la palma de mi mano sobre su vulva, y comencé a frotarla lentamente.

- Tu alma Mafe, tu esencia es lo que más me gusta de ti. Tu forma de ser me da tranquilidad, me transmite paz. Tu capacidad para comprender a los demás, tu habilidad para siempre empatizar. Tu destreza para imponerte ante la adversidad, tus aptitudes para lograr convencimiento sobre otros. No solo me gustas por eso, sino que te admiro. Pero especialmente me gusta que has sido capaz de reinventarte, de dejar a un lado creencias, ideologías y demás, para aceptarme, y para aceptar nuevas formas de ver y apreciar la vida.
- ¿Y de mi cuerpo que es lo que más te gusta?
- Podríamos pasar el día entero y no acabo Mafe. Me gustas toda, de pies a cabeza. Me encanta tu cabello, cuando lo luces cepillado y arreglado, como cuando lo llevas desordenado y salvaje, como ahora. Tus hombros al desnudo, resaltados por un vestido escotado, también me enloquecen. Tu rostro de facciones finas y gestos elegantes. De hecho, tu rostro es precioso incluso a primera hora de la mañana cuando lo lavas y lo veo sin el engañoso maquillaje. Tus manos suaves, delicadas y pequeñas me parecen muy lindas, me evocan ternura. Igual que tus pechos, que poco se desarrollaron, pero que lo hicieron lo suficiente para satisfacer gustos como el mío. Tus nalgas, a pesar de no tener la curvatura ideal, son carnosas, blanquitas y temblorosas, ideales para desatar mi locura. Aunque apelando a la sinceridad, he de decir que el rasgo físico que más me gusta de ti son tus piernas. Siempre fueron motivo de deseo para mí: largas, macizas, bien contorneadas, tersas; diría que son un peligro para el orden público
- ¿Sabes?...Jamás me habían dicho algo así. Nunca pensé que pudiera provocar eso en alguien. Me ha calentado escucharte decir todo eso sobre mí.
- Lo noto…

Hasta ahí no había dejado de acariciar su concha por sobre su ropa interior. Podía sentir la forma como el calor en esa zona empezaba a surgir, pero no quería precipitarme. Me gustaba esto de hablar y elogiar a Mafe a la vez que la consentía.

- ¿Crees que soy buena en la cama?
- Obvio, sino no estaba contigo
- Puede que lo hagas porque no tienes más a la mano
- Para nada Mafe. He fantaseado contigo desde que te conocí, y no dejé de hacerlo ni siquiera cuando pude tenerte. Al comienzo eras un poco frígida, pero te soltaste rápidamente. También creo que había algo de torpeza o descoordinación entre nosotros, pero nos fuimos entendiendo rápidamente.
- Bueno, el sentimiento es mutuo. A mí me has revelado todo un mundo. No tuve la oportunidad de probar con mucha más gente, pero hoy creo que no me hace falta
- ¿Qué es lo que más te gusta del sexo conmigo?
- Me encanta que piensas constantemente en complacerme. Me encanta como me masturbas y adoro tu sexo oral
- Bueno, pues así las cosas voy a concederte la liberación de tus piernas para proceder a consentir tu vagina como tanto te gusta.

Desaté las piernas de Mafe, de modo que ahora era posible que las separara. Bajé su braguita, y empecé a acariciar su vagina con la palma de mi mano. Inicialmente sin intromisión alguna de mis dedos, sencillamente con el frote superficial de mi mano por sobre su vulva.

Para ese momento su coño estaba ardiendo y ligeramente húmedo. Pero aún hacía falta estimularlo de verdad. Era hora de poner mi lengua en acción, pues no iba a descansar hasta dejar sus piernas temblorosas.

Sus muslos se abrieron complacientes, y mis labios chuparon esa pulpa encarnada, ese fruto que destilaba ese licor exquisito del cual solo yo había bebido.

Su clítoris saliente, creciente y notorio, y el enrojecimiento de su vagina eran señales adicionales de estar logrando mi cometido. También lo eran sus gemidos, que para ese momento eran más resuellos que otra cosa.

Su vagina se encharcó, y su cuerpo se contorsionaba en la medida que las ataduras se lo permitían, lo que fue una clara señal de que era hora de la penetración.

Jugué un rato con mi pene sobre su vagina, paseándolo, frotándolo y golpeándolo sobre esta. Ella guardaba silencio, pero con su mirada me pedía ser penetrada de inmediato. Pero yo quería disfrutar del momento, quería hacer de su ansiedad un arma a mi favor. Junté sus piernas y metí mi pene entre ellas, como simulando la penetración que haría minutos después.

Antes de introducir mi miembro por primera vez, volví a besarla, como tratando de causarle una distracción para el momento en que nuestros genitales se unieran.

Mi pene entró con gran facilidad, se deslizó hasta el fondo en cuestión de centésimas de segundo. El entorno de humedad facilitó ese momento, era como tirarse por un tobogán.

Mafe seguía con sus manos atadas, por lo que no podía utilizarlas para acompañar su expresión durante el coito. Tenía apenas sus ojos para manifestarme su sentir, su boca para expresar sus pedidos, y sus piernas para emular los abrazos que sus brazos no podían dar.

Su respiración se fue agitando rápidamente, también se hizo más constante ese ademán de pasar saliva y especialmente el de morderse los labios.

Mis movimientos eran relativamente lentos, aunque por la humedad de su vagina tendían a hacerse más rápidos, no porque yo quisiera, sino porque era tanto el deslizamiento que era complejo lograr un ritmo lento y pausado.

Se hizo presente ese sonido tan diciente de los cuerpos al chocar, acompañado por nuestros gemidos, siendo Mafe la encargada de producir las altas tonalidades.

Mafe fue abriendo y levantando cada vez más sus piernas, facilitando así una profunda penetración. Yo incrementé el ritmo, como si realmente buscara castigarla, aunque mucha expresión de sufrimiento no había en el bello rostro de Mafe.

Ella pidió para que le desatara las manos, pero para ese momento yo estaba obsesionado por follarla, era esclavo de mis instintos más básicos, así que no podía procesar el pedido de Mafe, y mucho menos concebir interrumpir el coito para desatarla.

De repente desaceleré por completo el ritmo de mis empellones. Hice una pausa para acomodarme y para agarrarla del cuello con una de mis manos, como tratando de asfixiarle. Mis movimientos pasaron a ser lentos, pero contundentes, como tratando de dejar el alma en cada uno de los empujones. Mafe apenas sonreía.

La había sometido tanto como había querido, era hora de desatarla y entregarle la iniciativa. Una vez que le liberé, nos arrodillamos sobre la cama y nos fundimos en un apasionado beso que acompañamos rodeándonos mutuamente con los brazos.

Luego Mafe me empujó, me tumbó sobre el colchón, se sentó sobre mí y empezó una intensa cabalgata. Esta versión de Mafe, que llevaba ya una buena cantidad de meses ejercitándose, no sintió el cansancio por fornicar en esa posición, podía aguantar tanto como quisiera, por lo que aún nos quedaba un buen rato para seguir entregándonos a nuestras pasiones.

Estando sobre mí, Mafe me cacheteó, sonrió luego de hacerlo, yo no pronuncié palabra y continué agarrándola del culo mientras me cabalgaba. Pasados unos segundos volvió a hacerlo, ahora con su otra mano y ejerciendo su castigo sobre mi otra mejilla. No tenía reparo alguno en que sus golpes fueran fuertes, de seguro mi cara estaba colorada después del par de bofetadas.

