Editorial de La Nación el día de hoy:
Rusia y el oeste, principalmente Estados Unidos, han venido jugando un peligroso ajedrez en torno a Ucrania. Desde noviembre pasado, la disconformidad con el curso zigzagueante del hasta hace poco presidente ucraniano, Viktor Yanukovich, se ha traducido en crecientes manifestaciones en la capital y otras importantes ciudades.
Inicialmente, las protestas surgieron por los sorpresivos vaivenes de Yanukovich con respecto a un acuerdo comercial y financiero con la Unión Europea (UE). El convenio, además del respiro para amortizar obligaciones vencidas en el orden de $15 mil millones, despejaría un curso de apertura comercial que generaría empleos y mejores ingresos para los ucranianos.
Las negociaciones del tratado ya habían concluido y solo se aguardaba la firma del mandatario. Una reunión de presidentes y emisarios de las mayores economías del globo, programada para una fecha cercana, sería el escenario del magno acontecimiento.
No obstante, ya en las gradas para subir al proscenio del ceremonial de la UE, Yanukovich postergó el evento a fin de viajar a Moscú sin ofrecer más detalles. El suspenso despertó sospechas sobre las andanzas del Presidente, y con plena razón. Desde Moscú, el sonriente mandatario anunció que había llegado a un trato que desembolsaría de inmediato los $15 mil millones y, de paso, incorporaría a Ucrania a una zona de preferencias aduaneras con un manojo de ex repúblicas soviéticas.
El panorama no podía ser menos halagüeño. En vez del feliz arribo del comercio y las finanzas de la UE, Ucrania quedaría inmersa en un mar incierto y ayuno de auténticos resultados positivos. Como era de esperar, las protestas en Kiev estallaron con nuevos bríos ante el desacierto presidencial.
En realidad, el rechazo al trato con Moscú no fue absoluto. En Crimea, una península con ventanas al Mar Negro, la prominente población de filiación rusa mostró satisfacción por el arreglo con Moscú. Pero este leve foco de apoyo no pudo hacer mella en la imparable furia de la inmensa mayoría ucraniana. El resto es historia.
En el tablero del ajedrez entre Moscú y Washington con sus aliados europeos, la movida rusa inicial constituyó, a la larga, una derrota para el presidente Vladimir Putin. El desenlace adquirió forma con la destitución de Yanukovich por el Parlamento ucraniano que emergió de las protestas. La imprevista huida a Rusia del derrocado ucraniano selló el jaque.
Sin embargo, Putin se guardaba una jugada vencedora. El trasfondo del empeño ruso en frustrar el tratado con la UE son los importantes intereses de Moscú en Ucrania. Además de ser clave para el transporte de petróleo y gas a Europa y otros destinos, la región de la histórica Crimea hospeda una importante base naval rusa en el Mar Negro. El arrendamiento de esa base finaliza cuando Moscú así decida. El puerto de Sebastopol es una crítica estación naviera en la zona. Asimismo, en la parte oriental de Crimea, habita un mayoritario conglomerado étnico de origen ruso. Y por si faltaba, Crimea fue centro de importantes reuniones cimeras en la Segunda Guerra Mundial. Además, la región sería una avenida estratégica para un avance bélico occidental hacia al corazón de la inmensa Rusia.
La contra jugada de Putin fija la mira en la posibilidad de quedarse con el territorio de Crimea. El grito de Washington y demás aliados no asusta. Ni Obama ni el secretario de Estado Kerry se aventurarían a promover una guerra en contra de Rusia, y la OTAN no cuenta con el personal ni el equipo para la gigantesca aventura.
Este análisis compagina con el despliegue de tropas y equipo rusos en la frontera con Ucrania, y el movimiento de enmascarados disfrazados de soldados rusos, pero sin una clara identificación, que encabezaron la ocupación de los principales centros de poder, así como los mayores aeropuertos en la zona. ¿Se perfila así una victoria rusa? Es todavía temprano para un pronóstico absoluto, pero tiempos difíciles esperan a Ucrania.
Por otra parte, El País de España anuncia que EEUU amenazó a Rusia con sacarla del G-8.