Fray Bartolomé de las Casas
(1484-1566)
Relato de un Holocausto
Bartolomé de las Casas, hombre valiente que se animo a oponerse en la época de la conquista, y hacer publico estas masacres de los españoles, cristianos, contra los Indios.
Mis homenajes par el y para los caídos en éste, el primer genocidio conocido en América.
El relato que nos contaron trataba de las heroicas “gestas
de los conquistadores” y de la “inmesa obra de evangelización
de todo un continente”. Como ahora cuentan el “valeroso
combate de los soldados americanos para llevar la
democracia a Irak”. Pero un testigo presencial –que fue tachado
de antiespañol y promotor de la Leyenda Negra– nos
ha dejado fotos y videos de ese tremendo holocausto, que
no se debe a que la sociedad haya perdido su identidad
cristiana, sino a una perversa manera de proclamarla. En
memoria de esas víctimas publicamos este relato
De la isla Española
En la isla Española, que fue la primera, como decimos,
donde entraron cristianos y comenzaron los estragos y
perdiciones de estas gentes y que primero destruyeron y
despoblaron, comenzando los cristianos a tomar las mujeres
e hijos a los indios para servirse y para usar mal dellos,
y comerles sus comidas que de sus sudores y trabajos
salían, no contentándose con lo que los indios les daban de
su grado, conforme a la facultad que cada uno tenía, que
siempre es poca, porque no suelen tener más de lo que ordinariamente
han menester y hacen con poco trabajo, y lo
que hasta para tres casas de a diez personas cada una
para un mes, come un cristiano y destruye en un día, y
otras muchas fuerzas y violencias y vejaciones que les
hacían, comenzaron a entender los indios que aquellos
hombres no debían de haber venido del cielo; y algunos
escondían sus comidas, otros sus mujeres e hijos, otros
huíanse a los montes por apartarse de gente de tan dura
y terrible conversación. Los cristianos dábanles de bofetadas
y puñadas y de palos, hasta poner las manos en los
señores de los pueblos. Y llegó esto a tanta temeridad y
desvergüenza que al mayor rey, señor de toda la isla, un
capitán cristiano le violó por fuerza su propia mujer. De
aquí comenzaron los indios a buscar maneras para echar
los cristianos de sus tierras: pusiéronse en armas, que son
harto flacas y de poca ofensión y resistencia y menos defensa
(por lo cual todas sus guerras son poco más que acá
juegos de cañas y aún de niños); los cristianos, con sus caballos
y espadas y lanzas, comienzan a hacer matanzas y
crueldades extrañas.
Entraban en los pueblos, ni dejaban niños ni viejos, ni
mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban y
hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos
en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada
abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza
de un piquete, o le descubría las entrañas. Tomaban las
criaturas de las tetas de las madres por las piernas, y daban
de cabeza con ellas en las peñas. Otros daban con ellas
en ríos por las espaldas, riendo y burlando, y cayendo en
el agua decían: “bullís, cuerpo de tal”; otras criaturas
metían a espada con las madres juntamente, y todos cuantos
delante de sí hallaban. Hacían unas horcas largas, que
juntasen casi los pies a la tierra, y de trece en trece, a honor
y reverencia de Nuestro Redemptor y de los doce apóstoles,
poniéndoles leña y fuego los quemaban vivos. Otros
ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca: pegándoles
fuego, así los quemaban. Otros, y todos los que querían tomar
a vida, cortábanles ambas manos y dellas llevaban colgando,
y decíanles: “Andad con cartas”, conviene a saber,
llevad las nuevas a las gentes que estaban huidas por los
montes. Comúnmente mataban a los señores y nobles desta
manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas
y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego
manso, para que poco a poco, dando alaridos, en aquellos
tormentos, desesperados, se les salían las ánimas.
Una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose
cuatro o cinco principales y señores (y aun pienso que
había dos o tres pares de parrillas donde quemaban
otros), y porque daban muy grandes gritos y daban pena
al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen;
y el alguazil, que era peor que verdugo, que los quemaba
(y sé cómo se llamaba y aún sus parientes conocí en
Sevilla), no quiso ahogallos, antes les metió con sus manos
palos en las bocas para que no sonasen, y atizóles el
fuego hasta que se asaron despacio como él quería. Yo
vide todas las cosas arriba dichas y muchas otras infinitas
Y porque toda la gente que huir podía se encerraba en los
montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan inhumanos,
tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores
y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron
y amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo
un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían
a él y lo comían que si fuera un puerco. Estos perros
hicieron grandes estragos y carnecerías. Y porque algunas
veces, raras y pocas, mataban los indios algunos
cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre
sí que por un cristiano que los indios matasen habían
los cristianos de matar cien indios.