Eso realmente la excitaba, su vagina lo expresaba, pues el aumento de su humedad luego del par de cachetadas fue evidente. Sus sentones también fueron aumentando en intensidad, parecía como si quisiese aplastar mi pelvis. Y si bien el cansancio no la venció, la llegada al orgasmo si lo hizo, pues fue ahí cuando derrumbó su cuerpo sobre el mío para sumergirse en un intenso beso.

Podía sentir los fuertes y rápidos latidos de su corazón al juntar su pecho con el mío, podía sentir sus piernas espasmódicas del cansancio y del esfuerzo, y podía sentir que a pesar de su orgasmo, esto todavía no había terminado.

Mientras nos besábamos, giramos nuestros cuerpos, quedando ella nuevamente debajo de mí. La penetración fue lenta, por lo menos mientras nos mantuvimos besándonos, pero luego volví a incrementar el ritmo. Ella me agarraba fuertemente del culo, como buscando que la penetración fuera cada vez más profunda.

Separé mis labios de los suyos para posarlos en su cuello. Sus gemidos se transformaron en susurros en los que Mafe decía solo dos cosas: “¡Qué rico!” y “¡duro, duro!”.

Hice caso a su pedido, separé mi cara de su cuello, me alejé un poco de su cuerpo apoyándome en mis brazos, como quien va hacer una flexión, y empecé a penetrarla duro, incrementando poco a poco la velocidad de mis movimientos. Mafe empezó a darme cortos y tiernos besos en los pectorales, aunque luego empezó a morderme.

Sin embargo, fue cuando rasguñó mi espalda que causó mi estallido, una vez más al interior de su coño, como tanto le gustaba.

Estaba agotado pero satisfecho, las piernas de mi bella Mafe habían quedado convulsas, tal y como me lo había propuesto. Nuestros cuerpos estaban empapados en sudor, y el ambiente de la habitación estaba saturado de ese intenso olor a sexo. Había sido un coito intenso y plenamente satisfactorio para los dos, pero iba a ser la última vez que íbamos a incurrir en esta fantasía, básicamente porque estaba cumplida.

El resto del día lo pasamos en la cama, compartiendo como pareja y descansando no solo de la intensa jornada de sexo, sino de los efectos de la resaca que aún quedaban en nosotros, que fueron disipados durante el coito por efecto del alto estado de excitación, pero que se hicieron presentes nuevamente una vez que liberamos oxitocina y dopamina.

Capítulo XI: En búsqueda del 'santo grial'

Mafe era una mujer verdaderamente espectacular, maravillosa, pero sinceramente yo pensaba que nuestra relación no tenía futuro, estaba condenada a morir. Le admiraba mucho, era complaciente con ella, cariñoso y bastante entregado, pero no estaba seguro de quererla auténticamente...

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Capítulo XI: En búsqueda del 'santo grial'​

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Mafe era una mujer verdaderamente espectacular, maravillosa, pero sinceramente yo pensaba que nuestra relación no tenía futuro, estaba condenada a morir. Le admiraba mucho, era complaciente con ella, cariñoso y bastante entregado, pero no estaba seguro de quererla auténticamente.

No por lo menos cuando también podía malpensar muchas veces de ella. Y no porque una pareja esté obligada a ser perfecta, tendrá manías o defectos como cualquiera; pero el que yo percibía de ella quizá no era compatible ni aceptable; no podía haber auténtico cariño hacia alguien que percibía como hipócrita. No porque lo fuera conmigo, pero si porque vivía siendo completamente doble con casi todos los demás. Era una cualidad que me hacía vivir lleno de desconfianza, vivía convencido en que esa falsedad algún día iba a jugar en mi contra.

Pero a pesar de ello, del eterno recelo que vivía en mi cabeza, tenía una enorme dependencia hacia ella. La había asumido como parte de mi diario vivir y me gustaba, quería ver hasta dónde podían llegar las cosas.

Tampoco voy a negar que su libidinosidad me tenía atrapado, casi adicto. A pesar de haber fornicado una y otra vez con ella, no me cansaba de hacerlo, parecía inagotable el deseo que tenía hacia la siempre deseosa y deseable Mafe.

Era de alguna manera raro porque lo que siempre me había pasado era llegar a un punto de agotamiento, de aburrimiento al coger con la misma chica. Con Mafe no me pasó eso, cada polvo fue de alguna manera memorable.

Aunque he de confesar que las fantasías fueron agotándose, o quizá, más que agotándose, fueron cumpliéndose, por eso dejaron de ser fantasías, eran sueños cumplidos. Pero había algo que todavía no había probado, y por lo menos yo estaba ansioso de hacerlo. Quería que Mafe me entregara su culo.

Hasta ese entonces nunca lo charlamos, y mucho menos lo intentamos. Era como si existiera un pacto tácito de que era ‘campo santo’.

Cuando follábamos en cuatro, era cuando más lo deseaba, pues era en esos momentos cuando lo tenía de frente, era ahí cuando tenía ese ojal coqueteándome, como haciéndome ojitos para aventurarme a explorarlo. Pero no me atrevía a retirar mi pene de Mafe para introducirlo a traición por su ojete. Estaba seguro de que eso le molestaría y marcaría el fin del polvo que estuviéramos echando en ese momento, además de mermar su confianza.

Entendía que debía convencerla, casi como la primera vez que follamos, sabía que debía llenarla de confianza y tranquilidad para tan aventurado paso. Pero no podía ser frentero tampoco, no podía decirle así como así que me entregara su culo, pues sabía que ella se iba a negar rotundamente.

Una noche, durmiendo junto a mi bella Mafe, soñé que la penetraba por allí, por su misterioso ojete, y obviamente, siendo un sueño, todo era perfecto, ella lo disfrutaba e incluso me pedía ser más agresivo en la aventura contranatura. Pero cuando desperté, me estrellé contra la realidad. Estaba allí acostado junto a Mafe, pero solamente durmiendo. Yo estaba completamente excitado por las imágenes que segundos antes se habían apoderado de mi mente. Empecé a besarla por el cuello mientras dormía, como buscando despertarla, como tratando de encender la llama de la pasión que no había estado presente en nuestro dormitorio esa noche, por lo menos hasta ese momento.

Ella despertó, y aún somnolienta estiraba su cuello y me alentaba para que la siguiera besando. Me arrimé a ella, y estando los dos acostados de medio lado, fue evidente mi miembro erecto chocando contra sus nalgas, como quien pide permiso para entrar. Empecé a acariciar lentamente sus piernas..

- ¿Te apetece una mamada?
- Es lo mínimo por haberme despertado – respondió Mafe dibujando una leve sonrisa en su bello rostro
- Pero quítate la camisa, que antes quiero besarte por la espalda, quiero consentirte como lo mereces

Tenía pensado ir bajando poco a poco, besando lentamente sus hombros, descender por su espalda hasta llegar a sus nalgas y aventurarme a darle un beso negro, advirtiendo que jamás lo había hecho, y sin saber cómo iba a reaccionar Mafe.

Comprendía que Mafe tenía que estar completamente excitada, que ella tenía que alcanzar la cúspide del deseo, para permitirme avanzar en mi intento de incursión rectal. Mientras paseaba lentamente mis labios por su espalda, le acariciaba sus piernas, les rozaba la yema de mis dedos y ocasionalmente las arañaba levemente.

Cuando le saqué las bragas, acaricié su vulva, posando la palma de mi mano sobre ella. Simultáneamente dirigí mi boca hacia su ojete. Mafe se sorprendió por completo, apretó sus nalgas una vez que sintió mis labios y mi lengua tratando de establecer contacto con su ano.

Ese freno en seco me hizo buscar tranquilizarla. Recurrí a la vieja y confiable frase de “no va a pasar nada que tú no quieras”, buscando calmarla. Volví a dirigir mi boca hacia su ojal y antes de juntarlos le dije “es solo algo que quiero probar”.

