JorgeF
ANÓNIMO
Joseph Sobran, escritor notrteamericano Católico falleció hace unos meses. Un hombre de exceletne pluma y gran pensamiento, fue un aguerrido defensor de la Religión. Adjunto la traducción de una de sus columnas, aparecida en la revista Center Journal (Primavera 1985) de la Notre Dame University, Notre Dame, Indiana.
Supongo que casi todos cristianos han tenido alguna vez la experiencia de ser interpelado por los no creyentes acerca de los pecados putativos de la llamada "Religión Organizada" - la Inquisición española, el juicio de Galileo, la caza de brujas de Salem, y así sucesivamente. Lo que me sorprende es que los cristianos han sido tan lentos para dirigir la discusión en torno al expediente de la que podríamos llamar "Irreligión Organizada".
Puesto que los Cristianos consideramos que la fe es un regalo, rara vez nos molesta la incredulidad como tal. Después de todo, no se puede culpar a alguien por no haber recibido un regalo; pero hay quienes rechazan regalos en forma airada, o que resienten la buena fortuna de los que los reciben, o que de otro modo son algo distinto a las personas que no "resultan ser" religiosas con toda inocencia.
Si la religión se puede evaluar como un fenómeno social, en términos de sus efectos visibles en el comportamiento humano, también puede serlo la irreligión. Para empezar con el ejemplo más colosal, el ateísmo militante de la Unión Soviética se tradujo en el asesinato de decenas de millones de personas en razón de su mera pertenencia a las así llamadas clases "contrarrevolucionarias" o "reaccionarias"
Siempre habrá algún ateo que protesta contra la inferencia de Dostoievski; pero el hecho es que muchos ateos han hecho la misma inferencia sí mismos. Ateos Ilustrados frecuentemente se burlan de los cristianos que se comportan bien sólo porque temen el fuego del infierno - y puede ser cierto que hay motivos más altos para tener una buena conducta - pero es poco coherente hacer esta crítica y asumir al mismo tiempo que los Cristianos se comportarán bien una vez que dejen de creer en el más allá.
Puedo imaginar un tipo de ateo - vamos a llamarlo "el ateo piadoso" - que llega a su incredulidad, sin alegría, simplemente como una conclusión intelectual. Supongo que ese hombre se referiría a la civilización Cristiana con el mismo cariño y respeto que un Romano convertido al cristianismo en la época de Agustín se sentiría con respecto al moribundo Imperio Romano; por Cicerón y Virgilio, y Marco Aurelio. Él sentiría que, a pesar de que dicho mundo había dejado de existir, había un lgado importante de gran valor. De hecho, podemos fácilmente imaginar ateos devotos que deploran la Inquisición; pero que también saben apreciar a Dante, Monteverdi, Spenser, Milton, Bach, Haendel, o Samuel Johnson. Dejar de creer en la viabilidad de esta civilización cristiana no implica necesariamente condenarla o asumir una actitud de enemistad hacia la misma. .
Sin embargo, hay otro tipo de ateo que sí se considera como el enemigo de la Cristiandad. Lejos de estimar este pasado, lo condena y, si por él fuera, arrasaría con todo rastro de ella en el presente. Él odia y teme todo signo de ella: la Iglesia Católica, la Mayoría Moral, la inscripción "En Dios Confiamos". Él piensa que la humanidad está ahora libre al fin del dogma y la superstición, lista para embarcarse en la tarea de crear un nuevo mundo bajo principios progresistas y científicos. La diferencia entre estas dos clases de ateos es más o menos la diferencia entre Santayana y Sartre.
