Disculpe el lector si en algún momento llega a sentir que pierde el tiempo mientras sigue este relato. Créame que no me sentiré afectada si desea posar sus ojos en algo más interesante, y abandone estas letras. Puede hacerlo, y acá no pasa nada.
Tengo la intención de dejar una evidencia escrita, de forma que cuando la edad sí llegue a lastimarme aunque yo no lo quiera, algo me traiga a la memoria estos recuerdos, y puede que le sirva como motivo de risa a alguna nietecilla aburrida o frustrada.
Quienes me conocen un poco mejor y hemos compartido espacios preferenciales dentro del gran salón de la confianza, saben que el mundo onírico, ese que es gobernado por la Gran Dama de Plata, es un plano de alta actividad sísmica en mi vida. Desde sueños extraños casi producto del opio, hasta situaciones que se vuelven realidad a los pocos días. Desde avisos del embarazo de una persona cercana hasta respuestas a los problemas más complicados de amigos muy queridos. Esa es la gama de mensajes que acuden a mí por las noches, para luego hacerme trabajar horas extra en el día. Por eso me identifico con la Madre Luna, porque duermo poco o casi nada.
Pero no les voy a contar acá el último chisme que haya descubierto sin proponérmelo, el próximo embarazo de la oficina, o si el bebé será niño o niña. Tampoco voy a contarles si descubrí alguna identidad oculta, o cualquier tipo de consulta que el morbo pueda provocar.
Sólo les voy a contar de mi etéreo amigo, el visitante. Nunca dice nada, a veces sólo camina a mi lado por parajes que en esta vida física no los he visitado. Otras, aparece de pronto en medio de un grupo y sale para dirigirse a mí. Nunca pide nada o trae algún mensaje. No me avisa de ningún peligro. No me felicita, tampoco me reprende. Cualquiera diría que llega nada más que a interrumpir las pocas horas de sueño en que procuro descansar.
Pero no es así. En su última visita, breve visita por cierto, me buscó en medio de un festival, del cual nunca supe la razón por la que participé. Se acercó, y en una forma que sólo él conoce, me besó. Fue entonces que supe que era él.
Y es que nunca puedo precisar el rostro del visitante. Su identificación es el regalo que deja con sus labios, es entonces cuando pienso: a ti te conozco, pero sólo en este plano. Y, luego de haber ofrecido ese obsequio, partió, evidenciando su tristeza al hacerlo.
Sé que tienen el derecho de dudar de mi cordura, o simplemente verificar lo que ya sospechaban: que soy un caso de demencia sin solución. Sin embargo puedo afirmar, que en todas las bocas que se han dejado besar por la mía, nunca he encontrado la sensación que deja la boca del visitante en mí, sensación que se mantiene aún cuando el día, poco a poco, sigue avanzando.
Y si por el azar o la inexistente casualidad, usted, respetado lector, es de los enemigos acérrimos de las “sensaciones diferentes”, olvide por favor el tiempo que perdió. Mientras tanto, yo estoy segura que no lo perderé, el día que el visitante se decida a algo más que besar…
HippieQ
Dic. 2007
Tengo la intención de dejar una evidencia escrita, de forma que cuando la edad sí llegue a lastimarme aunque yo no lo quiera, algo me traiga a la memoria estos recuerdos, y puede que le sirva como motivo de risa a alguna nietecilla aburrida o frustrada.
Quienes me conocen un poco mejor y hemos compartido espacios preferenciales dentro del gran salón de la confianza, saben que el mundo onírico, ese que es gobernado por la Gran Dama de Plata, es un plano de alta actividad sísmica en mi vida. Desde sueños extraños casi producto del opio, hasta situaciones que se vuelven realidad a los pocos días. Desde avisos del embarazo de una persona cercana hasta respuestas a los problemas más complicados de amigos muy queridos. Esa es la gama de mensajes que acuden a mí por las noches, para luego hacerme trabajar horas extra en el día. Por eso me identifico con la Madre Luna, porque duermo poco o casi nada.
Pero no les voy a contar acá el último chisme que haya descubierto sin proponérmelo, el próximo embarazo de la oficina, o si el bebé será niño o niña. Tampoco voy a contarles si descubrí alguna identidad oculta, o cualquier tipo de consulta que el morbo pueda provocar.
Sólo les voy a contar de mi etéreo amigo, el visitante. Nunca dice nada, a veces sólo camina a mi lado por parajes que en esta vida física no los he visitado. Otras, aparece de pronto en medio de un grupo y sale para dirigirse a mí. Nunca pide nada o trae algún mensaje. No me avisa de ningún peligro. No me felicita, tampoco me reprende. Cualquiera diría que llega nada más que a interrumpir las pocas horas de sueño en que procuro descansar.
Pero no es así. En su última visita, breve visita por cierto, me buscó en medio de un festival, del cual nunca supe la razón por la que participé. Se acercó, y en una forma que sólo él conoce, me besó. Fue entonces que supe que era él.
Y es que nunca puedo precisar el rostro del visitante. Su identificación es el regalo que deja con sus labios, es entonces cuando pienso: a ti te conozco, pero sólo en este plano. Y, luego de haber ofrecido ese obsequio, partió, evidenciando su tristeza al hacerlo.
Sé que tienen el derecho de dudar de mi cordura, o simplemente verificar lo que ya sospechaban: que soy un caso de demencia sin solución. Sin embargo puedo afirmar, que en todas las bocas que se han dejado besar por la mía, nunca he encontrado la sensación que deja la boca del visitante en mí, sensación que se mantiene aún cuando el día, poco a poco, sigue avanzando.
Y si por el azar o la inexistente casualidad, usted, respetado lector, es de los enemigos acérrimos de las “sensaciones diferentes”, olvide por favor el tiempo que perdió. Mientras tanto, yo estoy segura que no lo perderé, el día que el visitante se decida a algo más que besar…
HippieQ
Dic. 2007