Sinceramente fue asqueroso, pero la excitación que le causé no tiene precio. Fue cuestión de segundos, de un par de pasadas de mi lengua por su ojete para verla retorcerse del placer contra el colchón. Entendí que era el momento de seguir avanzando, por lo que dirigí uno de mis dedos hacia el objetivo, pero una vez hizo el mínimo contacto, Mafe volvió a retraerse, volvió a juntar sus nalgas, como un movimiento reflejo que buscaba impedir cualquier ingreso. Le repetí de nuevo, “no va a pasar nada que tú no quieras”, aunque esta vez no tendría efecto, ya que Mafe tenía bastante claro lo que no quería que pasara. Por mi parte supe que había fracasado en mi intento por explorar su culo.

Terminamos echando un fogoso polvo de madruga. Siempre era apetecible sentir la humedad de Mafe en medio de la oscuridad y a primera hora de la mañana, pero yo quedé con esa sensación de cuenta pendiente. En mi cabeza seguía dando vueltas la palabra fracaso, pues estaba realmente obsesionado con tener sexo anal con Mafe, aunque sabía que eso estaba lejos de cumplirse.

De todas formas, no iba a dejar de intentarlo. Era cuestión de ser paciente y persistir.

Más tarde esa misma mañana, ya con la luz del sol sobre nosotros, mientras desayunábamos, y antes de partir a la oficina, le pregunté a Mafe cómo se la había pasado con el polvo espontáneo de la madrugada.

- ¡Súper! Estuviste diez puntos. Me quedé tan relajadita, y terminé descansando muy bien
- A mí también me encantó, aunque me causó algo de desilusión que no me dejaras probar cosas nuevas
- ¿A qué te refieres?
- A que quise consentirte ese hermoso y respingado culito, pero me bloqueaste la entrada
- Bueno, es que eso no está hecho para eso. Para el placer y la reproducción está la vagina, y el culo para excretar.
- Quizá, pero te vi disfrutar muchísimo cuando te estimulé con mi lengua
- No fue muchísimo
- Lo habría sido si me hubieses dejado avanzar
- Se te va a hacer tarde para llegar al trabajo…


Mafe estaba siendo completamente recelosa con este tema, y la verdad no imaginaba la manera de ablandarla, de convencerla para cumplir esa fantasía.


Me volví un poco intenso con el tema durante esos días. Le recordé esa vieja versión suya que temía y se resistía al sexo, y que terminó cambiando casi que al extremo opuesto. Traté de convencerla comprando lubricantes, o tratando de convertir la situación en un juego. Pero parecía que no había poder humano que pudiera convencerla de acceder.

Claro que lo más sorprendente fue que su postura negativa hacia el sexo anal fue pasando del argumento de la prohibición contranatura, a un tipo de chantaje emocional. “Tú y yo no contamos con la bendición de dios, no tenemos una hipoteca, no tenemos un hijo, no tenemos nada que nos una verdaderamente. No veo por qué debo acceder a una pretensión tan osada con alguien con quien no tengo un verdadero lazo…”.

Escucharle decir eso me enervó, enfurecí por completo, pues entendí su postura más como un chantaje que como cualquier otra cosa. Salí furioso de casa. Estaba sorprendido de que Mafe me estuviera sometiendo a este tipo de condicionamientos. De hecho, no sabía que pretendía ¿Tener un hijo o casarnos a cambio de su culo? No estaba dispuesto a pagar un costo tan alto.

Esa tarde salí de casa a dar un paseo, a tratar de calmarme por la actitud que había tomado Mafe frente a mis deseos y nuestra relación. Tanto así que llamé a una amiga para contarle lo acontecido y pedirle consejo. Me aconsejó apelar a la ternura, llevarla a un punto de excitación total a punta de mimos, cariñitos, y tratos dulces. Yo sentía que había intentado eso y había fallado. Pensé en saciar mis deseos con una prostituta, pero rápidamente desistí de ello; nunca ha sido afecto al plan de ir de putas.

De todas formas era algo que me obsesionaba. Era una ilusión que tenía y que no estaba dispuesto a dejar desvanecer, así como así. Le di muchas vueltas en mi cabeza sobre la forma de convencerla. Y tanta meditación dio sus frutos, fueron varios planes los que elucubré para conseguir mi cometido.

El primero de ellos fue por la línea de la recomendación que me dio mi amiga: ser tierno con Mafe a la hora de intentarlo.

Decidí entonces reservar una cabaña a las afueras de la ciudad, obviamente con su correspondiente adquisición de vino, cena y la típica cursilería de escribirle un mensaje de amor con pétalos de rosa sobre la cama.

Le dediqué días a pensar cada uno de los detalles de la velada. Lo primero fue comprarle un abrigo, que le regalaría en el inicio de la noche. En uno de los bolsillos introduje la reserva de la cabaña.

La reacción de Mafe al recibir el abrigo fue la esperada, no cabía de la dicha, y su embeleso fue en aumento al descubrir el tiquete de la reserva. Tomamos el coche y partimos rumbo a lo que parecía ser la noche más romántica de nuestro noviazgo y mi esperado acceso a la ‘tierra prometida’.

El sitio era realmente acogedor. Era una casa de campo en adobe, con un ligero aroma a roble, luces tenues, con un decorado rústico, chimenea en el salón principal, y un camino de pétalos de rosa a la habitación, la cual tenía su propia decoración también con pétalos de esta flor.

La cena también la encargué con antelación, y para mi satisfacción no hubo contratiempo alguno en su entrega. Es más, pasaron cerca de diez minutos desde que habíamos entrado a la cabaña y el momento en que llegó la cena. Ensalada de escarola y peras caramelizadas como guarnición y como plato principal salmón glaseado con naranja y romero. La cena la acompañamos con un Domaine Alain Graillot Crozes, un exquisito vino tinto que bebimos al calor de la chimenea.

Realmente fue un momento romántico, que ocultaba a la perfección mi malsana intención de desvirgarle el culo a mi hermosa Mafe.

Fue tal el regocijo de Mafe, que fue ella quien empezó con una larga tanda de besos a modo de recompensa por mi romántica, y hasta entonces desinteresada, sorpresa. Nos fundimos en un fuerte abrazo que acompañamos con besos mientras caminábamos de forma tambaleante hacia el dormitorio.

Caímos sobre el colchón y continuamos besándonos por un largo rato, mirándonos a la cara con un repetitivo gesto de ternura. El ademán de acariciar la mejilla del otro también se hizo reiterativo.

Mafe se sacó la camisa, el sostén y me pidió que le besara los pechos. Acepté de inmediato, no había motivo para oponerme a tan grata petición. Me ayudé con uno de los pétalos para estimular a Mafe. Lo pasaba levemente por sobre su torso, apenas rozando su piel, mientras ella reía y me pedía frecuentemente que la besara.

Me detuve por un instante, me puse en pie y fui al salón principal en búsqueda de otra botella de vino. La destapé y volví al cuarto. Empecé a regarlo de a pocos sobre el pecho de Mafe, sobre su abdomen, sobre su pubis, quería sazonarla un poco con la sangre de Cristo

Mafe solo permanecía allí sobre la cama, casi que inmóvil, disfrutando el sentir mi lengua y los pétalos de rosa paseando por su cuerpo. Pero de repente quiso cambiar de rol, se puso en pie casi de forma abrupta y me tumbó sobre la cama. “Dime si te gusta…”, dijo ella antes de empezar a menearse mientras se sacaba lentamente los pantalones. No voy a mentir, el baile erótico no era su mayor virtud, pero debo reconocer que tuvo una gran actitud con la demostración que hizo.

