Ligues y Poemas
En rara ocasión tomo mi almuerzo en Soda Recuerdos: asisten universitarios y estos sostienen la arrogancia de la juventud, la pedantería del —que se cree— sabio. También convergen algunas chicas con culos deliciosos y es difícil consolidar tu mirada lejos de los bolsillos de sus pantalones. La maldita soda es de las más baratas del área y yo —ese día— de los más pobres del lugar y por ello me decanté por comer ahí. A la salida me dispondría a ir a la librería de la esquina a echar una mirada a Lo más importante es saber atravesar el fuego. La que atiende es conocida y me deja tomarme unos minutos para leer. Pero eso sería luego, antes mi almuerzo. Con plato del día en mano me dispuse a tomar asiento a espaldas de unas jóvenes muy atractivas. ¿Cómo lo sabía? No me gusta mirar unos ojos, un escote ni una entrepierna ajustada, directamente y por ello he perfeccionado mi visión periférica —mirar un culo sin torcer tu cuello de manera cínica, esto es diferente—. Este pseudo arte de apreciar —por ejemplo— un suculento par de tetas de la manera más disimulada me permitió reconocer a una de las jóvenes, cuando iba para mi mesa. Le conozco como La chica de la bufanda multicolor porque no sé cómo se llama. Pero sí sé que pasa los lunes y viernes frente al lugar donde trabajo, cerca de la soda en cuestión; y también sé que tiene los ojos verdes, que recién le han removido sus frenillos, que ha tenido 2 novios en lo que va del año, que tiene unos labios exquisitos, tetas grandes, una cicatriz en su pantorrilla izquierda —¿o es la derecha?— y viste una horrenda bufanda colorida, posiblemente regalo de alguien muy querido porque pienso que es la única forma de convencerse de que merece la pena usarla tanto. Ya a la mesa me molestaron 2 cosas: la comida estaba salada en demasía y la chica de la bufanda —a mis espaldas— montó una retahíla de pésimos poemas que presumo de su autoría, pero eran todos una solemne mierda. Tal vez me antojo riguroso en tanto que no eran tan horribles sus poemas y —tal vez, también— me molestó el hecho de que teníamos algo en común tan poderoso como para consumirnos el uno el otro a besos, sobre esas mesas plásticas hechas en RPC. Pienso que —al menos— alcanzaba para tener un motivo para ir por 2 —o 6— cervezas y montar una tosca pero efectiva exhibición poética. Entonces la chica —cuyo nombre debe ser Andrea o Jessica o Pamela o Gabriela o Tania, porque estos me gustan— les dijo a sus 2 amigas: "He escrito un rispetto para mi ex novio", y procedió a vocalizarlo.
¿Por qué sigue tu memoria en mí?
¿Acaso no ha sido suficiente para ti?
Recorrer los desiertos de tus palabras,
es peor que mis heridas se reabran.
Tus besos gélidos como diciembre,
son más tristes que navidad sin regalo.
¿Fue todo mi amor en vano?
Contigo nunca gano.
Expresé mi descontento —y desconcierto— con un pesado ceño. ¿Por qué debía escuchar esas tonterías a sus espaldas y sin conocerla? Deseaba corregir a la chica con sutileza y que ella estuviera frente a mí y que la soda fuera un bar, que los frescos naturales fueran —desde luego— cervezas. Pienso que mejor deseaba que en lugar de soda estuviéramos desnudos, en mi cama y yo sobre ella, montándola violentamente. ¡Al diablo la poesía! Como sea, me levanté de mi silla y con sumo dolor me dirigí al basurero a depositar 3/4 partes de la comida —hambre me sobraba, no así antojo de sal— y a la salida me detuve un momento frente a la mesa donde estaban las jóvenes, tomé valor y mirando a la chica que —para variar— llevaba una bufanda de múltiples colores: ¡pésimo! Un rispetto, para empezar, le dije, debería tener 6 endecasílabos. Además, continué, me parece que los 4 primeros deben ir en forma de verso mayor, posiblemente serventesios —tal vez sonetos— y concluyendo con pareados. Dos estarían bien. Mira, es más o menos así —tomé su cuaderno y de mi bolsillo saqué un lapicero que siempre uso en el trabajo—:
(Empecé a contar sílabas según recordaba el procedimiento. El impulso había sido gracias a una mezcla entre molestia —por mi almuerzo— y fanfarronería —por pensar que podía hacerlo mejor e impresionarla, en el intento—)
Hermosos ojos tiene tu cara,
Verdes como musgo resplandeciente.