Richard Weaver escribió que una persona no tiene derecho a promover una reforma del mundo sin antes demostrar, por alguna afirmación previa, que aprecia algunos aspectos del mundo tal como es. Nuestro Ateo Piadoso reúne estas condiciones. Él ve el fin de la civilización Cristiana como un desarrollo altamente equívoco, si bien es necesario e inevitable. Sabe que vive en un mundo que tiene una continuidad; y tiene la gracia y la sabiduría para apreciar al cristianismo como un intento de expresar, aunque de forma imperfecta, las verdades sobre el mundo. Si se encuentra con algunos de los que todavía creen, no está del todo dispuesto a corregirlos. Él entiende el reproche que Gonzalo hace a Sebastián en la obra La tempestad: (De William Shakespeare)
El ateo devoto, por otra parte, no estaría tan optimista acerca de lo que está por suceder al orden cristiano. Para él, la mera negación de Dios no es, en sí misma, capaz de sustituir la cultura de los mitos y símbolos cristianos que han demostrado su poder para sostener a numerosas generaciones de seres humanos
El Nuevo Orden sin Dios nos ha traído el Comunismo y las Clínicas de Aborto. Todavía tiene que producir su Homero, Virgilio, Shakespeare o Dante. Podemos entender la propensión del hombre que no siente la fe religiosa a preferir la compañía de los creyentes a la de la masa actual de los no creyentes.
Puede ser que los males característicos del siglo XX no provienen necesariamente, en estricta lógica, de la negación de la existencia de Dios. Pero el expediente histórico muestra que ha sucedido de esa forma. Como dicen los marxistas, no es casualidad. Si es justo adjudicar a los creyentes la responsabilidad de las acciones de los cristianos como un cuerpo histórico identificado - la "Religión Organizada" - entonces es igualmente justo adjudicar a los incrédulos su propia responsabilidad.
Sin embargo, insistimos en tratar el ateísmo como si fuera nada más que un asunto de convencimiento privado, de ningún interés público; con derecho a las protecciones que, tradicionalmente, se han otorgado a las distintas variedades de la fe protestante
El rechazo del ateo militante pertenece a lo que en otro lugar he llamado el ánimo "alienista"; la actitud de alejamiento deliberado de la sociedad en general, típica de los intelectuales modernos y se que se halla también, en diversas formas, entre algunos de los grupos llamados minoritarios. Las líneas de división del alienismo no coinciden necesariamente con evidentes líneas de división social. Puede ocurrir con mayor frecuencia entre, digamos, Judíos, que entre los Mormones; puede estar aumentando entre los Católicos, ya que disminuye entre los Judios, pero su presencia nunca se puede predecir en cada caso sobre la base de la pertenencia al grupo. De hecho, algunas llamadas minorías, tales como "los gays", ni siquiera lo son por herencia.
Algunas minorías numéricas, como los Mormones, ni siquiera son considerados como minorías en el sutil sentido especial de la palabra. Esa palabra representa prácticamente una presunción de desafección hacia la sociedad en general, y esta desconfianza en sí se presume que es justificada por lo que se denomina victimización de la minoría a manos de una mayoría más o menos monolítica. Si miramos más de cerca, creo que aun se encuentra que la idea misma de una minoría en este sentido es en gran medida un recurso retórico para encubiertamente atacar lo que queda de la cultura cristiana.
La tensión y hostilidad entre diferentes grupos étnicos y credos es natural, pero también es un asunto de reciprocidad: ninguna de las partes es probable que sea completamente inocente. Sin embargo, el lado cristiano, como es el caso, es probable que tenga una cierta voluntad cristiana para ceder el beneficio de la duda y asumir una parte de la culpa. Es natural que la parte no cristiana o anticristiana acepte este favor sin responder de la misma forma. Por esta razón los cristianos en el mundo moderno han sido lentos para reconocer y responder adecuadamente a sus enemigos - incluso sus enemigos declarados.
Cuando un intelectual nos dice que "la raza blanca es el cáncer de la historia," con la raza blanca como un sustituto de la cristiandad histórica, lo que estamos escuchando es algo más que la voz del intelecto desinteresado. Estamos escuchando una expresión de odio nihilista. La falta de creencia, como tal, no impulsa este tipo de fanatismo.