Me puse en pie y la abracé para de nuevo fundirnos en un apasionado beso. Luego le pedí sentarse o acostarse en la cama, mientras yo le devolvía el espectáculo del show erótico. Tampoco creo que se me haya dado muy bien, pues era la primera vez que lo hacía, pero Mafe por lo menos se divirtió al verme hacerlo.

Eso sí, estuve siempre pendiente de tener lubricante a la mano, pues era indispensable para llevar a cabo mi plan.

Una vez quedamos desnudos nos acostamos y continuamos besándonos. Las caricias también se hicieron presentes. No sé si el tiempo se nos hizo largo o si realmente dedicamos mucho tiempo a esta introducción romántica del polvo, lo cierto es que fue verdaderamente extensa.

Como era de esperarse, la estimulación de su vagina con mis dedos y con mi boca no pudo faltar. Mafe se acostó sobre la cama, abrió un poco sus piernas y con solo su mirada me invitó a que le comiera el coño. Para mí, esto se había convertido en uno de los grandes placeres de la vida.

Empecé con unos cortos besos por sus pies para luego ir subiendo por sus tobillos hasta llegar a sus muslos y concentrarme allí por un buen rato. Mi lengua empezó a deslizarse por ellos, sintiendo su piel erizarse.

A pesar de que yo estaba buscando ser romántico y regalarle un rato inolvidable, Mafe tenía algo más de prisa. El accionar de sus manos, tomándome del pelo para clavar mi cara en su vagina, me lo confirmaba. Pero pronto volví a recorrer sus piernas, alejándome de ese objetivo rosa y caliente. Sencillamente porque quería tenerlo entre mi boca en su punto máximo de ardor.

El calor de su zona íntima empezó a emanar, y el pasar de mis dedos por sobre su vulva confirmó la creciente humedad. Era hora de dedicarme a comer ese postre llamado clítoris.

El de Mafe era ciertamente especial, no por alguna característica concreta, sino porque lo conocía a la perfección, sabía para ese entonces como estimularlo con mi lengua, con mis dedos, mirando o sin mirar; sabía cómo manipularlo para hacerla tocar el cielo.

Ella era un adicta del contacto de mi lengua con su clítoris, por eso era bastante normal que me abrazara con sus piernas cuando mi cara se entrometía entre su pubis. Ya era un clásico de nuestros coitos que yo levantara la cara con el mentón recubierto de esos fluidos con sabor a elixir sagrado. Mafe clavaba sus uñas en el colchón mientras apretaba las sábanas y de su boca escapan un cortitos suspiros, era todo un festival.

Sin embargo, esa noche fue especial por algo más, y es que Mafe se animó a darme una mamada, pero lo hizo con tal grado de perversión que terminé disfrutándola a pesar de su pobre técnica.

Fue ella quien me invitó a dejarme caer sobre la cama, y luego se abalanzó sobre mi pene para introducirlo en su boca y regalarme la que fue la mejor mamada desde que habíamos empezado a salir.

En un comienzo sus ojos se enfocaron en mi rostro, con esa mirada cómplice y pervertida de quien busca asegurarse estar dando placer a su contraparte. Pero luego sencillamente los cerró y continuó con su trabajo, como si en realidad estuviese disfrutando de tener mi miembro entre su boca. Fue inevitable descargar un poco de esperma en ese momento, pero no a causa de un orgasmo, sino de esta que va saliendo casi que de forma involuntaria antes del clímax. Ese fenómeno que algunos han definido sabiamente como que “antes de llover, chispea”.

El semen corrió hacia afuera de su boca, empezó a deslizarse por una de las esquinas de sus labios y a bajar por su mentón. Y aunque yo pensé que la reacción de Mafe iba a ser de asco o rechazo, sencillamente sonrió al dejar correr esa pequeña cantidad de esperma por su rostro.

Mafe decidió que era momento de pasar de la estimulación oral al coito, por lo que se acomodó para montarme y dejó deslizar mi pene entre su humanidad. Una gran sonrisa se dibujó en su cara al sentirme dentro, y a partir de allí empezó a sacudirse hasta terminar en una feroz cabalgata.

Tumbado en la cama y acariciando sus piernas, veía sus pequeños senos saltar al ritmo que se lo imponía el movimiento de su cuerpo. Ocasionalmente Mafe inclinaba su cabeza hacia atrás, como mirando hacia el techo, mientras dejaba que sus caderas hicieran el trabajo de marcar el ritmo y la labor de generar placer a todo su ser.

De follar en esta posición me encantaba el hecho de sentir la humedad de su pubis sobre el mío, también el hecho de jalarla hacia mí con un abrazo para sentir sus senitos rozando sobre mi pecho, o mejor aún, el hecho de poder ponerlos entre mi boca.

Mafe aguantó un buen rato montándome, pero llegó el momento en que el cansancio la venció, por lo que en un rápido movimiento se dio vuelta, quedando apoyada sobre sus rodillas, en una clara invitación a cogerla en cuatro.

Antes de penetrarla, decidí acariciarle una vez más su apetecible coño, y es que para mí era todo un delirio sentir sus fluidos en mis manos, poder sentir mis dedos deslizarse con facilidad entre su vagina era otro de mis grandes delectaciones. Mafe no se opuso, pues creo que sentía la misma obsesión que yo, aunque de su parte por mojar mis dedos con su coño. Era mutuamente apetecido.

Una vez satisfecho el deseo de sentir la humedad de su concha en mis manos, nació nuevamente la de sentirla pero con mi miembro. Así que procedí a penetrarla, y fue ahí que comprendí que se acercaba la hora de la verdad. Estaba una vez más con su ojete de frente a mí, mirándome a la cara.

Arranque lentamente, encargándome de acariciar su espalda, sus hombros y su abdomen al mismo tiempo que le penetraba. La sonoridad de sus gemidos fue en aumento a pesar de que los movimientos no eran bruscos ni severos.

Decidí entonces empezar a acariciar su ojete, por lo menos de forma superficial, a modo de primer acercamiento para tantear la situación. Mafe no reaccionó, aunque creo que desde ese momento sospechó hacia dónde iba todo.

Yo, al ver que no hubo reacción, entendí que era un gesto de condescendencia. Me animé a meter la punta de mi dedo índice. Ahí sí hubo reacción de su parte, el clásico ademán de echar el cuerpo hacia adelante, juntar las nalgas y apretarlas.

- Tranquila Mafe, va a ser solo un poquito. Si no te gusta paramos

Mafe guardó silencio por unos instantes, pero luego terminó cediendo a mis pretensiones.

- Está bien. Por probar, pero seré yo quien mande
- ¡Como digas! Por cierto, traje esto para ayudarnos

Fue ahí cuando me puse en pie y tomé el pequeño frasco de lubricante entre mis manos. Sonreí, me unté un poco en los dedos y empecé a esparcirlo sobre su ojete. “Mafe, termine como termine esto, tengo que decir que te amo. Y no te lo tomes como algo menor, pues es la primera vez que lo digo sinceramente”.

Había un cierto grado de mentira en ello, pero no fue algo que dije solamente por conseguir mi cometido, realmente estaba confundido y creía poder estar realmente enamorado de Mafe.

- ¿Quieres que te lo bese?, pregunté
- Bueno, dale

Como todo estaba pensado, el lubricante tenía sabor, por lo que el beso negro no terminó siendo del todo desagradable. Mafe pareció disfrutar de mi lengua paseándose por su ojete. Un par de movimientos involuntarios me confirmaron el descontrol placentero que estaba viviendo.

Las cosas parecían ir por buen camino, así que una vez más me animé a introducir uno de mis dedos. Poco a poco mi dedo índice empezó esa misión de explorar territorio desconocido.

Por respeto a Mafe le pedí hacer una pequeña pausa para buscar una menta entre mis cosas, comerla y librarme así del mal sabor y darme la libertad de poder volver a besarla.