De la Nueva España
Entre otras matanzas hicieron ésta en una ciudad grande
de más de treinta mil vecinos, que se llama Cholula: que saliendo
a recebir todos los señores de la tierra y comarca, y
primero todos los sacerdotes con el sacerdote mayor, a los
cristianos en procesión y con grande acatamiento y reverencia,
y llevándolos en medio a aposentar a la ciudad y a
las casas de aposentos del señor o señores della principales,
acordaron los españoles de hacer allí una matanza o castigo
(como ellos dicen) para poner y sembrar su temor y braveza
en todos los rincones de aquellas tierras. Porque siempre
fue ésta su determinación en todas las tierras que los
españoles han entrado, conviene a saber, hacer una cruel y
señalada matanza, porque tiemblen dellos aquellas ovejas
mansas. Así que enviaron para esto primero a llamar todos
los señores y nobles de la ciudad y de todos los lugares a
ella subjetos, con el señor principal. Y así como venían y entraban
a hablar al capitán de los españoles, luego eran presos
sin que nadie los sintiese, que pudiese llevar las nuevas.
Habíanles pedido cinco o seis mil indios que les llevasen las
cargas; vinieron todos luego y métenlos en el patio de las
casas. Ver a estos indios cuando se aparejan para llevar las
cargas de los españoles es haber dellos una gran compasión
y lástima, porque vienen desnudos en cueros, solamente
cubiertas sus vergüenzas y con unas redecillas en el hombro
con su pobre comida; pónense todos en cuclillas, como
unos corderos muy mansos. Todos ayuntados y juntos en el
patio con otras gentes que a vueltas estaban, pónense a las
puertas del patio españoles armados que guardasen, y todos
los demás echan mano a sus espadas y meten a espada
y a lanzadas todas aquellas ovejas, que uno ni ninguno
pudo escaparse que no fuese trucidados. Al cabo de dos o
tres días saltan muchos indios vivos llenos de sangre, que
se habían escondido y amparado debajo de los muertos
(como eran tantos); iban llorando ante los españoles pidiendo
misericordia, que no los matasen. De los cuales ninguna
misericordia ni compasión hubieron, antes así como
salían los hacían pedazos. A todos los señores, que eran
más de ciento y que tenían atados, mandó el capitán quemar
y sacar vivos en palos hincados en la tierra. Pero un
señor, y quizá era el principal y rey de aquella tierra, pudo
soltarse y recogióse con otros veinte o treinta o cuarenta
hombres al templo grande que allí tenían, el cual era como
fortaleza, que llamaban Cuu, y allí se defendió gran rato del
día. Pero los españoles, a quien no se les ampara nada,
mayormente en estas gentes desarmadas, pusieron fuego
al templo y allí los quemaron.
gracias a los que leyeron e hicieron mas grande su cultura general, ademas de derribar ciertas falacias con las que crecimos y aun crecen muchos.
(1484-1566)
Relato de un Holocausto
Bartolomé de las Casas, hombre valiente que se animo a oponerse en la época de la conquista, y hacer publico estas masacres de los españoles, cristianos, contra los Indios.
Mis homenajes par el y para los caídos en éste, el primer genocidio conocido en América.
El relato que nos contaron trataba de las heroicas “gestas
de los conquistadores” y de la “inmesa obra de evangelización
de todo un continente”. Como ahora cuentan el “valeroso
combate de los soldados americanos para llevar la
democracia a Irak”. Pero un testigo presencial –que fue tachado
de antiespañol y promotor de la Leyenda Negra– nos
ha dejado fotos y videos de ese tremendo holocausto, que
no se debe a que la sociedad haya perdido su identidad
cristiana, sino a una perversa manera de proclamarla. En
memoria de esas víctimas publicamos este relato
De la isla Española
En la isla Española, que fue la primera, como decimos,
donde entraron cristianos y comenzaron los estragos y
perdiciones de estas gentes y que primero destruyeron y
despoblaron, comenzando los cristianos a tomar las mujeres
e hijos a los indios para servirse y para usar mal dellos,
y comerles sus comidas que de sus sudores y trabajos
salían, no contentándose con lo que los indios les daban de
su grado, conforme a la facultad que cada uno tenía, que
siempre es poca, porque no suelen tener más de lo que ordinariamente
han menester y hacen con poco trabajo, y lo
que hasta para tres casas de a diez personas cada una
para un mes, come un cristiano y destruye en un día, y
otras muchas fuerzas y violencias y vejaciones que les
hacían, comenzaron a entender los indios que aquellos
hombres no debían de haber venido del cielo; y algunos
escondían sus comidas, otros sus mujeres e hijos, otros
huíanse a los montes por apartarse de gente de tan dura
y terrible conversación. Los cristianos dábanles de bofetadas
y puñadas y de palos, hasta poner las manos en los
señores de los pueblos. Y llegó esto a tanta temeridad y
desvergüenza que al mayor rey, señor de toda la isla, un
capitán cristiano le violó por fuerza su propia mujer. De
aquí comenzaron los indios a buscar maneras para echar
los cristianos de sus tierras: pusiéronse en armas, que son
harto flacas y de poca ofensión y resistencia y menos defensa
(por lo cual todas sus guerras son poco más que acá
juegos de cañas y aún de niños); los cristianos, con sus caballos
y espadas y lanzas, comienzan a hacer matanzas y
crueldades extrañas.
