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Duelo entre modelos

berchavescr

ANÓNIMO
Estella Warren llegaba tarde. Hoy empezaba una sesión fotográfica para una revista, en la que los lectores habían votado a las mujeres más sensuales del momento. Ella había ganado, y sería la portada. Era una buena publicidad para su irregular trayectoria.
Entrando por la puerta del estudio fotográfico, la canadiense pasó por el vestíbulo, atrayendo todas las miradas. Vestida con una camisa azul de botones –que llevaba remangada–, y con unos jeans, Estella llegó al ascensor. Pulsó la séptima planta del gran edificio, y esperó, mientras a su lado un bajo hombre se removía nervioso por la belleza que había a su lado.
La puerta se abrió, y Estella salió, con su larga melena rubia ondeando. Al final del pasillo de la derecha, una puerta abierta la esperaba.
– Hola, perdón por el retraso –dijo Estella, que saludó con la mano al fotógrafo y a un par de directivos de la revista. También estaban allí varias chicas que habían quedado en el “Top 10” de la votación. Algunas habían acabado de hacer sus fotos y charlaban tranquilamente, y otras esperaban su turno. Pero Estella notó que faltaba la segunda clasificada: Laetitia Casta.
Estella se iba a cambiar en el probador, donde su bikini rojo y brillante la esperaba. Pero justo cuando agarró la cortina para abrirla, llegó Laetitia hecha una furia.
– ¿¡Qué demonios es esto!? –gritó la francesa, que vestía una camisa roja muy fina y unos jeans–. ¡Me extrañaba que esa furcia canadiense me ganara, pero ahora lo sé todo! ¡Está todo amañado! –Laetitia miraba con tal odio a los hombres, que no vio que Estella estaba allí.
– Laetitia, tranquila, no sé... –empezó el fotógrafo.
– ¡Calla! ¡Esto va con ellos, no contigo! –los directivos se miraron preocupados. Laetitia siguió–. ¿¡Y los votos de la sección de Francia!? Sé que en mi país he sido la más votada... ¡pero esos votos no han contado!
– Cierto, Laetitia, pero es que nos los mandaron tarde, y teníamos que sacar el especial ya -dijo uno.
– Y además, a Estella también la han votado mucho en Francia, y quizá aún así sigas segunda.
– ¡Quiero que contéis todos los votos! –gritó Laetitia.
– ¡Laetitia! –se enojó Estella. La gala se giró hacia ella, y su largo cabello castaña se meció. Al ver a la rubia sus ojos se entrecerraron con odio–. ¡Si tienes algún problema conmigo, aquí estoy furcia!
– ¡Estella! –gruñó Laetitia–. ¡Si lo que quieres es pelear, estoy dispuesta zorra!
Ambas dieron un par de pasos adelante, con ira en sus ojos y sus puños cerrados pero bajos aún. Rápidamente los directivos se interpusieron entre ellas.
– ¡No por favor chicas! ¡Calmaos! Haré unas llamadas e intentaré aplazar la salida del especial hasta que contemos todos los votos. Pero si os golpeáis, estropearéis las fotos. ¡Así que no lo hagáis! Ahora, cambiaros en los probadores.
Tras una mirada de reproche por lo que había conseguido, Estella fue hacia su vestuario. Cuando Laetitia pasó a su lado, Estella le hizo una seña con un dedo para que entrara con ella en el mismo vestuario. Aceptando el reto, Laetitia entró sin que nadie lo advirtiese. Estella cerró la cortina.
– Estarán ocupados con las fotos de esa chica unos diez minutos más por lo menos –susurró Estella, mientras ambas se encaraban en el estrecho probador. Sus pechos casi se tocaban. La espalda de Laetitia estaba a unos diez centímetros de la pared, y la de Estella a la misma distancia de la cortina. Apenas había espacio, pero a pesar de ello, ambas empezaron a circundarse, muy cercanas, mirándose a los ojos primero, para luego bajar la vista a sus tetas. Estella enarcó una ceja e hizo una mueca despectiva, que Laetitia percibió. Estella miro de nuevo a los ojos a la modelo gala, retándola a decir algo sobre ese gesto desdeñoso. Laetitia sólo bajo la vista de nuevo a las tetas de la canadiense, mientras seguían circundándose, e hizo una mueca de desagrado con sus labios. Entonces volvió a mirar a los ojos a Estella, que tampoco respondió con palabras al reto de la francesa.
Siguieron girando hasta que se detuvieron a la vez, ahora en paralelo a la cortina. Sus ojos no se movían, no apartaban la vista de los otros ojos.
