Tu Papá
¿Cómo, es tan tarde ya?
Lo más importante -dijo Pablo- es el molido, no debe quedar ni muy grueso, ni muy fino, ese es el secreto a la hora de preparar un buen café.
Al alguacil Harrison, le seguía pareciendo extraño el último deseo de aquel hombre, no lograba entender como alguien a minutos de ser ejecutado en la silla eléctrica, podía querer una simple taza de café y no una gran cena, como era común entre aquellos hombres condenados a muerte. La respuesta de Pablo había sido sencilla –No es cualquier taza de café, he de prepararla con mis propias manos-.
Harrison, contemplaba con tristeza los movimientos y ademanes que realizaba Pablo, lograba identificar en ellos signos de miedo y desolación, sabía que en tan solo media hora ya no quedaría nada de él, su cuerpo estaría inerte y sin movimiento, su piel cambiaria de un tono blanco a un color rojizo, del cual emanaría todo clase de olores nauseabundos, desde el ahumado de la carne quemada, hasta el imperdible olor a cabello rostizado. Sabía que aquel método de acabar con la vida de los presos no era el adecuado, le parecía demasiado cruel y enfermizo, el dolor incesante al que eran expuestos y el tener una fecha establecida para su muerte, terminaba por corroer y enloquecer cualquier mente. Pero él no se encontraba en la posición de cambiar esta situación, al contrario, tan solo era el verdugo.
Mientras preparaba aquella taza de café, Pablo ya no era dueño de sí, sus movimientos involuntarios crecían minuto a minuto, su mano temblaba cada vez con mayor fuerza, sus rodillas se movían tal boya de mar, pero esto no lo notaba, sus pensamientos no se encontraban en aquella triste y melancólica celda, sino que se situaban 20 años antes, en la época donde conoció a Isaura, la época donde fue infinitamente feliz y que al mismo tiempo lo tenía a la orilla de su muerte, de su fin.
Fue en el mercado del pueblo donde se encontraron por primera vez, Pablo, tendía en el suelo junto con su madre, el mantel que utilizarían para colocar las artesanías de barro que iban a vender cada domingo en aquel lugar. Isaura, pasaba justamente delante de ellos, iba montada en una gran volanta negra, vestía un hermoso vestido blanco de encajes color esmeralda, zapatillas de cuero que contrastaba fuertemente con su sombrilla color marrón. Mientras Pablo terminaba de colocar aquel mantel, su atención fue apoderaba por un delicioso e incomparable olor a perfume de café, al levantar su mirada se encontró con los ojos de Isaura, fue tan solo un segundo, un instante, un destello, pero ambos sabían que sus vidas habían cambiado, ya no volverían ser los de antes.
En la celda, el alguacil Harrison seguía contemplando a Pablo, sabía que era un buen hombre, cuyo único pecado en este vida fue el de haberse enamorado. Lo conocía desde hacía ya 20 años, tiempo en que fue trasladado a su pabellón y que fue puesto bajo su vigilancia, al hacer su registro y leer por lo que se le acusaba, no logro entender como aquel hombre que inspiraba tranquilidad y bondad, había sido capaz de cometer esa atrocidad, esa barbarie digna de cualquier demonio.
Era domingo de nuevo, hacia 8 días que la vio pasar por primera vez frente a su puesto, su único deseo era volverla a mirar, volver a respirar ese maravilloso perfume de café. Sabía que hacia mal, su madre se lo había contado todo. Isaura, hija de familia pobre, había sido prometida desde niña a un caudaloso mercader de telas, que le aventajaba el doble de su edad, había sido casada tan solo hacia un año, tiempo en el que había experimentado toda clase de humillaciones, maltratos y aberraciones por parte de Fidel, su esposo. Al escuchar esta historia y los detalles nefastos que le daba su madre sobre aquella pobre y desgraciada mujer, Pablo sintió deseos de ayudarle, de librarla de aquel sufrimiento, pero no sabía cómo, se sintió impotente, frustrado.
