Cada año se divertía, durante el carnaval con máscaras, música, representaciones teatrales, danzas y carreras. Hasta durante los terribles años de 1520 tomó parte en festividades inusualmente brillantes. Las representaciones teatrales, con música agradable y bailes, eran sus diversiones favoritas. El palacio papal se convertía en un teatro y el papa no vacilaba en asistir a obras impropias como la inmoral “Calendra” por Bibbiena y a los indecentes “Suppositi” de Ariosto..
Sus contemporáneos sin excepción alaban su y admiran su permanente buen carácter, que nunca perdió del todo ni en las adversidades y dificultades. El mismo era alegre y quería ver a los demás igual. Era bondadoso y liberal y nunca rehusó un favor ni a sus familiares ni a los compatriotas florentinos que invadieron Roma consiguiendo puestos oficiales. De la misma manera procedía con otros solicitantes, artistas y poetas. Su generosidad era ilimitada, cordial no falsa ni por vanagloria. No era ostentoso ni daba importancia al ceremonial. Generoso en las obras de caridad, con los conventos, hospitales, soldados jubilados, estudiantes pobres, peregrinos, exiliados, impedidos, ciegos enfermos; todos los desafortunados eran tenidos en cuenta y distribuía cada año más de 6000 ducados en limosnas. En estas circunstancias no es sorprendente que el gran tesoro dejado por Julio II desapareciera en dos años. En la primavera de 1515 las arcas estaban vacías y León no volvió a recobrarse de esta ruina financiera.
Se recorrió a varios métodos dudosos y reprensibles para conseguir fondos. Creó nuevas oficinas y dignatarios y los más apetecibles se pusieron a la venta. Indulgencias y jubileos degradados completamente se convirtieron en transacciones monetarias, pero sin aval pues el tesoro estaba exhausto. Los ingresos papales alcanzaban de 500.00 0 a 600.000 ducados.[Unos $75 millones hoy día] La corte papal que con Julio II necesitaba 48.000 ducados, costaba ahora el doble.
En total León gastó alrededor de cuatro millones y medio de ducados durante su pontificado y dejó una deuda de 400.000 ducados. Cuando murió inesperadamente sus acreedores se enfrentaron a la ruina financiera. Una sátira proclamó que “León X había consumido tres pontificados, los tesoros de Julio II, los ingresos de su propio reinado y los de su sucesor.”