Una vez retomada la acción volví a esparcir un poco de lubricante en su ojete para introducir de nuevo mi dedo, esta vez a mayor profundidad. Mafe dejó escapar un par de lamentos, aunque realmente nada de qué preocuparse. Mi dedo entró del todo, se movió muy poco en su interior y luego lo fui retirando lentamente. Salió evidentemente untado de ; la ‘tierra prometida’ estaba llena de la ‘greda prometida’. Era sencillamente asqueroso, pero en ese momento estaba loco perdido por terminar de ejecutar mi magistral plan.

- ¿Probamos ahora con dos deditos?
- No, vamos al grano de una vez
- ¿Segura?
- Sí, segura
- Mafe, eres lo máximo. ¡Te amo!

Claro que mi dicha iba a llegar pronto a su fin, porque una vez que entró el glande, Mafe me pidió detenerme. Así lo hice, me detuve, se lo saqué y le apliqué más lubricante para de nuevo intentar la ansiada penetración anal. Sin embargo, a mitad del estrecho camino, el grito de Mafe fue desgarrador, y una vez más me pidió detenerme. Esta vez fue definitiva, pues parecía bastante adolorida, por lo que yo también sentí que era el momento de abortar la misión. De todas formas valoraba la voluntad de Mafe al pretender permitirme llevar a cabo mi plan, pero sencillamente su cuerpo y su mente no estaban preparados para ello.

- Lo siento, dijo Mafe al ver la decepción dibujada en mi rostro
- No Mafe, discúlpame tú a mí. Discúlpame por si te hice daño, y discúlpame por si te hice sentir forzada a hacer algo que no querías
- Relájate, estoy bien. Forzada no me sentí, fui yo quien aceptó el juego. Aunque es la última vez que lo intento.
- Más allá de que no pude cumplir mi fantasía, no eches en saco roto lo que te he dicho, te amo Mafe.

Mafe me besó, acarició mi mejilla y me pidió rematar el polvo que habíamos empezado y que la fantasía contranatura por poco nos arruina. Yo no podía negarme a un pedido de Mafe, más si este consistía en follarla, así que la apoyé contra una pared, la penetré y sin expresarle mi verdadero sentir, la folle con furia por la imposibilidad de haberla cogido por el culo.

A modo de recompensa Mafe me permitió correrme sobre su cara, entendiendo que ver su rostro recubierto de esperma era una de mis grandes fascinaciones. Claro que la noche no terminó ahí, pues el romanticismo del lugar, la cena y demás, fue un detonante para una velada cargada de actividad sexual y orgasmos.

Pero a pesar de que había sido una noche llena de placer y cariño, el objetivo principal no había podido cumplirse. Mafe había cambiado de postura, ya no me estaba “vendiendo” su culo a cambio de compromiso, sencillamente lo había intentado y no había resistido.

No sabía qué hacer pues mi obsesión seguía vigente y no estaba dispuesto a renunciar a cumplir mi fantasía. Estaba viviendo un verdadero tormento ya que penetrar a Mafe por el culo se me había convertido en una obstinación que no podía olvidar, y si bien había pensado en uno y otro plan para lograrla, el que había ejecutado esa noche era el mejor de todos, era mi plan A, B y C.

Bueno, sinceramente había pensado en un plan B y en un plan C, pero iban en contra de lo que pensaba, de mi esencia. El plan B era penetrarla a traición, y el plan C era embriagarla para llevar a cabo mi fantasía.

Sabía que de ninguna manera podrían salir bien, pero la obsesión me venció. Era como si me hubiese vuelto adicto a algo que nunca había probado, o por lo menos no del todo.

Lo primero que intenté fue la penetración a traición, obviamente pasado un tiempo prudente desde esa velada de romanticismo y experimentación. Fue en uno de tantos polvos ocasionales, teniendo a Mafe en cuatro, inocente de lo que iba a sentir. Fue un gesto que poco quiero recordar, pues además de haberle causado daño a mi hermosa Mafe, no disfrute al ser algo fugaz, agresivo y poco empático hacia una persona a la que juraba querer.

Esa acción, además de marcar el final del coito que estábamos teniendo, me causó una fuerte discusión con Mafe, y un enorme cargo de consciencia.

Mafe era excesivamente bondadosa, o quizá me quería demasiado, por lo que terminó perdonando mi abusiva intromisión. Y con su perdón desapareció mi cargo de consciencia y reapareció una vez más ese deseo malsano.

Así que llegué entonces al plan C, recurrir al licor para hacerle perder la consciencia, y así tener vía libre para hacer con ella lo que se me antojara. Claro que no era tan sencillo como suena, ya que Mafe no habituaba a beber. De hecho, era muy raro que lo hiciera. Pero tampoco era una misión imposible, ya tenía en mente la forma de conseguir que Mafe y el licor se hicieran amigos íntimos por una noche.

Fue cuestión de invitar a una cena en casa a uno de mis amigos, a él y a su pareja. Mafe los aborrecía, su compañía le resultaba tediosa e incluso desesperante.

- La vamos a pasar bien, será una linda cena de parejitas. Y luego podemos rematar la noche con una salida a bailar, al cine, no sé…
- ¡Ni muerta! Vamos a comer con ellos, yo voy a poner buena cara el tiempo que dure la cena, me embriagaré, esperaremos a que se vayan, y luego me lo harás acá, sobre la mesa del comedor. Ese va a ser nuestro plan esta noche.
- Bueno, también suena bien, dije con una hipócrita sonrisa en mi cara.


No sé por qué Mafé le tenía tanta repulsión a Santiago y su chica. Es cierto que eran un poco friki, un tanto intensos y un poco inoportunos, pero no creo que hasta el punto de llegar a aborrecerlos. Pero bueno, esa noche iba a ser una ventaja para mí toda esa repulsión que sentía Mafe hacia ellos.

Mi mente maquiavélica quiso prever todo lo necesario para hacer realidad mi plan. De nuevo conseguí lubricante, unas mentas para el mal sabor de boca, y un buen ron, pues ese licor específicamente la embriagaba y le activaba su faceta más carnal.

Santiago y su novia, Laura, llegaron a eso de las siete de la noche, y fue necesario solamente que cruzarán la puerta para que Mafe empezara a empinar el codo.

Yo también bebí, aunque muy poco, pues quería estar en plena forma, como un campeón, a la hora de ejecutar mi fantasía. Para mí no era tortuoso sostener una conversación con Santiago, al fin y al cabo era mi amigo, de toda la vida, aunque sinceramente si era un tipo muy raro. Era de aquellas personas que creen en hipótesis extrañas como que el sol es frio, pero se siente caliente por acción de la atmósfera terrestre, y está dispuesto a gastar horas para explicar su punto y especialmente para defenderlo. También era un tipo muy devoto, aunque realmente no sé de qué religión. Era normal en él empezar a hablar de las bondades de su secta, de las innumerables “evidencias” de su fe, y de lo errado que estaban todos los demás en sus creencias o en su agnosticismo. Y así como era un radical con su dogma, lo era con sus apreciaciones o gustos por la música. Escuchar una canción de un ritmo que no soportara, liberaba al nazi que llevaba en su interior. Tenían todos los elementos para ser detestable, aunque yo le apreciaba, pues nuestra amistad se había forjado mucho tiempo atrás, antes de que desarrollara características de personalidad tan singulares.

El reloj empezó a correr y mi plan iba tomando forma, pues a Mafe ya se le empezaban a notar los efectos del exquisito ron que bebimos esa noche, si no recuerdo mal la marca era Arehucas, aunque puedo equivocarme.