Es notable que hayamos sido tan lentos en reconocer esta forma específica de odio, tan evidente, como un problema social o incluso como un fenómeno social. El lenguaje abunda en palabras que reflejan los odios, temores y sospechas de los así llamados "conocedores culturales" hacia los forasteros. Todos estamos familiarizados con los términos racismo, etnocentrismo, xenofobia, el antisemitismo, homofobia, nacionalismo, y similares, palabras que tienen cierta cualidad de fermento, lo que sugiere su reciente invención con el objeto de satisfacer necesidades particulares. Incluso palabras más antiguas, tales como los prejuicios, sesgos, la intolerancia, la discriminación y el odio han tomado las mismas connotaciones anti-mayoritarias, aunque es humanamente probable que la hostilidad tenga la misma intensidad en la dirección opuesta. No tenemos ningún vocabulario específico que sugiera esta posibilidad recíproca.
Sin embargo, la desafección hacia la sociedad que se habita es siempre una actitud disponible. Una mirada a Shakespeare lo confirma. Sus obras ofrecen una galería de personajes que, por una razón u otra, han optado por una actitud de antagonismo hacia sus sociedades. Algunos, como Shylock, no lo hacen sin provocación, y otros, como Iago, disfrutan de la tentación universal a la envidia, sin una verdadera excusa. Shylock da sus enojadas razones; Iago no puede explicarse, excepto a sí mismo - y se queda mudo cuando, al quedar su villanía expuesta en toda su magnitud, su sociedad se enfrenta a él.
Para nuestros propósitos actuales, Edmund, de El rey Lear puede ser el ejemplo más interesante. Es de suponer que Shakespeare no cree en los dioses que Lear cree, pero claramente no respeta la actitud arrogante de Edmund hacia ellos. Los personajes piadosos - Lear, Cordelia, Kent, Edgar - son mostrados como superiores morales de Edmund, cualquiera que sean sus otros defectos. Sabemos poco acerca de las creencias religiosas de Shakespeare; pero evidentemente muestra respeto hacia el derecho de una sociedad de conformar su sentido de lo sagrado; a los símbolos comunes de santidad compartidos en común por gente irreflexiva - que es lo mismo que decir, por la mayoría de la gente en sus momentos irreflexivos.
Casi sin excepción, los personajes "alienados" de Shakespeare son villanos - los enemigos de la paz social y el orden. Ellos son reconocibles como humanos, y a veces despiertan poderosamente a nuestras simpatías; pero no hay duda de su maldad en acción. Su maldad consiste precisamente en su hostilidad activa hacia la sociedad que les rodea. El apóstata es un también un desertor social.
Los supuestos incorporados en la estructura misma de estas obras se oponen directamente a la suposición de que el odio y la hostilidad son siempre imputables a la sociedad. Esta imputación expresa en sí misma hostilidad, y haríamos bien en elevar la guardia contra aquellos que la realizan. Lo que sea que el ateísmo signifiue en lo abstracto, en nuestro propio mundo a menudo significa un odio específico y militante del Cristianismo, un odio tan particularista como el antisemitismo, e igualmente de letal.
Los pecados de la irreligión Organizada
Joseph Sobran
Puesto que los Cristianos consideramos que la fe es un regalo, rara vez nos molesta la incredulidad como tal. Después de todo, no se puede culpar a alguien por no haber recibido un regalo; pero hay quienes rechazan regalos en forma airada, o que resienten la buena fortuna de los que los reciben, o que de otro modo son algo distinto a las personas que no "resultan ser" religiosas con toda inocencia.
Si la religión se puede evaluar como un fenómeno social, en términos de sus efectos visibles en el comportamiento humano, también puede serlo la irreligión. Para empezar con el ejemplo más colosal, el ateísmo militante de la Unión Soviética se tradujo en el asesinato de decenas de millones de personas en razón de su mera pertenencia a las así llamadas clases "contrarrevolucionarias" o "reaccionarias"
.
