[h=3]Edgar Espinoza[/h] Graduado en Ciencias de la Comunicación Colectiva por la Universidad de Costa Rica, obtuvo un postgrado en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Florida en Gainesville, Estados Unidos.
16 de junio de 2014
[h=1]Don Beto y la Sele[/h] Me cuentan fuentes médicas que anteayer, a minutos de morir, lo único que don “Beto” Cañas quería era que lo trasladaran de la clínica a la casa para disfrutar del partido de la Sele con una buena pizza.
Por eso, ese 14 de junio será un sábado memorable. Un día de emociones muy fuertes. Y encontradas. La noticia del deceso del gran costarricense se cruzó de repente con la de los once costarricenses dándolo todo en el mundial de Brasil.
Recuerdo estar esa noche en la funeraria Montesacro de San Pedro y escuchar afuera la algarabía de pitos, carros y gente celebrando una victoria que don Beto, rodeado ahora en su vela de familiares y amigos, hubiera querido festejar con la misma pasión con que vivió.
Y es que, como visionario, don Beto era un adicto a los desafíos. Si no había, se los inventaba. Su verbo encendido le abrió nuevos caminos al país. Y su pluma, la luz para transitarlos. Peleador frontal por naturaleza en cualquier terreno.
De ahí que sea inevitable asociar los 95 minutos de la Sele de ese sábado en la cancha de fútbol, con los 94 años de don Beto en la cancha de la vida; convicción, entrega y coraje por un ideal, sin amilanarse nunca ante la adversidad.
Cuando en 1948 los demonios del poder quisieron meterle un gol a la democracia, ahí estuvo don Beto con el resto de su equipo driblando al enemigo para defender un derecho ciudadano que nos había sido arrebatado.
Vivió siempre en estado de alerta. Con la pólvora en el ánimo. Desde diferentes trincheras -embajador, diputado o periodista- defendió valores y principios, del mismo modo que, desde diferentes flancos, Campbell, Duarte y Ureña le daban su lugar a Costa Rica en la gesta futbolística.
Don Beto hubiera explotado de la felicidad ante el triunfo de la Sele. Con pizza o sin pizza. Era la garra nacional que le hubiera gustado ver. Conociéndolo, hasta me atrevería a pensar que desde su nueva dimensión habrá influido entre los hados para dotar a nuestra Sele de una inspiración que quisiéramos fuera eterna.
Al fin y al cabo la gran aspiración de don Beto fue esa, una Costa Rica grande. Culta, educada, sana, próspera. Y bravía. Cuando el equipo liberacionista para el que jugaba se infestó de “gradería de sol” y se llenó de autogoles, se fue y fundó otro desde el cual continuar la conquista de sus ideales.
No en vano don Beto nos deja a muy poco de haber coronado su último gran anhelo: el PAC en el poder. Era lo que le faltaba para estar completo, para irse: heredarnos el gran cambio político que necesitaba el país y que ojalá el partido sepa encarnar.
Y lo hizo él con tal convicción que se despidió de este mundo con el pin de su partido bien puesto en la solapa, fiel a sus creencias, incondicional a sus retos.
La lección que don Beto nos deja es inobjetable: Uno puede perder o ganar en la vida, pero lo importante es nunca bajar la guardia.
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