– ¿Diez minutos has dicho? –habló Laetitia con una sonrisa prepotente–. Podemos estar mirándonos durante cinco minutos más, y todavía me sobraría tiempo para barrer el suelo con tu cuerpecillo.
– ¿Estás segura? –ahora fue Estella la que sonrió con superioridad–. Más bien yo podría dejarte disfrutar viendo mi cuerpo superior mientras vomito con cada mirada a tu gordo y apestoso cuerpo. Y en el último minuto, te pondría en tu sitio.
– ¿Encima tuya?
– Debajo de mi coño.
Ambas volvieron a callar y a mirarse. Ahora sonreían, muy seguras de ellas mismas y de la inminente derrota de su rival. Pero sus ojos destilaban odio.
Volvieron a circundarse, ahora en la otra dirección, mirándose de arriba a abajo. Ambas estaban dejando pasar el tiempo a conciencia, ya que querían demostrar a la otra que realmente confiaban en derrotarla en un mínimo tiempo.
– Se te acaba el tiempo, tetas caídas –dijo Estella sin dejar de sonreír.
– A ti también, tetas planas –sonrió Laetitia.
Siguieron dando vueltas, una y otra vez, hasta que volvieron a detenerse en la misma posición de antes. Colocando sus manos en sus caderas, Estella y Laetitia dejaron de nuevo que sus cuerpos hablaran. Sacudiendo sus bellas cabelleras de vez en cuando, ambas cambiaron el peso de sus caderas de un lado a otro. Infinitamente seguras de la superioridad de sus respectivos cuerpos sobre el de la rival, la canadiense y la francesa intentaban intimidarse e impresionarse con sus cuerpos. Estella se lamió los labios en un par de ocasiones, y Laetitia se mordió el labio inferior en otra ocasión, de una manera muy sensual. Sus corazones latían a toda velocidad, y ambas estaban ansiosas.
Ahora las dos, al unísono, alzaron sus narices para mirarse despreciativamente hacia abajo. Laetitia abrió los labios, pero al final no habló. Estella hizo lo mismo segundos después, y tampoco habló. La tensión era terrible.
– Queda poco tiempo –Estella se inclinó levemente adelante, y Laetitia hizo lo mismo. Sus narices se aplastaron juntas y sus grandes pechos se juntaron suavemente. Ambas miraban los ojos rivales con ira.
– Para ti, porque yo tengo tiempo de sobra –Laetitia estrujó más sus tetas, aplastándolas en iguales condiciones contra los orbes de Estella.
Ambas comenzaron a rotar juntas, sin separarse ni un ápice. Narices y tetas juntas. Notando la respiración caliente de la rival, las dos bellezas apretaron más sus narices, y también sus tetas.
– No eres tan dura como crees, canadiense –gruñó Laetitia, dando un suave empujón con sus tetas a los pechos de Estella.
– Mucho más de lo que tú serás jamás, francesa –replicó Estella con otro suave empujón de tetas.
– Bien, puta, estamos solas –murmuró Laetitia.
– Perfecto –susurró Estella–. Pero no chilles cuando te destroce, o nos separarán antes de que acabe contigo zorra.
– Tú serás la que chille furcia.
– Vamos a verlo guarra.
Estella empujó con sus tetas a Laetitia, suavemente, aplastando levemente los pechos de su rival. Laetitia respondió al pequeño reto empujando sus orbes contra los de Estella, aplanándolos sutilmente durante un segundo. La canadiense sonrió, y empujó ahora con más fuerza con sus pechos. La gala permaneció inmutable, y empujó a su vez con sus tetas aún más duramente, sonriendo con malicia. Este juego siguió durante un poco más; Estella empujó a Laetitia teta a teta cinco veces más, y Laetitia respondió el mismo número de veces, tras cada empujón de la rival. Los golpes eran dados un poco más fuerte cada vez, pero sin llegar a doler lo más mínimo. Sólo se estaban poniendo a prueba, constatando la dureza y calidad de las otras tetas. Y ambas estaban seguras de su clara superioridad.
– Esto va a ser mucho más fácil de lo que pensaba –dijo Laetitia, sonriendo, mientras ambas juntaban sus tetas con mucha suavidad, aplastándolas juntas levemente bajo sus ropas.
– Desde luego que va a ser muy fácil... para mí –sonrió Estella.
Con sus pechos muy juntos, cada una sentía que sus orbes eran más grandes, más firmes, más sensuales y, ciertamente, los mejores. Sus pezones habían crecido, y ahora, puntiagudos, intentaban salir de sus camisas. Ambas estaban muy excitadas, y calientes, ansiosas por humillar a su rival.