Hermosos ojos que Dios pintara,
de lindeza brutalmente atrayente.
Tus ojos atrapan con su belleza,
si he caído yo, no tengo certeza.
El verde de tus ojos son ilusión,
y en ellos tengo mi absolución.
Al final de la hoja anoté mi nombre y mi número telefónico: Fxxxxxx, 6085-XXXX. Entonces le dije: "la composición de un rispetto es —normalmente— amorosa. En esto has tenido razón. ¿Estaban saladas las patatas fritas?" Salí por donde entré.
Regresé a mi trabajo con retraso —otra llamada de atención— y no logro recordar qué hice el resto del día porque me la pasé pensando en cuánto de verdad tendrían mis palabras hacía esos ojos verdes y cuán idiota me había visto, haciendo lo que hice. Los valientes —cuando sienten atracción por una chica— las invitan a salir, pero yo obro diferente. A veces diferente no quiere decir que sea malo, solamente estúpido: interrumpí su almuerzo, la hice quedar como una imbécil, tomé sin permiso su cuaderno, con altísimo atrevimiento escribí sobre este una obvia declaración sino de amor de obsesión por sus ojos y le dejé anotados mis datos, pero no un ha sido un gusto. Espero que me escriba pronto. Mucho ha cambiado desde aquella ocasión. Andrea —o Gabriela o Tania— ya no pasa ni los lunes ni los viernes, pero sí los martes, miércoles y jueves; y retiró su bufanda que lo presiento como un acto que va de la mano con su nuevo novio. Yo sigo esperando que me llame o al menos envíe un SMS de lacónico contenido. Le tengo algunos poemas preparados.
En rara ocasión tomo mi almuerzo en Soda Recuerdos: asisten universitarios y estos sostienen la arrogancia de la juventud, la pedantería del —que se cree— sabio. También convergen algunas chicas con culos deliciosos y es difícil consolidar tu mirada lejos de los bolsillos de sus pantalones. La maldita soda es de las más baratas del área y yo —ese día— de los más pobres del lugar y por ello me decanté por comer ahí. A la salida me dispondría a ir a la librería de la esquina a echar una mirada a Lo más importante es saber atravesar el fuego. La que atiende es conocida y me deja tomarme unos minutos para leer. Pero eso sería luego, antes mi almuerzo. Con plato del día en mano me dispuse a tomar asiento a espaldas de unas jóvenes muy atractivas. ¿Cómo lo sabía? No me gusta mirar unos ojos, un escote ni una entrepierna ajustada, directamente y por ello he perfeccionado mi visión periférica —mirar un culo sin torcer tu cuello de manera cínica, esto es diferente—. Este pseudo arte de apreciar —por ejemplo— un suculento par de tetas de la manera más disimulada me permitió reconocer a una de las jóvenes, cuando iba para mi mesa. Le conozco como La chica de la bufanda multicolor porque no sé cómo se llama. Pero sí sé que pasa los lunes y viernes frente al lugar donde trabajo, cerca de la soda en cuestión; y también sé que tiene los ojos verdes, que recién le han removido sus frenillos, que ha tenido 2 novios en lo que va del año, que tiene unos labios exquisitos, tetas grandes, una cicatriz en su pantorrilla izquierda —¿o es la derecha?— y viste una horrenda bufanda colorida, posiblemente regalo de alguien muy querido porque pienso que es la única forma de convencerse de que merece la pena usarla tanto. Ya a la mesa me molestaron 2 cosas: la comida estaba salada en demasía y la chica de la bufanda —a mis espaldas— montó una retahíla de pésimos poemas que presumo de su autoría, pero eran todos una solemne mierda. Tal vez me antojo riguroso en tanto que no eran tan horribles sus poemas y —tal vez, también— me molestó el hecho de que teníamos algo en común tan poderoso como para consumirnos el uno el otro a besos, sobre esas mesas plásticas hechas en RPC. Pienso que —al menos— alcanzaba para tener un motivo para ir por 2 —o 6— cervezas y montar una tosca pero efectiva exhibición poética. Entonces la chica —cuyo nombre debe ser Andrea o Jessica o Pamela o Gabriela o Tania, porque estos me gustan— les dijo a sus 2 amigas: "He escrito un rispetto para mi ex novio", y procedió a vocalizarlo.