Graham Greene afirmaba que la Inquisición podría haber matado a una cantidad de personas similar, de haber tenido la capacidad tecnológica; pero es posible dudar de ello. La Inquisición ejecutó a decenas de miles de personas durante varios siglos por lo que al menos se trataron como delitos individuales. Justo o injusto, estas ejecuciones fueron judicial en su naturaleza y se llevaron a cabo contra personas, no clases. Las perversiones del Cristianismo están en cierta medida limitadas por el Cristianismo. Las perversiones del Ateísmo hacen recordar el famoso comentario de Dostoievski: "Si Dios no existe, entonces todo está permitido." Siempre habrá algún ateo que protesta contra la inferencia de Dostoievski; pero el hecho es que muchos ateos han hecho la misma inferencia sí mismos. Ateos Ilustrados frecuentemente se burlan de los cristianos que se comportan bien sólo porque temen el fuego del infierno - y puede ser cierto que hay motivos más altos para tener una buena conducta - pero es poco coherente hacer esta crítica y asumir al mismo tiempo que los Cristianos se comportarán bien una vez que dejen de creer en el más allá.
Puedo imaginar un tipo de ateo - vamos a llamarlo "el ateo piadoso" - que llega a su incredulidad, sin alegría, simplemente como una conclusión intelectual. Supongo que ese hombre se referiría a la civilización Cristiana con el mismo cariño y respeto que un Romano convertido al cristianismo en la época de Agustín se sentiría con respecto al moribundo Imperio Romano; por Cicerón y Virgilio, y Marco Aurelio. Él sentiría que, a pesar de que dicho mundo había dejado de existir, había un lgado importante de gran valor. De hecho, podemos fácilmente imaginar ateos devotos que deploran la Inquisición; pero que también saben apreciar a Dante, Monteverdi, Spenser, Milton, Bach, Haendel, o Samuel Johnson. Dejar de creer en la viabilidad de esta civilización cristiana no implica necesariamente condenarla o asumir una actitud de enemistad hacia la misma. .
Sin embargo, hay otro tipo de ateo que sí se considera como el enemigo de la Cristiandad. Lejos de estimar este pasado, lo condena y, si por él fuera, arrasaría con todo rastro de ella en el presente. Él odia y teme todo signo de ella: la Iglesia Católica, la Mayoría Moral, la inscripción "En Dios Confiamos". Él piensa que la humanidad está ahora libre al fin del dogma y la superstición, lista para embarcarse en la tarea de crear un nuevo mundo bajo principios progresistas y científicos. La diferencia entre estas dos clases de ateos es más o menos la diferencia entre Santayana y Sartre.
Richard Weaver escribió que una persona no tiene derecho a promover una reforma del mundo sin antes demostrar, por alguna afirmación previa, que aprecia algunos aspectos del mundo tal como es. Nuestro Ateo Piadoso reúne estas condiciones. Él ve el fin de la civilización Cristiana como un desarrollo altamente equívoco, si bien es necesario e inevitable. Sabe que vive en un mundo que tiene una continuidad; y tiene la gracia y la sabiduría para apreciar al cristianismo como un intento de expresar, aunque de forma imperfecta, las verdades sobre el mundo. Si se encuentra con algunos de los que todavía creen, no está del todo dispuesto a corregirlos. Él entiende el reproche que Gonzalo hace a Sebastián en la obra La tempestad: (De William Shakespeare)
Mi señor Sebastián,
La verdad que vuestra merced habla carece de cierta suavidad
Y del tiempo necesario para internalizarla.
La verdad que vuestra merced habla carece de cierta suavidad
Y del tiempo necesario para internalizarla.