Claro que no todo fue perfecto, pues el licor fue desinhibiendo a Mafe, lo que liberó esa cara antipática y cortante que era tan difícil de ver en ella. Yo recurrí a las indirectas para hacerle saber a Santiago y su novia que era hora de irse a casa, y aunque tardó en entenderlas, finalmente lo hizo.

Cuando ellos partieron, Mafe estaba en un alto estado de embriaguez, aunque aún le faltaban un par de tragos para perder la razón, que era lo que yo buscaba para cumplir mi plan. Bebimos esas copas de más en medio de besos y manoseos.

La hora de la verdad había llegado. La desnudé, la acaricié, e incluso la estimulé un poco con mi boca en su vagina. Aunque no dediqué mucho tiempo porque el objetivo era otro. Además ¿Qué más daba si Mafe estaba dormida? ¿Para qué tanto estímulo?

Tomé el lubricante entre mis manos y empecé a verterlo sobre su ojete. Pero cuando me disponía a introducir uno de mis dedos entre su culo, hubo algo que me frenó. Un repentino freno, uno de esos ligeros choques eléctricos que produce la mente consciente cuando advierte que se trasgreden los límites.

Empecé a cuestionarme lo que estaba haciendo, el hecho de aprovecharme del estado inconsciente de una mujer a la que supuestamente amaba. Era tan similar como el actuar de un violador. Me sentí sucio y mísero. Tanto que juzgaba a Mafe por su hipocresía, y resultaba que era yo quien realmente lo era.

No pude hacer nada. La excitación desapareció con la llegada de esos pensamientos deshonrosos. Me puse de nuevo mis pantalones. Tomé a Mafe en brazos, la llevé al dormitorio, le puse un camisón y la acosté.

Estando ya en la cama y sufriendo del insomnio típico que aqueja a quien se siente indecoroso, reflexioné una y otra vez sobre mi actuar, sobre lo que había pretendido hacer y no hice, pero especialmente sobre la autenticidad del amor que creía sentir por Mafe. Comprendí que realmente si existía un sentimiento de afecto, pues de no ser así, no me habría detenido en mi mal intencionado plan. Pero dudaba seriamente que se tratara de amor. Comprendí esa noche también que Mafe era una mujer muy especial, pero yo no la merecía. Ahora solo me restaba pensar la forma de decirle a Mafe que era hora de cortar. No quería confesarle que había pretendido ejecutar tan aberrante plan, que había sido un canalla, pues quería que ella conservara un bonito recuerdo de lo que alguna vez existió entre nosotros.

Y si bien no le confesé tan rastreros pensamientos y planes que tuve para ella, si le di a entender que no la merecía, que era muy poca cosa para alguien verdaderamente valioso como lo era ella.

El adiós fue doloroso para ambos. Para ella porque quizá no se lo esperaba y no quería aceptarlo, y para mí porque me había habituado a ver amaneceres y atardeceres a su lado, a delirar con el sentir de sus carnes sin encontrar el cansancio por ello, incluso a escuchar sus rezos a toda hora del día, a ser cómplice de sus convencionalismos como respuesta a su condescendencia hacia mis deseos.

Capítulo XII: La boda de 'Piti'​

El tiempo pasó y las heridas fueron cerrando. Tanto Mafe como yo rehicimos nuestras vidas, pero el destino nos tenía previsto un último encuentro, que quizá iba a ser el más trascendental de toda nuestra historia juntos...

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Capítulo XII: La boda de 'Piti'

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El tiempo pasó y las heridas fueron cerrando. Tanto Mafe como yo rehicimos nuestras vidas, pero el destino nos tenía previsto un último encuentro, que quizá iba a ser el más trascendental de toda nuestra historia juntos.

Al comienzo fue difícil desprenderme de los recuerdos y del deseo por estar con Mafe, pero poco a poco lo fui aceptando. Bien dicen por ahí que el tiempo todo lo cura, y esto no fue la excepción.

Sin embargo, una tarde al llegar a casa me vi totalmente sorprendido con una carta de invitación que había llegado. Se trataba de la boda de Tatiana, la mejor amiga y confidente de Mafe, o ‘Piti’ como ella la llamaba cariñosamente.

Verdaderamente fue algo que me tomó por sorpresa, pues no me esperaba jamás que Tatiana me invitara a algo tan propio y quizá tan íntimo como su matrimonio; no éramos grandes amigos, es más, diría que apenas conocidos.

De inmediato pensé que esto tenía que ser obra de Mafe. Invitarme tenía que haberse dado solamente por pedido suyo. Dudo que habiendo tanto tiempo desde finalizado nuestro noviazgo, y teniendo tanta confianza entre ellas, Tatiana no se hubiese enterado. Era imposible.

Tenía que ser por pedido de Mafe. Era más que obvio. Y esto me puso a pensar de más en ella, por lo menos ese día en que recibí la invitación. Comencé a recordar momentos específicos de los que pasé a su lado. De los buenos y los malos. Llegué a ponerme algo melancólico, aunque fue cuestión de horas, pues al día siguiente desperté habiendo superado esa sensación de nostalgia.

Claro que no dejaba de inquietarme por qué Mafe le había pedido a su amiga que me invitase a su matrimonio ¿Tendría planeada una venganza? ¿Querría pedirme que volviéramos? ¿Tendría alguna noticia para mí? ¿O quizá solo quería verme y no se atrevía a decírmelo? Le di muchas vueltas en mi cabeza, pero ante la incertidumbre solo podía calmarme y esperar al anhelado día en el que resolvería el misterio de esta inesperada invitación.

Decidí invitar a mi mejor amiga, de toda la vida, para que fuera mi acompañante en el matrimonio de Tatiana. No quería ir solo, más todavía cuando suponía que Mafe iría en compañía de alguien, y yo no podía quedarme atrás. Claro que, pensándolo bien, era un plan bastante estúpido, pues Daniela, al ser mi amiga de toda la vida, era conocida por Mafe, y ella sabía bien que entre nosotros no había nada más allá de una amistad.

Alquilé un smoking blanco, que no sé si era adecuado para la ocasión, pero siempre me había hecho ilusión lucir uno, así que me di el gusto. Gusto que terminaría con sabor a poco luego del “tremendo banquete” que me iba a dar en la recepción de la boda.

La noche anterior estuve muy nervioso, como si fuera yo el protagonista del evento, pero nada que ver. Sencillamente lo estaba por el hecho de ver a Mafe luego de tanto tiempo. Desde que terminamos solo nos habíamos visto un par de veces. La primera de ellas tan solo unos días después de finalizada la relación, en una de esas jornadas en que Mafe recogió sus cosas de mi casa para apartarse de mi vida para siempre. La otra fue un encuentro casual en el centro de la ciudad, que nos dio tiempo para tomar un café y charlar por un rato fugaz.

A pesar de que la ansiedad se apoderaba de mí, decidí llegar a la mitad de la ceremonia, más que todo para no tener que soportar toda la retahíla de la misa. La iglesia estaba a reventar, por lo que fue imposible saludar a los novios más allá del benevolente cruce de miradas al final de la ceremonia. Tampoco pude encontrarme de frente a Mafe, aunque en la recepción de la boda ya habría momento para ello.

De hecho fue imposible no hacerlo, pues los novios habían previsto sentarnos en la misma mesa. Para mí tenía completo sentido, pues no sabía en qué otra mesa podían incluir a alguien como yo. También entendí el plan de Mafe, que tal y como lo avizoré, había ido acompañada, de quien parecía ser su nueva pareja. Era una especie de pulso para demostrarme que había superado nuestra ruptura, que lo había hecho de mejor manera que yo.

Me pareció ciertamente infantil que tuviese un gesto así, pero entendía también que muchas veces, para reafirmar la confianza en uno mismo es necesario acudir a este tipo de argucias, y así quedarse tranquilo.

