Encontre este artículo de opinión en la nación de hoy domingo. Y aunque esta un poco largo y puede dar un poco de pereza leerlo si les digo que vale la pena hacer el intento. Sobre todo para los "zurdos" del foro porque es una reflexión sobre el futuro de la izquierda y el vació de propuestas que enfrenta en el mundo actual.
La izquierda está en las calles
PARÍS – Los disturbios que han arrasado a Grecia pueden tener muchas causas, pero una que raras veces se menciona es la fractura de la izquierda griega entre el partido socialista tradicional PASOK de George Papandreu y una fracción cada vez más radicalizada que rechaza avenencia alguna con la Unión Europea ni con la economía moderna. Esa división, en diferentes grados, está paralizando a los partidos socialistas de toda Europa.
Que la izquierda tradicional resulte tan inerte en plena crisis económica actual resulta más que extraño. En lugar de prosperar con las nuevas dudas sobre el capitalismo, los partidos socialistas de Europa no han logrado avances políticos importantes. En los países en los que ocupan el poder, como, por ejemplo, España, son ahora muy impopulares.
En los casos en que se encuentran en la oposición, como en Francia y en Italia, están en retirada, como los socialdemócratas de Alemania, pese a formar parte de la Gran Coalición gobernante. Ni siquiera los socialistas, desalojados del poder, de Suecia, el partido dominante del país durante un siglo, han capitalizado la crisis. El Reino Unido puede ser la excepción, aunque el Partido Laborista partidario del mercado, moldeado por Tony Blair, puede que haya dejado de contar como partido de izquierda.
Lucha por el poder. Los socialistas europeos han fracasado a la hora de abordar la crisis convincentemente por sus divisiones internas. Todos esos partidos, anticapitalistas de nacimiento, llegaron (en mayor o menor medida) a aceptar la libertad de mercado como fundamento de la economía. Además, desde 1991 y el desplome del sistema soviético, la izquierda ha carecido de un modelo claro con el que oponerse al capitalismo.
Pero, pese a aceptar de boquilla el mercado, la izquierda europea sigue desgarrada por una contradicción entre sus orígenes anticapitalistas y su reciente conversión a la economía de libre mercado. ¿Es la crisis actual una crisis del capitalismo o una simple fase de él? Esa controversia mantiene a los intelectuales, expertos y políticos de izquierdas muy ocupados en debates televisivos y de café en toda Europa.
A consecuencia de ello, ha estallado una lucha por el poder. En Francia y Alemania, una nueva extrema izquierda, compuesta de trotskistas, comunistas y anarquistas, está surgiendo de sus cenizas para volver a ser una fuerza política. Esos espectros rejuvenecidos adoptan la forma del Partido de la Izquierda de Oskar LaFontaine en Alemania, como también los diversos movimientos revolucionarios de Francia; uno de ellos acaba de denominarse Partido Anticapitalista. Su dirigente, un antiguo cartero, dice que en las circunstancias actuales, forma parte de una “resistencia”, palabra que tiene resonancias de las luchas antifascistas de la época de Hitler. La auténtica opción substitutiva de esa extrema izquierda nadie sabe cuál es.
Nuevo radicalismo. Frente al nuevo radicalismo, que está atrayendo a algunos socialistas tradicionales, ¿qué van a hacer los dirigentes socialistas más establecidos? Cuando se inclinan por los troskistas, pierden a sus partidarios “burgueses”; cuando buscan el centro, como el SFP en Alemania, el Partido de la Izquierda crece. A consecuencia de ese dilema, los partidos socialistas de toda Europa parecen paralizados.
Y lo están. De hecho, resulta difícil encontrar un análisis convincente de la crisis actual por parte de la izquierda, aparte de lemas anticapitalistas. Los socialistas acusan a financieros avariciosos, pero ¿quién no lo hace? En cuanto a remedios, los socialistas nada ofrecen que no sean las soluciones keynesianas que ahora está proponiendo la derecha.
Desde que George W. Bush mostró la vía de la nacionalización de la banca, enorme gasto público, rescates industriales y déficits presupuestarios, los socialistas se han quedado sin margen para actuar. Como el Presidente Francés Nicolas Sarkozy intenta reavivar el crecimiento mediante la defensa proteccionista de las “industrias nacionales” e inversiones enormes en infraestructuras públicas, ¿qué más pueden pedir los socialistas? Además, muchos socialistas temen que un excesivo gasto público dispare la inflación y que sus principales electores potenciales pasen a ser las primeras víctimas.