Y nuestro Ateo Piadoso entiende la reflexión de Enrique V:
Hay algo de bondad en el alma de las cosas malas,
Si los hombres se tomaran el trabajo de destilarlas.
Si los hombres se tomaran el trabajo de destilarlas.
El ateo devoto, por otra parte, no estaría tan optimista acerca de lo que está por suceder al orden cristiano. Para él, la mera negación de Dios no es, en sí misma, capaz de sustituir la cultura de los mitos y símbolos cristianos que han demostrado su poder para sostener a numerosas generaciones de seres humanos
.
El ateísmo en sí mismo no tiene fuerza cohesiva. Cualquiera que sea la cohesión social que el ateísmo ha proporcionado hasta el momento, se ha fundado más que todo en su hostilidad destructiva hacia la Civilización Cristiana, hacia la cual ha fracasado totalmente en su intento de mejorarla. En cuanto ve a las masas organizadas de sus compañeros ateos, los ateos piadosos prefieren errar del lado de San Agustín, a estar en lo correcto en compañía de ese grupo. El Nuevo Orden sin Dios nos ha traído el Comunismo y las Clínicas de Aborto. Todavía tiene que producir su Homero, Virgilio, Shakespeare o Dante. Podemos entender la propensión del hombre que no siente la fe religiosa a preferir la compañía de los creyentes a la de la masa actual de los no creyentes.
Puede ser que los males característicos del siglo XX no provienen necesariamente, en estricta lógica, de la negación de la existencia de Dios. Pero el expediente histórico muestra que ha sucedido de esa forma. Como dicen los marxistas, no es casualidad. Si es justo adjudicar a los creyentes la responsabilidad de las acciones de los cristianos como un cuerpo histórico identificado - la "Religión Organizada" - entonces es igualmente justo adjudicar a los incrédulos su propia responsabilidad.
Sin embargo, insistimos en tratar el ateísmo como si fuera nada más que un asunto de convencimiento privado, de ningún interés público; con derecho a las protecciones que, tradicionalmente, se han otorgado a las distintas variedades de la fe protestante
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Para algunas personas puede ser eso; pero es hora de reconocer también que el ateísmo es una negación sistemática, organizada, y de gran alcance social, impulsada por una furiosa hostilidad hacia la tradición religiosa Personalmente, muchos de los ateos devotos son meramente groseros e indiscriminados en su rechazo a dar al Cristianismo reconocimiento para cualquier cosa. No tienen el deseo de asimilar nada de su patrimonio; incluso las partes que el Cristianismo asimiló de sus distintas herencias paganas. El rechazo del ateo militante pertenece a lo que en otro lugar he llamado el ánimo "alienista"; la actitud de alejamiento deliberado de la sociedad en general, típica de los intelectuales modernos y se que se halla también, en diversas formas, entre algunos de los grupos llamados minoritarios. Las líneas de división del alienismo no coinciden necesariamente con evidentes líneas de división social. Puede ocurrir con mayor frecuencia entre, digamos, Judíos, que entre los Mormones; puede estar aumentando entre los Católicos, ya que disminuye entre los Judios, pero su presencia nunca se puede predecir en cada caso sobre la base de la pertenencia al grupo. De hecho, algunas llamadas minorías, tales como "los gays", ni siquiera lo son por herencia.
Algunas minorías numéricas, como los Mormones, ni siquiera son considerados como minorías en el sutil sentido especial de la palabra. Esa palabra representa prácticamente una presunción de desafección hacia la sociedad en general, y esta desconfianza en sí se presume que es justificada por lo que se denomina victimización de la minoría a manos de una mayoría más o menos monolítica. Si miramos más de cerca, creo que aun se encuentra que la idea misma de una minoría en este sentido es en gran medida un recurso retórico para encubiertamente atacar lo que queda de la cultura cristiana.