No voy a negar que la vi hermosa, radiante, sencillamente espectacular. Su cabello estaba suelto, completamente lacio, y tan radiante como nunca antes. Su cara sin evidenciar imperfección alguna, obviamente ayudada por un buen maquillaje que habría tardado horas en aplicarse, pero esencialmente fundamentada en lo terso de su piel, pues Mafe era una de esas chicas que gasta grandes cantidades en cremas rejuvenecedoras y demás. Aunque lo mejor de verla esa tarde fue su vestuario. Mafe llevaba puesto un vestido rosa o fucsia, no sé bien cómo definir la tonalidad, pero lo cierto es que dejaba al descubierto su espalda, demostrando a la vez lo sensual que puede ser esta zona sin ser una de las que una mujer esté pendiente de embellecer; a la vez que exponía gran parte de sus siempre elogiadas y deseadas piernas. Era un vestido en una pieza, que se ceñía a la perfección a su bien concebida silueta.

Y si bien el vestido la hacía ver sensual y distinguida, a la hora de sentarse la hacía ver apetecible, pues parecía como que sus piernas se desparramaban hacia los costados, como tratando de escapar de la asfixia de un vestido pensado para evocar al pecado.

De su novio debo decir la verdad, era un tipo agradable aunque ciertamente introvertido, muy risueño y acomedido, pero un tanto empalagoso de tanto servilismo. No recuerdo su nombre, no estoy seguro, si no me equivoco era Hernán. Algo que por el contrario se me haría inolvidable era su cara de monaguillo, de niño bueno. Estaba hecho casi que a pedido de Mafe, por lo menos aparentaba ser un alma de dios.

Sus actitudes y su forma de expresarse también confirmaban ese carácter blando, sumiso y santurrón. Me preguntaba de dónde lo habría sacado Mafe, y más aún, me preguntaba si este sujeto sabía lo calentorra que podía ser su novia.

Yo lo sabía a la perfección, y es innegable que desde el primer momento que vi a Mafe esa tarde, surgieron pensamientos sucios en mi mente. Un cruce de miradas con ella me iba a confirmar que el sentimiento era mutuo. Pero posiblemente se trataba solo de deseo, de malos pensamientos, de ahí a la acción hay un buen trecho, más todavía con el obstáculo que implicaba la presencia de su novio en el lugar.

Claro que mi deseo fue en incremento, y en mi cabeza tomó el carácter de irrenunciable e innegociable la posibilidad de fornicar con Mafe esa misma tarde. Tendría que pensar la forma de distraer a su novio, a la vez que la forma en que iba a seducirla, la estrategia para crear el instante adecuado para llevar a cabo esa fantasía.

Daniela fue esencial para lograr mi cometido. Durante la cena le comenté mis intenciones, y ella, como buena confidente, se ofreció para distraer al inocente novio de Mafe. Su plan no era muy elaborado, consistía básicamente en sentarse junto a él, darle conversación y compartir una buena cantidad de tragos. De hecho, yo fui parte de esa conversación en un comienzo, básicamente con la intención de retarle para beber, pues no parecía un tipo muy habituado al consumo de licor.

El diagnóstico fue acertado, Hernán fue entrando rápidamente en un estado de ebriedad. Supe que podía confiar en Daniela, dejar en sus manos la creación de la distracción para concretar mi anhelado plan.

Le propuse a Mafe bailar. Era algo que yo disfrutaba y que sabía que ella también, por lo que difícilmente se negaría. Su novio no era muy amigo del baile, y menos sufriendo dificultades para conservar el equilibrio. “Ve tranquila que yo te lo cuido”, le dijo Daniela a Mafe cuando ella le comentó a su novio que estaría bailando un rato.

Mafe era una mujer verdaderamente hermosa. Bailar una vez más con ella me permitió estar cara a cara para apreciar su rostro, la profundidad de su mirada, sus carnosos y apetecibles labios, su fina y delicada nariz, e incluso las imperfecciones de su piel, que, por lo menos a mí, me hacían percibirla más bella.

No dudé en expresarle lo hermosa que se veía esa tarde, ni lo bien que olía, ni lo mucho que le lucía ese vestido. A lo que ella respondió con su sonrisa y un tímido gracias.

El baile me dio la oportunidad de juntar mi cuerpo con el suyo, y con ello de evocar a la memoria un momento que seguramente resultó fascinante y trascendental para ella.

- ¿Te acuerdas que la primera vez que lo hicimos nació de un roce involuntario de nuestros cuerpos?
- ¿Cómo me voy a olvidar?... Es más, si te digo, recuerdo la fecha exacta de ese día. Aunque dudo que te pase igual a ti, respondió ella
- Tienes razón, no puedo recordar con exactitud la fecha, pero si recuerdo cada detalle de esa noche, que también fue maravillosa para mí

Guardamos silencio por unos segundos, seguimos bailando con nuestros cuerpos pegados, y mi erección fue en constante crecimiento. Era más que evidente que Mafe sabía lo que estaba provocando en mí.

Yo procuraba, mediante el baile, llevar a Mafe hacia un punto ciego para su novio, a un lugar en el que le resultara imposible vernos. Poco a poco fui logrando mi cometido, llevar a Mafe a una de las esquinas del recinto, esquina en la que el ángulo y el constante flujo de personas haría prácticamente imposible que Hernán controlara visualmente a Mafe. Una vez ahí me aventuré a besarla, encontrándome con la grata respuesta de su complacencia. Mafe fue tan partícipe del beso como yo. Claro que cuando nuestras bocas se separaron me preguntó “¿Qué haces?”, como quien no quiere la cosa.

No respondí nada, por lo menos de palabra, apenas le hice saber con mi mirada que no creía en lo más mínimo en su reclamo. Inmediatamente volví a besarla. Al finalizar ese beso, y acariciando su pelo por detrás de su oreja, le dije:

- No sabes cuánto te he extrañado Mafe
- ¿Y entonces por qué me dejaste?
- No te dejé Mafe, te liberé de compartir tus días con alguien que no está hecho a tu altura
- Suena muy lindo, pero no responde a mi pregunta ¿Por qué decidiste terminar con lo nuestro?
- Siento que de alguna manera te estaba utilizando, pero no vale la pena ahondar en ello, no es necesario arruinar este momento recordando algo tan ingrato como eso. Solo quiero que nos dejemos llevar, que vivamos esto como un último encuentro.
- Pero Hernán…
- Hernán no tiene por qué enterarse, dije interrumpiéndola antes de que la invadiera la sensación de culpabilidad.

La tomé suavemente de una de sus mejillas y de nuevo nos sumergimos en un largo beso. Claro que esos tiernos besos fueron convirtiéndose en un frote constante de nuestros cuerpos, fueron transformándose en la expresión mutua del deseo de juntar algo más que nuestros labios, nuestras almas.

Volvimos a la mesa donde estaban Daniela y Hernán, aunque solamente de momento, más que todo para disimular. Mafe le comentó a su novio que me acompañaría a fumarme un cigarrillo y enseguida estaríamos de vuelta. Claramente era un embuste, ya que yo no fumo.

Hernán, evidentemente afectado por el licor, asintió con la cabeza y siguió en su conversación con Daniela.

Hicimos el amague de salir del recinto, aunque rápidamente volvimos a entrar y nos encerramos en uno de los baños. Estos eran amplios y aseados, no eran los típicos cubículos, sino que eran un cuarto como tal, y lo mejor de todo es que había muchos, por lo que no íbamos a sentir el apuro de alguien que en verdad necesitara el sanitario.

