En una jugada audaz contra el temido trío de villanos –sarampión, rubeola y paperas– Costa Rica despliega su escudo más poderoso: una campaña extraordinaria de vacunación infantil. Más de medio millón de pequeños héroes, de 15 meses a 10 años, están llamados a unirse a esta cruzada de inmunización, una batalla decisiva para frenar el avance de estos invasores microscópicos.
Dirigida por el trío de guardianes de la salud –el Ministerio de Salud, la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS)–, esta campaña no es un mero acto médico; es una movilización nacional en respuesta a la alerta epidemiológica que resuena a lo largo de América Latina. Con las armas de la ciencia y la solidaridad, Costa Rica no solo busca proteger a sus niños, sino también enviar un claro mensaje: aquí, el sarampión no tiene cabida.
¿Pero qué tan dispuestos estamos a abrir nuestras puertas (y brazos) a esta iniciativa?
La vacunación es gratuita, los equipos de salud invadirán (amablemente) escuelas, albergues y hogares, llevando no solo jeringas, sino también una promesa de salud. Con una meta ambiciosa de cobertura del 95%, la pregunta flota en el aire: ¿nos uniremos todos a esta causa común o dejaremos brechas en nuestro escudo colectivo?
La campaña se extiende hasta el 24 de mayo, pero si el enemigo no retrocede, se añadirá un mes más al combate.
Es una carrera contra el reloj y el virus. En este contexto, la vacunación trasciende lo personal; se convierte en un acto de responsabilidad colectiva.
¿Estaremos a la altura del desafío?
Dirigida por el trío de guardianes de la salud –el Ministerio de Salud, la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS)–, esta campaña no es un mero acto médico; es una movilización nacional en respuesta a la alerta epidemiológica que resuena a lo largo de América Latina. Con las armas de la ciencia y la solidaridad, Costa Rica no solo busca proteger a sus niños, sino también enviar un claro mensaje: aquí, el sarampión no tiene cabida.
¿Pero qué tan dispuestos estamos a abrir nuestras puertas (y brazos) a esta iniciativa?
La vacunación es gratuita, los equipos de salud invadirán (amablemente) escuelas, albergues y hogares, llevando no solo jeringas, sino también una promesa de salud. Con una meta ambiciosa de cobertura del 95%, la pregunta flota en el aire: ¿nos uniremos todos a esta causa común o dejaremos brechas en nuestro escudo colectivo?
La campaña se extiende hasta el 24 de mayo, pero si el enemigo no retrocede, se añadirá un mes más al combate.
Es una carrera contra el reloj y el virus. En este contexto, la vacunación trasciende lo personal; se convierte en un acto de responsabilidad colectiva.
¿Estaremos a la altura del desafío?