La tensión y hostilidad entre diferentes grupos étnicos y credos es natural, pero también es un asunto de reciprocidad: ninguna de las partes es probable que sea completamente inocente. Sin embargo, el lado cristiano, como es el caso, es probable que tenga una cierta voluntad cristiana para ceder el beneficio de la duda y asumir una parte de la culpa. Es natural que la parte no cristiana o anticristiana acepte este favor sin responder de la misma forma. Por esta razón los cristianos en el mundo moderno han sido lentos para reconocer y responder adecuadamente a sus enemigos - incluso sus enemigos declarados.
Cuando un intelectual nos dice que "la raza blanca es el cáncer de la historia," con la raza blanca como un sustituto de la cristiandad histórica, lo que estamos escuchando es algo más que la voz del intelecto desinteresado. Estamos escuchando una expresión de odio nihilista. La falta de creencia, como tal, no impulsa este tipo de fanatismo.
Es notable que hayamos sido tan lentos en reconocer esta forma específica de odio, tan evidente, como un problema social o incluso como un fenómeno social. El lenguaje abunda en palabras que reflejan los odios, temores y sospechas de los así llamados "conocedores culturales" hacia los forasteros. Todos estamos familiarizados con los términos racismo, etnocentrismo, xenofobia, el antisemitismo, homofobia, nacionalismo, y similares, palabras que tienen cierta cualidad de fermento, lo que sugiere su reciente invención con el objeto de satisfacer necesidades particulares. Incluso palabras más antiguas, tales como los prejuicios, sesgos, la intolerancia, la discriminación y el odio han tomado las mismas connotaciones anti-mayoritarias, aunque es humanamente probable que la hostilidad tenga la misma intensidad en la dirección opuesta. No tenemos ningún vocabulario específico que sugiera esta posibilidad recíproca.
Sin embargo, la desafección hacia la sociedad que se habita es siempre una actitud disponible. Una mirada a Shakespeare lo confirma. Sus obras ofrecen una galería de personajes que, por una razón u otra, han optado por una actitud de antagonismo hacia sus sociedades. Algunos, como Shylock, no lo hacen sin provocación, y otros, como Iago, disfrutan de la tentación universal a la envidia, sin una verdadera excusa. Shylock da sus enojadas razones; Iago no puede explicarse, excepto a sí mismo - y se queda mudo cuando, al quedar su villanía expuesta en toda su magnitud, su sociedad se enfrenta a él.
Para nuestros propósitos actuales, Edmund, de El rey Lear puede ser el ejemplo más interesante. Es de suponer que Shakespeare no cree en los dioses que Lear cree, pero claramente no respeta la actitud arrogante de Edmund hacia ellos. Los personajes piadosos - Lear, Cordelia, Kent, Edgar - son mostrados como superiores morales de Edmund, cualquiera que sean sus otros defectos. Sabemos poco acerca de las creencias religiosas de Shakespeare; pero evidentemente muestra respeto hacia el derecho de una sociedad de conformar su sentido de lo sagrado; a los símbolos comunes de santidad compartidos en común por gente irreflexiva - que es lo mismo que decir, por la mayoría de la gente en sus momentos irreflexivos.
Casi sin excepción, los personajes "alienados" de Shakespeare son villanos - los enemigos de la paz social y el orden. Ellos son reconocibles como humanos, y a veces despiertan poderosamente a nuestras simpatías; pero no hay duda de su maldad en acción. Su maldad consiste precisamente en su hostilidad activa hacia la sociedad que les rodea. El apóstata es un también un desertor social.
Los supuestos incorporados en la estructura misma de estas obras se oponen directamente a la suposición de que el odio y la hostilidad son siempre imputables a la sociedad. Esta imputación expresa en sí misma hostilidad, y haríamos bien en elevar la guardia contra aquellos que la realizan. Lo que sea que el ateísmo signifiue en lo abstracto, en nuestro propio mundo a menudo significa un odio específico y militante del Cristianismo, un odio tan particularista como el antisemitismo, e igualmente de letal.