Entonces Estella se movió muy levemente hacia la derecha, y Laetitia contraatacó moviéndose un poco a la izquierda. El leve y suave movimiento hizo que las finas telas de sus camisas sonaran al frotarse juntas. Las dos bellas mujeres continuaron arrastrándose una a través de la otra, pecho rozando pecho. Si una de ellas se iba a un lado levemente, la otra se movía al contrario.
Este manso duelo, en el que ambas seguían queriendo demostrar su feminidad a la rival, continuó algo más de un minuto. Tanto Laetitia como Estella habían estado centradas totalmente en las otras tetas durante esta lucha de roces, pero ahora ambas se miraron a los ojos repentinamente, con gran confianza en si mismas. Ambas comenzaron de nuevo a bombearse los pechos mutuamente, con súbitas embestidas, pero sin que en ningún momento sus tetas perdieran el contacto. De nuevo mirando los orbes rivales, las dos modelos notaron como iban calentándose más y más. Sus respiraciones se aceleraron al mismo tiempo que sus encontronazos.
De repente Laetitia decidió traer su plano vientre a la lucha, y así lo hizo, sorprendiendo a Estella. La canadiense soltó un quedo gemido, perdiendo aire por el seco golpe. Laetitia sonrió, sabiendo que por primera vez una de ellas llevaba ventaja... y era ella la que la llevaba.
Con una máscara de odio y desprecio en su rostro, Estella replicó trayendo también su liso estómago al duelo, pero Laetitia la esperaba, por lo que la pugna volvió a estancarse en la absoluta igualdad. Pero en la mente de ambas aún seguía la momentánea ventaja que Laetitia había logrado. Para Estella, era como si la gala ganará por puntos.
Medio minuto después, aún estancadas, la canadiense tuvo una idea. Sorprendiendo a Laetitia, Estella trajo al combate una parte más de su cuerpo: su entrepierna. El repentino encontronazo de la ingle y de los suculentos muslos de Estella contra los de la francesa hicieron que ésta gimiera levemente. Ahora fue Estella quien sonrió, pues había igualado la ventaja anterior de Laetitia.
Enojada por ello, Laetitia atacó ahora también con su entrepierna y con sus bellos muslos, y la pugna volvió a estar igualada. Parecía como si ninguno de sus cuerpazos pudiera derrotar al otro en un encuentro directo y limpio, y sólo a través de tácticas inesperadas alguna de las modelos pudiera obtener una mínima ventaja, que además era perdida rápidamente por la reacción rival, que imitaba enseguida la estratagema de la contrincante.
Sin poder aguantar la tensión más, Estella y Laetitia entrelazaron sus manos, a la altura de sus muslos. Ambas clavaron sus uñas en los dorsos de las manos rivales, descargando toda la presión y desahogándose levemente.
Finalmente las dos enojadas bellezas chocaron por última vez, duramente, gimiendo suavemente. Jadeando y empezando a sudar, Estella y Laetitia empezaron a frotar sus cuerpos juntos de nuevo, esforzándose en dominar a las tetas de la contrincante con sus propios orbes. Estella enlazó su brazo derecho alrededor de la cintura de Laetitia, y la gala enlazó su brazo derecho por detrás del cuello de la canadiense. Ambas alzaron sus piernas izquierdas para envolverlas alrededor del muslo derecho de la oponente, y usaron sus manos libres para agarrar el largo y sedoso cabello de la otra mujer. Y justo entonces, cuando la lucha iba a subir a otro nivel, cuando ambas iban a introducirse sin dudarlo en una salvaje pelea, una voz sonó desde el otro lado de la cortina del probador.
– Señorita Casta, es su turno. Su sesión fotográfica va a empezar –era la voz de un directivo, que hablaba al vestuario de al lado, donde se suponía que la francesa estaba.
Ambas oyeron como los pasos se alejaban. Entonces se miraron, aún con sus cuerpos entrelazados. Sus rostros estaban casi juntos, y sus labios casi se tocaban. Jadeantes, ambas notaban el cálido aliento de su rival sobre su cara, y también notaban como sus mutuamente aplastados pechos subían y bajaban al ritmo de sus jadeos.
– Has tenido mucha suerte zorra –jadeó Estella, mirando directamente a los ojos de Laetitia–. Ya eras mía.
– Ni en tus sueños furcia –jadeó Laetitia, devolviéndole la firme mirada–. Te he dominado todo el tiempo, y era cuestión de segundos que fueras mía.
– ¿No ibas a vencerme en poco tiempo guarra?
– ¿No ibas a hacerlo tú también puta?
Lentamente ambas se separaron, desenredando sus miembros del cuerpo rival. Entonces se observaron con prepotencia.

Relato tomado de AnubisX
 
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