Como odio Vol 1:
Los lamebotas no pasan inadvertidos. Su repugnante complejo de perro faldero es altamente enfermizo; sin embargo, existe algo peor a lo que he bautizado mamabotas: ese que toma las practicas del lamebotas y las lleva a otro nivel. El imbecil que carece de personalidad como si de un muñeco de plastilina se tratara y cualquiera que se le acerque tiene –inconscientemente, tal vez– potestad sobre el sujeto, y es moldeado de acuerdo a los gustos y exigencias de los demas. El inseguro que sirve muy bien para gravitar en la vida de otros, y se pierde y anula entre elogios e ilusiones: coloca la bota en su boca y practica la mas exquisita felacion sin importar forma, tamaño de suela, cordon ni altura del tacon: no le basta con pasarle la lengua y debe ensalivarla por completo; la practica de garganta profunda es obligatoria y el derroche de saliva no se deja esperar: la dignidad se pierde gota tras gota.
Un mamabotas recurre a obediencia vomitiva pues teme contradecir e imponer porque se ha acostumbrado a que si dice lo que otros quieren escuchar, hay premio: una galleta, una palmadita en la espalda, felicitacion o puntos de reputacion. Por encima de todo: dulce aprobacion. Como todo perro que aprende trucos, ya sabe que hacer y decir; le gusta ensalzar a todos, y a sus amigos en pedestal colocar. Por costumbre o porque no puede, el mamabotas –tambien conocido como mamaculos– no cuestiona casi nada y solo acepta las cosas como vengan sin olvidar levantar su pulgar. Ellos ven popularidad y cariño garantizado, otros vemos –y sentimos– verguenza ajena.