-Ya es hora- Dijo el alguacil Harrison. Los demás guardas que esperaban fuera de la celda ingresaron y se colocaron alrededor de Pablo, uno de ellos tomo a Pablo por los brazos y lo esposo de pies y manos.
-¡Aguarden un segundo!- Exclamo de nuevo Harrison. -Dejadlo que acabe de beber su tasa de café, aun no la ha terminado.
-No deseo beberla, solo quería recordar su olor, su perfume a café- Dijo Pablo con la voz quebradiza, llena de un dolor indescriptible, fría y seca. De sus ojos emanaban lágrimas que se asemejaban más a lamentaciones, lamentos por los errores cometidos, por los años perdidos y por un amor que nunca fue, pero lo fue todo al mismo tiempo.
-¡Haced ingresar al bastardo!- Exclamo el hermano mayor de Fidel. La habitación estaba llena, no solamente de personas que asistían a presenciar aquella ejecución, sino también por los vagos pensamientos de Pablo, fue sentado y asegurado a la silla por medio de diversas fajas, en su cabeza y pierna fueron conectados dos electrodos que le trasmitirían altos voltajes a través de su cuerpo, esto haría que su temperatura corporal aumentase hasta los 59 grados y que sus órganos internos dejasen de funcionar. Pablo, deseaba con todo su corazón no pasar por aquel gran dolor, pero lo merecía, era culpable y sabia que debía pagar.
Su anhelo fue cumplido, era ya casi medio día cuando la vio pasar de nuevo sobre la callecilla que conducía frente a su puesto, espero con todas sus ansias la mirada perdida de aquella mujer, pero no recibió respuesta, en vez de ello logro distinguir en el rostro de aquella bella dama la marca de un golpe, aun morado e hinchado, debía de ser un golpe reciente. No logro contenerse, se coloco delante de la volanta y detuvo su paso. Con su mano izquierda toma las riendas, mientras que con su mano derecha sujetaba y tiraba al suelo al maldito de Fidel, al caer este, se llevo un gran golpe en su costado derecho que le provoco un gran dolor y fue este mismo dolor el que lo hizo ponerse de pie inmediatamente y tomar posición de alerta. Pablo, avanzo rápidamente hacia él, lo tomo por el cuello y le propino un certero golpe en la mandíbula que lo hizo trastabillar, volvió a la carga y esta vez le propino un golpe en el estomago que hizo retroceder a Fidel un par de metros.
Pablo, volvió su mirada hacia Isaura, quien no entendía bien que era lo que pasaba, pero en su interior se sentía complacida al ver la golpiza que le daban a su agresor, satisfecha y agradecida le ofreció una sonrisa al bueno de Pablo, este se sintió amado como nunca antes lo había sido.
Hacia unos segundos que Fidel había logrado recuperar el aliento, se había enderezado de nuevo y sostenía un arma en su mano derecha, las investigaciones posteriores determinarían que se trataba de una Smith & Wesson, se acerco lo suficiente para no fallar, pero Pablo presintió la detonación y por escasos milímetros evito que la bala se alojara en su sien derecha. Fue ese el instante en que su ser se lleno de ira, tomo su cuchillo y se lanzo estrepitosamente hacia el cuerpo de Fidel, ambos cayeron al suelo, golpes iban y venían, sangre brotaba por doquier, el cuchillo no distinguía entre piel y órganos, entre vísceras y huesos, el olor a muerte se hacía ya presente, por último, una detonación.
Isaura, bajo rápidamente del carruaje y trato de acercarse lo más cerca posible a aquellos dos combatientes, muchos hombres que se encontraban alrededor ya se habían colocado delante de ella, todos querían conocer quién era la victima que se encontraba tendido en el suelo, cuyas entrañas se encontraban esparcidos por doquier, al acercarse lo suficiente, Isaura vio de pie junto al desmembrado cuerpo de su esposo a aquel que había amado por tan solo un instante, en su rostro se dibujaba una gran sonrisa, la había liberado y esto le hacía sumamente feliz.