El vestido de Mafe nos facilitó mucho las cosas, fue cuestión de subirlo un poco para ponerme manos a la obra. Sabía que no contaba con mucho tiempo, pero para mí era inconcebible no besar la vagina de Mafe. Lo había hecho en gran cantidad de ocasiones, sabía de lo mucho que ella disfrutaba de esto, y no estaba dispuesto a renunciar a la posibilidad de ponerme cara a cara con su coño una vez más, que además podría ser la última.

La adrenalina se apoderó de Mafe, y su vagina humedeció rápidamente. Fue cuestión de segundos para que mi lengua sintiera el correr de sus fluidos. Habían pasado casi que un par de años desde la última vez en que había sentido emanar ese ardor de su coño, y era tan espectacular, tal y como lo recordaba.

La subí sobre el mesón del lavamanos para que estuviese cómoda al momento de recibir la estimulación de mi lengua sobre su clítoris. Mis manos se movían casi que con desespero por sobre sus piernas, manejando tal grado de ansiedad que no sabía dónde posarlas, donde situarlas para sentir en todo su esplendor las bondades de sus piernas.

Una vez que me puse en pie, cara a cara con Mafe, le di un corto beso antes de tomarla entre mis manos para darle vuelta y apoyarla contra el mesón. Una vez en esa posición, empecé a pasear una de mis manos por sobre su vulva, a la vez que la besaba por el cuello.

El espejo me permitía ver sus reacciones, sus gestos, a la vez que sus pequeños senos una vez que baje con cierto grado de agresividad la parte de arriba de su vestido.

Bajé ligeramente mis pantalones para permitir la salida de mi miembro, e inmediatamente penetrarla en esa posición. Fue un instante que, creo, los dos esperamos por un largo tiempo. Era sencillamente majestuoso el hecho de volver a sentir su apretado coño, húmedo, caliente y hambriento de placer.

Ella gemía con cierto grado de confianza, pues la música seguramente haría imperceptibles sus gemidos para las personas al exterior del baño. Yo la interrumpía ocasionalmente con besos, besos largos, llenos de mordidas de labios, de sonrisas ante el juego complaciente de su lengua o de la mía.

Pero lo mejor estaba por venir. Fue cuestión de darle vuelta, situarla cara a cara y volverla a penetrar. Fue en ese entonces cuando pude volver a verla al rostro en un momento de máximo disfrute, fue ahí cuando pude verle sus gestos de pervertida, su cara de lujuria, de placer y de deseo; era esa seguramente la cara de la tentación, el rostro de Lilith.

Claro que lo que terminó sacándome de quicio fue ver el ver sus carnes blandas rebotando al ritmo de mis empellones, tan frágiles, tan endebles, tan femeninas; que inevitablemente no pude contener la descarga al interior de su coño, tal y como ella lo añoraba. Ciertamente fue algo osado, quizá atrevido, pues ya no éramos pareja, no sabía si ella planificaba, y si ese gesto pudo resultarle incómodo. Pero su silencio cómplice me hizo creer que no había problema en ello.

- ¿Estás saliendo con Daniela?, preguntó Mafe mientras se acomodaba el vestido
- ¿Con Daniela? Obvio no. No estaría contigo si fuese así, estaría con ella. Bien sabes que es mi amiga
- Ah, pues pensé. Como viniste con ella
- Pero eso no quiere decir nada. Vine con ella para no sentirme inseguro, pues no sabía que te traías entre manos
- Bueno, ya viste lo que me traía entre manos
- ¿Cómo así? ¿Tú planeaste esto?
- No exactamente así, pero sí
- Mirá, y yo planeando durante la cena como concretar este momento, y tú ya lo tenías más que estudiado.
- No tanto. Sabía que era cuestión de insinuarme un poco, de provocarte, y luego tú harías el resto.
- Hasta eso extraño de ti…
- ¿Y entonces por qué no volvemos?
- Mafe, porque eres mucha mujer para un pérfido como yo
- Bueno, no voy a insistirte para que me expliques por qué te sientes tan mal contigo mismo. Pero ya sabes, de mi parte sabes que el deseo por arreglar lo nuestro existe. Aunque puede que no sea algo eterno.


Dudé mucho en ese momento. Me quedé viéndola mientras se acomodaba su pelo frente al espejo, a la vez que pensaba lo mucho que me había costado superarla, lo difícil que me había sido desprenderme de su recuerdo, y lo canalla que alguna vez fui con ella.

- Tenemos que salir a comprar un cigarrillo. Si no huelo a tabaco, tu novio no se va a creer la historia que le contaste. Además que nos puede ayudar a tapar el olor a sexo que nos quedó impregnado.
- Dudo que se dé cuenta. Está muy ebrio como para pensar en ello
- Bueno, tú eres la que lo conoce…

Regresamos a la mesa y allí estaba Daniela, con su mentón recostado sobre una de sus manos, escuchando los delirios y la predica de un creyente radical y desaforado. No hubo el más mínimo indicio de sospecha por su parte respecto a Mafe, era evidente que confiaba ciegamente en ella.

La velada concluyó con una despedida que pareció un hasta siempre, aunque el destino nos tendría por lo menos un par de encuentros más. Claro que ahora en circunstancias hasta ahora inimaginables, por lo menos para mí.

El primero de esos encuentros se dio aproximadamente cinco meses después de la boda de Tatiana, y sinceramente fue algo que me dejó estupefacto. Días antes del mencionado encuentro, Mafe me llamó para invitarme a su ‘baby shower’. Yo no podía creer lo que estaba escuchando, Mafe estaba embarazada.

Días después, al concurrir a su invitación, lo constaté con mis propios ojos. Mafe estaba en cinta. Su creciente barriga era prueba evidente de ello.

Enterarme de su embarazo fue algo que me dejó helado, pues aunque asumía como superada nuestra relación, entendía que ser madre junto a Hernán la iba a alejar de mí para siempre. De todas formas lo asumí con hidalguía, entendiendo que Mafe estaba en todo su derecho de rehacer su vida, como quisiera y con quien se le antojara.

Luego, cuando nació el bebé, me invitó a conocerlo. A partir de ese momento empecé a atar cabos, y a comprender la realidad de las cosas. Los tiempos coincidían con el polvo de la boda de ‘Piti’ y con el desarrollo de su embarazo. Además, el niño poco y nada se parecía a Hernán. Claro que a esa edad encontrarles parecido es ciertamente complejo. Mafe tampoco me comentó nada, dándome a entender así que el niño era producto de su unión con Hernán, aunque en mí siempre vivió la sospecha de que esto no era así. Claro que tampoco tuve nunca la intención de averiguarlo, si Mafe asumía que lo había tenido junto a Hernán, no habría alegato de mi parte.

Tampoco fue grato ver la transformación que sufrió Mafe, pues aunque suene cruel, el embarazo le deformó esa bonita silueta que tiempo atrás me produjo tanto pensamiento lujurioso. Su papada creció, sus senos también, aunque rápidamente fueron cuesta abajo, su cintura se desvaneció, y sus caderas, que siempre fueron generosas en carnes, empezaron a adquirir rasgos de obesidad.

Era evidente que la atracción física había desaparecido, y a esta altura el cariño también, pues tanto tiempo distanciados hizo imposible la supervivencia de un amor que alguna vez pareció inagotable, pero que ahora solo podía interpretarse como el afecto que se tiene a alguien que alguna vez fue cercano. Algo así como una amiga lejana.

Hoy, habiendo pasado tantos años, lo único que realmente me atormenta de lo que pudo ser, pero nunca fue, es lo relacionado a la entrega de su culo. Hernán era un tipo bastante inocente y fervoroso como para pedirle ese capricho, pero Mafe es tan caliente, tan golfa y tan buscona, que dudo que se muera sin experimentar el placer de haber sido penetrada por el culo.

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