¿Por qué sigue tu memoria en mí?
¿Acaso no ha sido suficiente para ti?
Recorrer los desiertos de tus palabras,
es peor que mis heridas se reabran.
Tus besos gélidos como diciembre,
son más tristes que navidad sin regalo.
¿Fue todo mi amor en vano?
Contigo nunca gano.
Expresé mi descontento —y desconcierto— con un pesado ceño. ¿Por qué debía escuchar esas tonterías a sus espaldas y sin conocerla? Deseaba corregir a la chica con sutileza y que ella estuviera frente a mí y que la soda fuera un bar, que los frescos naturales fueran —desde luego— cervezas. Pienso que mejor deseaba que en lugar de soda estuviéramos desnudos, en mi cama y yo sobre ella, montándola violentamente. ¡Al diablo la poesía! Como sea, me levanté de mi silla y con sumo dolor me dirigí al basurero a depositar 3/4 partes de la comida —hambre me sobraba, no así antojo de sal— y a la salida me detuve un momento frente a la mesa donde estaban las jóvenes, tomé valor y mirando a la chica que —para variar— llevaba una bufanda de múltiples colores: ¡pésimo! Un rispetto, para empezar, le dije, debería tener 6 endecasílabos. Además, continué, me parece que los 4 primeros deben ir en forma de verso mayor, posiblemente serventesios —tal vez sonetos— y concluyendo con pareados. Dos estarían bien. Mira, es más o menos así —tomé su cuaderno y de mi bolsillo saqué un lapicero que siempre uso en el trabajo—:
(Empecé a contar sílabas según recordaba el procedimiento. El impulso había sido gracias a una mezcla entre molestia —por mi almuerzo— y fanfarronería —por pensar que podía hacerlo mejor e impresionarla, en el intento—)
Hermosos ojos tiene tu cara,
Verdes como musgo resplandeciente.
Hermosos ojos que Dios pintara,
de lindeza brutalmente atrayente.
Tus ojos atrapan con su belleza,
si he caído yo, no tengo certeza.
El verde de tus ojos son ilusión,
y en ellos tengo mi absolución.
Al final de la hoja anoté mi nombre y mi número telefónico: Fxxxxxx, 6085-XXXX. Entonces le dije: "la composición de un rispetto es —normalmente— amorosa. En esto has tenido razón. ¿Estaban saladas las patatas fritas?" Salí por donde entré.
Regresé a mi trabajo con retraso —otra llamada de atención— y no logro recordar qué hice el resto del día porque me la pasé pensando en cuánto de verdad tendrían mis palabras hacía esos ojos verdes y cuán idiota me había visto, haciendo lo que hice. Los valientes —cuando sienten atracción por una chica— las invitan a salir, pero yo obro diferente. A veces diferente no quiere decir que sea malo, solamente estúpido: interrumpí su almuerzo, la hice quedar como una imbécil, tomé sin permiso su cuaderno, con altísimo atrevimiento escribí sobre este una obvia declaración sino de amor de obsesión por sus ojos y le dejé anotados mis datos, pero no un ha sido un gusto. Espero que me escriba pronto. Mucho ha cambiado desde aquella ocasión. Andrea —o Gabriela o Tania— ya no pasa ni los lunes ni los viernes, pero sí los martes, miércoles y jueves; y retiró su bufanda que lo presiento como un acto que va de la mano con su nuevo novio. Yo sigo esperando que me llame o al menos envíe un SMS de lacónico contenido. Le tengo algunos poemas preparados.