Entraban en los pueblos, ni dejaban niños ni viejos, ni
mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban y
hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos
en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada
abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza
de un piquete, o le descubría las entrañas. Tomaban las
criaturas de las tetas de las madres por las piernas, y daban
de cabeza con ellas en las peñas. Otros daban con ellas
en ríos por las espaldas, riendo y burlando, y cayendo en
el agua decían: “bullís, cuerpo de tal”; otras criaturas
metían a espada con las madres juntamente, y todos cuantos
delante de sí hallaban. Hacían unas horcas largas, que
juntasen casi los pies a la tierra, y de trece en trece, a honor
y reverencia de Nuestro Redemptor y de los doce apóstoles,
poniéndoles leña y fuego los quemaban vivos. Otros
ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca: pegándoles
fuego, así los quemaban. Otros, y todos los que querían tomar
a vida, cortábanles ambas manos y dellas llevaban colgando,
y decíanles: “Andad con cartas”, conviene a saber,
llevad las nuevas a las gentes que estaban huidas por los
montes. Comúnmente mataban a los señores y nobles desta
manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas
y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego
manso, para que poco a poco, dando alaridos, en aquellos
tormentos, desesperados, se les salían las ánimas.
Una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose
cuatro o cinco principales y señores (y aun pienso que
había dos o tres pares de parrillas donde quemaban
otros), y porque daban muy grandes gritos y daban pena
al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen;
y el alguazil, que era peor que verdugo, que los quemaba
(y sé cómo se llamaba y aún sus parientes conocí en
Sevilla), no quiso ahogallos, antes les metió con sus manos
palos en las bocas para que no sonasen, y atizóles el
fuego hasta que se asaron despacio como él quería. Yo
vide todas las cosas arriba dichas y muchas otras infinitas
Y porque toda la gente que huir podía se encerraba en los
montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan inhumanos,
tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores
y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron
y amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo
un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían
a él y lo comían que si fuera un puerco. Estos perros
hicieron grandes estragos y carnecerías. Y porque algunas
veces, raras y pocas, mataban los indios algunos
cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre
sí que por un cristiano que los indios matasen habían
los cristianos de matar cien indios.
De la Nueva España
Entre otras matanzas hicieron ésta en una ciudad grande
de más de treinta mil vecinos, que se llama Cholula: que saliendo
a recebir todos los señores de la tierra y comarca, y
primero todos los sacerdotes con el sacerdote mayor, a los
cristianos en procesión y con grande acatamiento y reverencia,
y llevándolos en medio a aposentar a la ciudad y a
las casas de aposentos del señor o señores della principales,
acordaron los españoles de hacer allí una matanza o castigo
(como ellos dicen) para poner y sembrar su temor y braveza
en todos los rincones de aquellas tierras. Porque siempre
fue ésta su determinación en todas las tierras que los
españoles han entrado, conviene a saber, hacer una cruel y
señalada matanza, porque tiemblen dellos aquellas ovejas
mansas. Así que enviaron para esto primero a llamar todos
los señores y nobles de la ciudad y de todos los lugares a
ella subjetos, con el señor principal. Y así como venían y entraban
a hablar al capitán de los españoles, luego eran presos
sin que nadie los sintiese, que pudiese llevar las nuevas.
Habíanles pedido cinco o seis mil indios que les llevasen las
cargas; vinieron todos luego y métenlos en el patio de las
casas. Ver a estos indios cuando se aparejan para llevar las
cargas de los españoles es haber dellos una gran compasión
y lástima, porque vienen desnudos en cueros, solamente
cubiertas sus vergüenzas y con unas redecillas en el hombro
con su pobre comida; pónense todos en cuclillas, como
unos corderos muy mansos. Todos ayuntados y juntos en el
patio con otras gentes que a vueltas estaban, pónense a las
puertas del patio españoles armados que guardasen, y todos
los demás echan mano a sus espadas y meten a espada
y a lanzadas todas aquellas ovejas, que uno ni ninguno
pudo escaparse que no fuese trucidados. Al cabo de dos o
tres días saltan muchos indios vivos llenos de sangre, que
se habían escondido y amparado debajo de los muertos
(como eran tantos); iban llorando ante los españoles pidiendo
misericordia, que no los matasen. De los cuales ninguna
misericordia ni compasión hubieron, antes así como
salían los hacían pedazos. A todos los señores, que eran
más de ciento y que tenían atados, mandó el capitán quemar
y sacar vivos en palos hincados en la tierra. Pero un
señor, y quizá era el principal y rey de aquella tierra, pudo
soltarse y recogióse con otros veinte o treinta o cuarenta
hombres al templo grande que allí tenían, el cual era como
fortaleza, que llamaban Cuu, y allí se defendió gran rato del
día. Pero los españoles, a quien no se les ampara nada,
mayormente en estas gentes desarmadas, pusieron fuego
al templo y allí los quemaron.
gracias a los que leyeron e hicieron mas grande su cultura general, ademas de derribar ciertas falacias con las que crecimos y aun crecen muchos.