Al alguacil Harrison, le seguía pareciendo extraño el último deseo de aquel hombre, no lograba entender como alguien a minutos de ser ejecutado en la silla eléctrica, podía querer una simple taza de café y no una gran cena, como era común entre aquellos hombres condenados a muerte. La respuesta de Pablo había sido sencilla –No es cualquier taza de café, he de prepararla con mis propias manos-.
Harrison, contemplaba con tristeza los movimientos y ademanes que realizaba Pablo, lograba identificar en ellos signos de miedo y desolación, sabía que en tan solo media hora ya no quedaría nada de él, su cuerpo estaría inerte y sin movimiento, su piel cambiaria de un tono blanco a un color rojizo, del cual emanaría todo clase de olores nauseabundos, desde el ahumado de la carne quemada, hasta el imperdible olor a cabello rostizado. Sabía que aquel método de acabar con la vida de los presos no era el adecuado, le parecía demasiado cruel y enfermizo, el dolor incesante al que eran expuestos y el tener una fecha establecida para su muerte, terminaba por corroer y enloquecer cualquier mente. Pero él no se encontraba en la posición de cambiar esta situación, al contrario, tan solo era el verdugo.
Mientras preparaba aquella taza de café, Pablo ya no era dueño de sí, sus movimientos involuntarios crecían minuto a minuto, su mano temblaba cada vez con mayor fuerza, sus rodillas se movían tal boya de mar, pero esto no lo notaba, sus pensamientos no se encontraban en aquella triste y melancólica celda, sino que se situaban 20 años antes, en la época donde conoció a Isaura, la época donde fue infinitamente feliz y que al mismo tiempo lo tenía a la orilla de su muerte, de su fin.
Fue en el mercado del pueblo donde se encontraron por primera vez, Pablo, tendía en el suelo junto con su madre, el mantel que utilizarían para colocar las artesanías de barro que iban a vender cada domingo en aquel lugar. Isaura, pasaba justamente delante de ellos, iba montada en una gran volanta negra, vestía un hermoso vestido blanco de encajes color esmeralda, zapatillas de cuero que contrastaba fuertemente con su sombrilla color marrón. Mientras Pablo terminaba de colocar aquel mantel, su atención fue apoderaba por un delicioso e incomparable olor a perfume de café, al levantar su mirada se encontró con los ojos de Isaura, fue tan solo un segundo, un instante, un destello, pero ambos sabían que sus vidas habían cambiado, ya no volverían ser los de antes.
En la celda, el alguacil Harrison seguía contemplando a Pablo, sabía que era un buen hombre, cuyo único pecado en este vida fue el de haberse enamorado. Lo conocía desde hacía ya 20 años, tiempo en que fue trasladado a su pabellón y que fue puesto bajo su vigilancia, al hacer su registro y leer por lo que se le acusaba, no logro entender como aquel hombre que inspiraba tranquilidad y bondad, había sido capaz de cometer esa atrocidad, esa barbarie digna de cualquier demonio.
Era domingo de nuevo, hacia 8 días que la vio pasar por primera vez frente a su puesto, su único deseo era volverla a mirar, volver a respirar ese maravilloso perfume de café. Sabía que hacia mal, su madre se lo había contado todo. Isaura, hija de familia pobre, había sido prometida desde niña a un caudaloso mercader de telas, que le aventajaba el doble de su edad, había sido casada tan solo hacia un año, tiempo en el que había experimentado toda clase de humillaciones, maltratos y aberraciones por parte de Fidel, su esposo. Al escuchar esta historia y los detalles nefastos que le daba su madre sobre aquella pobre y desgraciada mujer, Pablo sintió deseos de ayudarle, de librarla de aquel sufrimiento, pero no sabía cómo, se sintió impotente, frustrado.
