Nació con el don de manipular marionetas. Sus dedos encarnaban a la perfección ese movimiento arácnido para hacerlas bailar. Cada una aguarda ansiosamente por un poco de su atención, desean ser tomadas por su peana, ser exorcizadas de su propio polvo y vivir otra vez. Todas anhelan este ritual de resurrección. El
Marionetero mueve su mano derecha y la
Marioneta el cuerpo entero; el oficio cristaliza un desequilibrio entre quienes participan, pero eso ya lo saben: no siempre la equidad es una regla.
Como quien no tiene conciencia, y no le interesa tenerla, él abandonaba a sus marionetas, las dejaba sin postura, con los brazos entrelazados y la cabeza entre las piernas. Las desechaba, las cambiaba o las reciclaba a su antojo, sin brindar explicaciones. Se hacía su voluntad, como quien reina en un mundo vacío y silente, privado de crítica y resistencia. Su cotidianidad naufragaba en aquellas sumisiones que, por muy elegantes y originales que fuesen, eran evidencia de un justo menosprecio hacia las crueles desigualdades entre ambos papeles:
Marionetero y
Marioneta.
Sin confabulaciones de por medio y como acto único de victoria posible, reunió a todas y cada una de las marionetas, las guardó en un baúl azul y lo colocó entre sus adornos, encima del televisor. Si vuelve, lo aceptarán bajo las mismas condiciones iniciales, sin reproches ni complicaciones. Pero, su táctica fue jugar a ser la víctima de sus propios actos desmedidos en contra de ellas, por no hablar de su placer cuando miraba exprimir sus ojos como dos grandes limones sin semilla cada vez que debía enfrentar las consecuencias de su error en plural.
Han pasado 5 meses, 17 días, 3 horas y 29 minutos desde aquel fatídico momento, es poco y a la vez suficiente, no el tiempo, sino el esfuerzo del
Marionetero para no desterrar lo triste del asunto cuando se le encogió el corazón por dejarlas morir. Las marionetas ahora son un lúcido y mayúsculo recuerdo en su piel. Junto a las desatinadas ganas de engañarse, aprendió que el fracaso es el maestro de los perdedores. Ni la utilización de métodos conductuales como terapia, ni su desensibilización cognitiva podrán emblanquecer los nubarrones que con insistencia amenazan de lluvia los atardeceres de su pasado. "¿Pensarán en mí?", "¿Extrañan mi presencia en sus vidas?"...
Por fin lo comprendió: él también es
Marioneta.