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Panama City

¡No doy crédito! 05 FEB 2014 11:34 h [h=1]La lección panameña[/h]España y Panamá están separados por 8.000 kilómetros de océano; y dos maneras contrapuestas de entender la política, de aceptar el pasado y de afrontar el futuro. A la nación centroamericana le sobra lo que a España tanto le falta: sentido común y visión a largo plazo. Los panameños, con sus divergencias, con su rosario de razas, con la invasión estadounidense aún caliente en la memoria, tienen asumido que la barca avanza con más brío si reman al unísono, en la misma dirección y soltando lastres de la memoria. En España, la diversidad cultural y las huellas de un pasado reciente no menos complicado se usan como arma arrojadiza en el hemiciclo, en el mercado de abastos y en la grada del estadio.
Por todo eso, y mucho más, el Producto Interior Bruto (PIB) panameño seguirá creciendo a un ritmo cercano a los dos dígitos con pocos riesgos de sufrir un sobrecalentamiento o una burbuja. Las mismas razones llevan a augurar que Sacyr tiene mucho que perder por mantener su pulso férreo, sin concesiones, con el Gobierno de Ricardo Martinelli. El uso de la fuerza no es bienvenido en un país que logró expulsar sin violencia a los militares estadounidenses que lo invadieron para capturar a su presidente en 1989. Y que recuperó el control del canal más famoso del mundo, con permiso de Suez, por la vía de la negociación.
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Obras de ampliación en el Canal de Panamá. / Reuters

"En Panamá se puede vivir por el aire acondicionado y la mala memoria de los panameños. Se nos olvidaron rápidamente los malos tiempos y las cuentas pendientes." Marco Fernández Bello salpimenta con sorna caribeña su brillante disertación sobre la nación a la que se ha enfrentado a cara de perro Sacyr. Es un economista reputado y famoso en el país centromericano. Tanto, que su móvil figura en la agenda de los delegados el Fondo Monetario Internacional (FMI) encargados de supervisar la región. En una charla reciente con periodistas españoles en Ciudad de Panamá, Fernández Bello exponía los mimbres que tanto ímpetu dan a la economía panameña y que sustentan el milagro del pleno empleo.
El primero está en la calle. El panameño se cree, de verdad, que la democracia que tanto costó ganar en esa región puede ser una herramienta para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. Por eso viven con intensidad y compromiso la política. Panamá es el país caribeño con más habitantes afiliados a los partidos y cerca del 80% vota en las elecciones presidenciales. Hay choques y divergencias, cómo no. Pero la enorme diversidad étnica y cultural, y la herencia de un pasado contaminado por la conquista española, la unión fallida con Colombia y la invasión estadounidense, ha sido absorbido con un sentido práctico ejemplar que ayuda a tirar hacia adelante sin contrapesos.
El segundo vector lo aportan las instituciones políticas. A diferencia de lo que ocurre en otros países del entorno, donde las urnas han forjado dictadores, en Panamá los mandatos duran cinco años y ningún presidente electo puede repetir en el cargo hasta pasadas dos legislaturas. O sea, una década; un periodo aceptable para oxigenar los despachos y aplacar a tiempo el gusto por el poder.
El tercero es una regla no escrita que respetan gobernantes, empresarios y banqueros: ningún sector productivo debe pesar más del 8% en el PIB. Ni siquiera el Canal, una envidiable e inagotable fuente de divisas, rebasa ese límite (representa en torno al 5%). Ese tope alienta el equilibrio y la diversificación, y espanta las burbujas. "El drama y la fortuna de Panamá es la falta de petróleo", explica con ironía Jorge Salas, presidente ejecutivo de Banesco en el país. Sin el crudo que tanta suerte y desgracia ha traído a vecinos como Venezuela, Panamá se ha visto obligado a potenciar otras fuerzas. El Centro Nacional de Competitividad, dependendiente del Ministerio de Economía, las resumen en cuatro: "la buena infraestructura de transporte -especialmente para los puertos-, mercados financieros eficientes, niveles de competencia relativamente altos y una favorable apertura a la inversión extranjera directa".
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Vista del 'skyline' del distrito financiero de Ciudad de Panamá. / Juan T. Delgado

"Todo esto unido genera mucha confianza dentro y fuera del país", afirma Fernández Bello. Esta conjunción sostiene a la economía panameña en el puesto número 40 del Índice de Competitividad Global, elaborado por el Banco Mundial; a la altura casi de Chile y por delante de Brasil o México. El equilibrio también ayuda a embridar el PIB cuando un sector economíco despunta más de lo habitual, como ocurrió en España con el ladrillo en los años del boom.
"Lo peor que nos puede pasar es crecer por encima del 7%", añade el economista, "porque se genera inflación, recalentamiento de la economía e inmigración artificial". Cualquier gobernante responsable y maduro debería asumir, desde que accede al cargo, que un crecimiento desbocado genera pan abundante hoy y miseria pandémica mañana. En Panamá aprendieron hace años la lección. España sigue sin entenderlo, pese al vapuleo propinado por la crisis. Ningún gobernante es consciente, o prefiere no serlo, de que el ladrillo supone para España lo que el petróleo para Venezuela: un vector que genera fortuna rápida para unos pocos y deviene en desdicha duradera para una amplia mayoría.

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