Una Prueba
Elisa
Era una extraña mañana la del 28 de marzo. El ambiente se encontraba completamente nublado y caían abundantes chubascos en la zona, la lógica dictaba que esa noche las luces en el cielo debían atraer la mirada de cada persona que saliera al exterior, inclusive, que alguna persona pidiera un deseo a una estrella fugaz que pasará rápidamente por el cielo, esperando que se cumpliera lo más antes posible, pero no era así. Parecía que el calendario se equivocaba.
No solían salir mucho de vacaciones. En algún momento pensaron que se habían equivocado al leer el calendario, pero no era así, parecía que el calendario se equivocaba de nuevo.
El “vals del minuto” de Fryderyk Franciszek Chopin era lo que inundaba la habitación de verdadera alegría y de un análisis profundo de los sonidos. El incienso se quemaba en una esquina de la habitación, provocando junto con la música, una fusión que mezclada daba como resultado paz.
En la mesa, cientos de piezas regadas, daba la impresión de que había algunas regadas uniformemente. Si se hacía un pequeño esfuerzo se lograban ver solo cuatro esquinas separadas entre sí, pero sin ninguna forma definida, una delgada mano acomodaba las piezas a conveniencia. Si él no hubiera visto la caja que contenía las piezas del rompecabezas no se hubiera imaginado nunca que en su propia mesa el gran Taj Mahal estaba cobrando vida. Elisa solo miraba, casi dormida.
Un rayo cayó cerca del lago. Su débil mano falló al intentar poner una nueva pieza, la pieza había caído al suelo. Después de la caída del rayo cesó la lluvia, era como si el rayo hubiera regañado a las nubes por haberse equivocado de tiempo, las nubes habían obedecido.
Unos momentos después él empezó a escuchar algo que nadie más podía escuchar, le había preguntado a sus padres si ellos lo escuchaban pero ellos no escuchaban o seguramente no lo habían querido escuchar, estaban ocupados. Algo en el lago estaba mal. Salió a la puerta, quería saber que era lo que ocurría, de pronto pudo ver cómo el agua se agitaba a la orilla del lago, después de unos pocos segundos, que habían parecido varias eternidades juntas pudo entender lo que pasaba, su corazón latía tan rápido como cuando alguien sale del vientre de su madre, esos son los momentos que nos hacen sentir vivos. Mientras corría lo más rápido que podía, los latidos de su corazón aumentaban hasta llegar donde nunca habían llegado antes, nunca había sentido tanto miedo en toda su vida, miedo de lo que podía pasar en los próximos segundos. Cuando estuvo a escasos centímetros del lago, sin pensarlo ni una sola vez se lanzó, no sabía nadar pero había saltado al lago, el tiempo no podía volver atrás ni un solo instante, está totalmente prohibido, solo te deja recordar y para recordar tienes que haberlo vivirlo antes. Pudo empezar a sentir el agua acariciar su cuerpo, el frío lo invadía. En su intento desesperado por sacar a Elisa del agua pudo ver un par de plumas subir hacía la superficie, una blanca y otra roja, quería hacer algo más para poder salvarla pero el agua limitaba su accionar, lo único que podía hacer era mover sus brazos y sus piernas para intentar superar el agua. Sentía que su corazón se iba a salir de su pecho. Sus delgadas manos podían sentir ramas dentro del agua, daba la impresión de que las ramas no estaban agarradas a nada, él las estaba ahogando, se arrepentía de haber hecho eso. El cansancio se apoderó de su pequeño cuerpo. Sus pulmones se empezaron a llenar de agua. Las luces se apagaron.
Cuando despertó pudo observar el rostro de sus padres que estaban esperando que él abriera sus ojos. Su primer pensamiento fue Elisa. No quiso preguntar, temía una respuesta negativa, no siempre todo pasa como lo deseamos. Después de unas horas de silencio no pudo contenerse más, dentro de sí tenía una pequeña esperanza, volvió a ver a su madre sonriendo, como si la sonrisa pudiera hacer milagros, lo único que él pronunció fue: -¿Elisa?.
Su madre meneó la cabeza negativamente.
Sus ojos se habían llenado de tristeza, derramaban lágrimas, no lo había conseguido, había fracasado. Dentro de sí pensó: “todo debería ser tan fácil como armar un rompecabezas”.
Grandes instantes de relativo silencio llenaron la habitación del hospital.
Al regresar, se notaba en sus ojos un odio legítimo hacia el lago, hacia el agua, ese mismo líquido que le hacía seguir viviendo día con día era lo que había matado a Elisa, merecía la cárcel, mejor aún; el lago merecía la muerte. Se debía hacer justicia con todos, ¿por qué el lago se podría escapar de ello? Se debía tratar como lo que era: un asesino.
En un pequeño instante se soltó de la mano de su padre, salió corriendo tan rápido como la gravedad y sus piernas se lo permitían, al llegar cerca del lago tomó consigo las piedras más grandes que pudo encontrar en el suelo y las tiró contra el lago, al mismo tiempo lanzaba gritos e improperios llenos de odio y de venganza. Podía ver que el lago no reaccionaba ante su malestar. Su enojó fue en aumento e intentó buscar una piedra más grande, quería hacer desaparecer el lago de en frente de sus ojos, lo odiaba como a ninguna otra cosa en el mundo, pero aún más odiaba la actitud del lago ante su enojo. Una actitud de desprecio para su persona. El lago era un asesino. No había borrado de su mente el deseo de hacer desaparecer el lago. Dentro de sí pensó: “todo debería ser tan fácil como armar un rompecabezas”.
Sus rodillas tocaron el suelo, se había rendido, era imposible. Ese mismo día ya dos cosas se le habían hecho completamente imposibles y no podía seguir permitiendo eso. El cansancio le había ganado en dos ocasiones. No sabía si odiaba más a su persona o al lago. Se prometió nunca en su vida volver a entrar en un lago, era su señal de protesta, hacer como si los lagos no existieran.
A la mañana siguiente los calendarios tenían razón. Era una soleada mañana la del 29 de marzo. Su madre pensó que sería necesario enterrar a Elisa, la noche anterior había guardado su cuerpo para que su hijo la despidiera. Él tomó una pala, se dirigió junto con sus padres a la zona de la propiedad que estuviera más alejada del lago. Sus padres lo acompañaban. Había empezado a cavar el hueco donde enterraría a Elisa. Cuando hubo terminado tomó el cuerpo de Elisa, lo abrazó, lo besó, lo miró por última vez y lo empezó a cubrir de tierra, era la tarea más dolorosa que había llevado a cabo en su vida. Cuando hubo puesto la cruz su padre le cedió la palabra.
El discurso de Elías (él mismo le había dado el nombre a Elisa) fue el siguiente:
-“Una fría mañana te encontré a la sombra de un árbol, tu madre no te quería, todavía no he llegado a entender el porqué de esa decisión. No eras igual a las demás. Tenías una mancha roja en tu cuerpo que nunca antes se la había visto a otra y eso fue lo que me hizo verte. Me gustaba como me ayudabas con los rompecabezas, siempre tenías buenas ideas. Si aprenderme el nombre de cada estrella sirviera para que volvieras a la vida ya lo habría hecho e inclusive te hubiera inventado una estrella. Si recolectar cada nube en un frasco sirviera para que volvieras a la vida ya lo habría hecho e inclusive ya las hubiera recolectado entre mis manos. Si romper un rompecabezas ya terminado sirviera para que volvieras a la vida ya lo habría hecho. Siempre serás la mejor paloma del mundo.”