-Ya es hora- Dijo el alguacil Harrison. Los demás guardas que esperaban fuera de la celda ingresaron y se colocaron alrededor de Pablo, uno de ellos tomo a Pablo por los brazos y lo esposo de pies y manos.
-¡Aguarden un segundo!- Exclamo de nuevo Harrison. -Dejadlo que acabe de beber su tasa de café, aun no la ha terminado.
-No deseo beberla, solo quería recordar su olor, su perfume a café- Dijo Pablo con la voz quebradiza, llena de un dolor indescriptible, fría y seca. De sus ojos emanaban lágrimas que se asemejaban más a lamentaciones, lamentos por los errores cometidos, por los años perdidos y por un amor que nunca fue, pero lo fue todo al mismo tiempo.
-¡Haced ingresar al bastardo!- Exclamo el hermano mayor de Fidel. La habitación estaba llena, no solamente de personas que asistían a presenciar aquella ejecución, sino también por los vagos pensamientos de Pablo, fue sentado y asegurado a la silla por medio de diversas fajas, en su cabeza y pierna fueron conectados dos electrodos que le trasmitirían altos voltajes a través de su cuerpo, esto haría que su temperatura corporal aumentase hasta los 59 grados y que sus órganos internos dejasen de funcionar. Pablo, deseaba con todo su corazón no pasar por aquel gran dolor, pero lo merecía, era culpable y sabia que debía pagar.
Su anhelo fue cumplido, era ya casi medio día cuando la vio pasar de nuevo sobre la callecilla que conducía frente a su puesto, espero con todas sus ansias la mirada perdida de aquella mujer, pero no recibió respuesta, en vez de ello logro distinguir en el rostro de aquella bella dama la marca de un golpe, aun morado e hinchado, debía de ser un golpe reciente. No logro contenerse, se coloco delante de la volanta y detuvo su paso. Con su mano izquierda toma las riendas, mientras que con su mano derecha sujetaba y tiraba al suelo al maldito de Fidel, al caer este, se llevo un gran golpe en su costado derecho que le provoco un gran dolor y fue este mismo dolor el que lo hizo ponerse de pie inmediatamente y tomar posición de alerta. Pablo, avanzo rápidamente hacia él, lo tomo por el cuello y le propino un certero golpe en la mandíbula que lo hizo trastabillar, volvió a la carga y esta vez le propino un golpe en el estomago que hizo retroceder a Fidel un par de metros.
Pablo, volvió su mirada hacia Isaura, quien no entendía bien que era lo que pasaba, pero en su interior se sentía complacida al ver la golpiza que le daban a su agresor, satisfecha y agradecida le ofreció una sonrisa al bueno de Pablo, este se sintió amado como nunca antes lo había sido.
Hacia unos segundos que Fidel había logrado recuperar el aliento, se había enderezado de nuevo y sostenía un arma en su mano derecha, las investigaciones posteriores determinarían que se trataba de una Smith & Wesson, se acerco lo suficiente para no fallar, pero Pablo presintió la detonación y por escasos milímetros evito que la bala se alojara en su sien derecha. Fue ese el instante en que su ser se lleno de ira, tomo su cuchillo y se lanzo estrepitosamente hacia el cuerpo de Fidel, ambos cayeron al suelo, golpes iban y venían, sangre brotaba por doquier, el cuchillo no distinguía entre piel y órganos, entre vísceras y huesos, el olor a muerte se hacía ya presente, por último, una detonación.
Isaura, bajo rápidamente del carruaje y trato de acercarse lo más cerca posible a aquellos dos combatientes, muchos hombres que se encontraban alrededor ya se habían colocado delante de ella, todos querían conocer quién era la victima que se encontraba tendido en el suelo, cuyas entrañas se encontraban esparcidos por doquier, al acercarse lo suficiente, Isaura vio de pie junto al desmembrado cuerpo de su esposo a aquel que había amado por tan solo un instante, en su rostro se dibujaba una gran sonrisa, la había liberado y esto le hacía sumamente feliz.