Socialismo europeo. Cuando la derecha se ha vuelto estatalista y keynesiana, los auténticos partidarios acérrimos del mercado libre quedan marginados y el anticapitalismo de estilo antiguo parece arcaico, hay qué preguntarse qué puede significar el socialismo en Europa. Curiosamente, la UE constituye un obstáculo para el futuro del socialismo europeo.
En la actualidad, construir el socialismo en un solo país resulta imposible, porque todas las economías de Europa son ahora interdependientes. El último dirigente que ensayó el socialismo por sí solo, el presidente francés François Mitterrand, en 1981, se rindió ante las instituciones europeas en 1983.
Dichas instituciones, basadas en el libre comercio, la competencia, déficits presupuestarios limitados y una moneda sólida, son fundamentalmente promercado: en ellos hay muy poco margen para el socialismo doctrinario. Esa es la razón por la que la extrema izquierda es antieuropea.
Además, a los socialistas europeos les está resultando difícil distinguirse en materia de asuntos exteriores. Solían ser por definición defensores de los derechos humanos, mucho más que los partidos conservadores, pero desde que George W. Bush incluyó esas ideas en sus campañas de promoción de la democracia, los socialistas europeos se han vuelto más cautelosos al respecto.
Además, sin la Unión Soviética, los socialistas europeos tienen pocas causas exteriores que tomarse a pecho: pocos entienden la Rusia de Putin y la China actual, capitalista totalitaria, queda demasiado lejos y resulta demasiado extraña y, desde la elección de Barack Obama, el antiamericanismo ha dejado de ser una forma viable de obtener apoyo. Los buenos tiempos en que los trotskistas y los socialistas encontraban un terreno común en los ataques a los Estados Unidos son cosa del pasado.
Naturalmente, la debilidad y la división ideológicas de la izquierda no la excluirá del poder. Puede aferrarse al cargo, como José Luis Rodríguez Zapatero ha conseguido en España y Gordon Brown en el Reino Unido. La izquierda puede acabar ganando las elecciones generales en otros sitios, si la derecha keynesiana no consigue poner fin a la crisis, pero, tanto en la oposición como en el poder, los socialistas no tienen un programa claro.
Sin embargo, la enseñanza que se desprende de lo sucedido en Grecia es que lo que más deben temer los socialistas europeos es el gusto de la extrema izquierda por provocar disturbios y el talento para hacerlo, pues el actual socialismo vacío tiene una consecuencia, la de que, parafraseando a Marx, un espectro recorre Europa: el del caos.
La izquierda está en las calles
PARÍS – Los disturbios que han arrasado a Grecia pueden tener muchas causas, pero una que raras veces se menciona es la fractura de la izquierda griega entre el partido socialista tradicional PASOK de George Papandreu y una fracción cada vez más radicalizada que rechaza avenencia alguna con la Unión Europea ni con la economía moderna. Esa división, en diferentes grados, está paralizando a los partidos socialistas de toda Europa.
Que la izquierda tradicional resulte tan inerte en plena crisis económica actual resulta más que extraño. En lugar de prosperar con las nuevas dudas sobre el capitalismo, los partidos socialistas de Europa no han logrado avances políticos importantes. En los países en los que ocupan el poder, como, por ejemplo, España, son ahora muy impopulares.
En los casos en que se encuentran en la oposición, como en Francia y en Italia, están en retirada, como los socialdemócratas de Alemania, pese a formar parte de la Gran Coalición gobernante. Ni siquiera los socialistas, desalojados del poder, de Suecia, el partido dominante del país durante un siglo, han capitalizado la crisis. El Reino Unido puede ser la excepción, aunque el Partido Laborista partidario del mercado, moldeado por Tony Blair, puede que haya dejado de contar como partido de izquierda.
Lucha por el poder. Los socialistas europeos han fracasado a la hora de abordar la crisis convincentemente por sus divisiones internas. Todos esos partidos, anticapitalistas de nacimiento, llegaron (en mayor o menor medida) a aceptar la libertad de mercado como fundamento de la economía. Además, desde 1991 y el desplome del sistema soviético, la izquierda ha carecido de un modelo claro con el que oponerse al capitalismo.
Pero, pese a aceptar de boquilla el mercado, la izquierda europea sigue desgarrada por una contradicción entre sus orígenes anticapitalistas y su reciente conversión a la economía de libre mercado. ¿Es la crisis actual una crisis del capitalismo o una simple fase de él? Esa controversia mantiene a los intelectuales, expertos y políticos de izquierdas muy ocupados en debates televisivos y de café en toda Europa.
A consecuencia de ello, ha estallado una lucha por el poder. En Francia y Alemania, una nueva extrema izquierda, compuesta de trotskistas, comunistas y anarquistas, está surgiendo de sus cenizas para volver a ser una fuerza política. Esos espectros rejuvenecidos adoptan la forma del Partido de la Izquierda de Oskar LaFontaine en Alemania, como también los diversos movimientos revolucionarios de Francia; uno de ellos acaba de denominarse Partido Anticapitalista. Su dirigente, un antiguo cartero, dice que en las circunstancias actuales, forma parte de una “resistencia”, palabra que tiene resonancias de las luchas antifascistas de la época de Hitler. La auténtica opción substitutiva de esa extrema izquierda nadie sabe cuál es.
Nuevo radicalismo. Frente al nuevo radicalismo, que está atrayendo a algunos socialistas tradicionales, ¿qué van a hacer los dirigentes socialistas más establecidos? Cuando se inclinan por los troskistas, pierden a sus partidarios “burgueses”; cuando buscan el centro, como el SFP en Alemania, el Partido de la Izquierda crece. A consecuencia de ese dilema, los partidos socialistas de toda Europa parecen paralizados.
Y lo están. De hecho, resulta difícil encontrar un análisis convincente de la crisis actual por parte de la izquierda, aparte de lemas anticapitalistas. Los socialistas acusan a financieros avariciosos, pero ¿quién no lo hace? En cuanto a remedios, los socialistas nada ofrecen que no sean las soluciones keynesianas que ahora está proponiendo la derecha.
Desde que George W. Bush mostró la vía de la nacionalización de la banca, enorme gasto público, rescates industriales y déficits presupuestarios, los socialistas se han quedado sin margen para actuar. Como el Presidente Francés Nicolas Sarkozy intenta reavivar el crecimiento mediante la defensa proteccionista de las “industrias nacionales” e inversiones enormes en infraestructuras públicas, ¿qué más pueden pedir los socialistas? Además, muchos socialistas temen que un excesivo gasto público dispare la inflación y que sus principales electores potenciales pasen a ser las primeras víctimas.
Socialismo europeo. Cuando la derecha se ha vuelto estatalista y keynesiana, los auténticos partidarios acérrimos del mercado libre quedan marginados y el anticapitalismo de estilo antiguo parece arcaico, hay qué preguntarse qué puede significar el socialismo en Europa. Curiosamente, la UE constituye un obstáculo para el futuro del socialismo europeo.
En la actualidad, construir el socialismo en un solo país resulta imposible, porque todas las economías de Europa son ahora interdependientes. El último dirigente que ensayó el socialismo por sí solo, el presidente francés François Mitterrand, en 1981, se rindió ante las instituciones europeas en 1983.
Dichas instituciones, basadas en el libre comercio, la competencia, déficits presupuestarios limitados y una moneda sólida, son fundamentalmente promercado: en ellos hay muy poco margen para el socialismo doctrinario. Esa es la razón por la que la extrema izquierda es antieuropea.
Además, a los socialistas europeos les está resultando difícil distinguirse en materia de asuntos exteriores. Solían ser por definición defensores de los derechos humanos, mucho más que los partidos conservadores, pero desde que George W. Bush incluyó esas ideas en sus campañas de promoción de la democracia, los socialistas europeos se han vuelto más cautelosos al respecto.
Además, sin la Unión Soviética, los socialistas europeos tienen pocas causas exteriores que tomarse a pecho: pocos entienden la Rusia de Putin y la China actual, capitalista totalitaria, queda demasiado lejos y resulta demasiado extraña y, desde la elección de Barack Obama, el antiamericanismo ha dejado de ser una forma viable de obtener apoyo. Los buenos tiempos en que los trotskistas y los socialistas encontraban un terreno común en los ataques a los Estados Unidos son cosa del pasado.
Naturalmente, la debilidad y la división ideológicas de la izquierda no la excluirá del poder. Puede aferrarse al cargo, como José Luis Rodríguez Zapatero ha conseguido en España y Gordon Brown en el Reino Unido. La izquierda puede acabar ganando las elecciones generales en otros sitios, si la derecha keynesiana no consigue poner fin a la crisis, pero, tanto en la oposición como en el poder, los socialistas no tienen un programa claro.
Sin embargo, la enseñanza que se desprende de lo sucedido en Grecia es que lo que más deben temer los socialistas europeos es el gusto de la extrema izquierda por provocar disturbios y el talento para hacerlo, pues el actual socialismo vacío tiene una consecuencia, la de que, parafraseando a Marx, un espectro recorre Europa: el del caos.