Desde hace ya algunos días he querido escribir algo que me traiga buenos recuerdos, del tipo de recuerdo que no me produzca tristeza, siempre me he creído un optimista sin remedio, aunque a veces lo dude yo mismo.
Como se me ha venido haciendo costumbre desde hace algún tiempo, y que he adoptado como parte de mi rutina diaria, vicio dirían algunos, pero bueno, que puedo hacer, si yo ya me he auto demostrado ser una persona que se envicia muy fácilmente con ciertas cosas ¿Por qué no uno más?
Luego de poner el café y hacer ciertas labores, propias de quien cuida de su casa, paso a sentarme frente a la compu y trato de trabajar un poco en el dibujo de los planos que hace días vengo postergando. Un momento después, me hayo abriendo la página de forodecostarica.com, y nuevamente, como ha sucedido en la última semana, el ocio le gana al deber, es en este portal que veo un link mediante el cual pude bajar un disco del calypsonian limonense Walter Ferguson, es este personaje, el mismo que antes de grabar su primer disco compacto ya pasados los ochenta años de vida, hacia en una arcaica grabadora recopilaciones de sus canciones en casettes comprados en la pulpería del pueblo, cuando así lo requería algún turista o algún conocido suyo, la grabación era totalmente artesanal, y esta se realizaba en el pequeño hotel familiar que se ubica en Cahuita, el inventario de su improvisado estudio de grabación, que podía ser cualquiera de los aposentos del hotel, era su vieja guitarra y su grabadora de una sola casetera, en estas grabaciones era de esperarse que se colara algún sonido adicional a la vieja guitarra, tales sonidos podrían ser los de un perro, una lora o algún mono de la zona, ese es el sello personal de aquel que por una vuelta del destino, vio como fue a parar una de sus canciones a modo de banda sonora en un comercial publicitario para la internacional tarjeta Visa.
Así, al ritmo de “ Callaloo “, es que me veo transportado por venia de la memoria, recorriendo por vez primera la costa caribeña en donde descubriría Cahuita, y posteriormente Puerto Viejo.
Todo comenzó, cuando mi novia de ese entonces, me dijo que su hermano, quien vivía en Estados Unidos, vendría para las vacaciones de fin de año a visitarlos. El famoso Erick, llamado por sus amigos de infancia con el apodo de “ Cochis”, nunca entendí, ó, para ser más exacto, la verdad no recuerdo si me explicaron en algún momento el origen de tal apodo, pero, tampoco me preocupe mucho por averiguarlo, siendo nosotros alajuelenses lo único que importaba para mi era que tuviera un sobrenombre, típico de esta región del país.
Como era de esperarse, las historias y anécdotas del famoso “ Cochis “ se hicieron presentes en muchas de las conversaciones previas a su llegada, tanto que ya yo me tenía un claro perfil del sujeto en cuestión, no relataré ninguna aquí, pero siendo sincero, me moría de ganas por conocer a mi cuñado el tortero.
Gran placer sentí el día que finalmente lo conocí, y aún más, cuando me dijo que deseaba el que su hermana ( mi novia ) y yo, los acompañáramos, a él y a su esposa, a un viaje de placer que tenía planeado realizar a Puerto Viejo, Limón. No se que me produjo más placer, si la aventura de conocer ese paraíso del que tanto había escuchado, o la idea de irme de vacaciones con mi novia a una playa en la que todo estaba permitido, ya en mi cabeza empezaban a rondar ideas de todo tipo: guaro, fiesta y sexo, mucho sexo en la playa. Al final, todas se cumplieron.
La noche previa a nuestro viaje, mi recién conocido cuñado, me llevó a hacer un mandado rapidito a ningún lugar, en las cercanías de la casa materna, la famosa diligencia era una simple excusa para saber si el nuevo cuñado, o sea yo, era la yunta que él necesitaba para el dichoso viaje, después de sacar un puro, y compartir con migo el join facultativo, quedó totalmente saldado el asunto. Era definitivamente yo, el compañero de viaje que el necesitaba. Hasta ahora tiene usted un novio que me caiga bien, le dijo a su hermana, al llegar nosotros nuevamente a la casa, con una sonrisa estúpida pintada en las caras, y con una monchis terrible, al menos en mi caso.
Continuo viajando al compás de “ Cabin in the Wata “, y vuelven a mi todas aquellas sensaciones casi olvidadas, una a una las voy desempolvando y poniendo en su lugar: el viaje en carro, el hueco del tanque de la gasolina, las palmeras a lo largo de la costa, el olor del mar.
Ya en Puerto Viejo, nos instalamos en un bungalow, propiedad de unos italianos, y nos fuimos para la playa llamada por los lugareños “ Salsa Brava “, ahí nos relajarnos viendo los surfos , en medio de aquellos cortantes arrecifes, montar las más embravecidas olas. Todo era perfecto, la brisa, el sol, las birras y por supuesto el fume, que mi cuñado diligentemente había conseguido con uno de los locales.
Por la noche, después de haber estado un rato en el bar Bambú, en medio de un festival pagano ofrendado al dios Vaco, cuyos asistentes eran sátiros mitológicos de todo tipo en busca del favor de las ninfas europeas, bellas rubias que tenían atrapado en sus cuerpos los dorados rayos del sol caribeño, divisé un sendero luminoso en la playa, me abrí paso entre varios rastas que danzaban al ritmo de Jimmy Cliff, y me puse a seguir dicho sendero en complicidad de la estrellada noche de verano. Al estar más cerca, me percaté que el sendero era una fila de lámparas, las más geniales que haya visto en mi vida, éstas semejaban la forma de una vela metida en un vaso de plástico desechable de cerveza, esta fila iba a lo largo de la línea que había marcado la marea alta en la arena, quizás un poco más adentro, quizás un poco más afuera, aun así, el destino al que conducían era solamente uno: “ Johnny’s Place” , en tanto encaminaba mis pasos hacia allí, se iba escuchando cada vez más fuerte una canción de Bob Marley, que, de manera empática decía:
“ There's a natural mystic blowing through the air;
If you listen carefully now you will hear.”
De pronto, solo el silencio me acompañó, la última canción del señor Ferguson había terminado, y en tanto mi cuerpo sigue aquí, en el cuarto que tomé como oficina en la casa que alquilo, mi espíritu y mis mejores recuerdos, continúan en aquel mágico lugar, danzando al ritmo de la vida y del roots jamaiquino.
Como se me ha venido haciendo costumbre desde hace algún tiempo, y que he adoptado como parte de mi rutina diaria, vicio dirían algunos, pero bueno, que puedo hacer, si yo ya me he auto demostrado ser una persona que se envicia muy fácilmente con ciertas cosas ¿Por qué no uno más?
Luego de poner el café y hacer ciertas labores, propias de quien cuida de su casa, paso a sentarme frente a la compu y trato de trabajar un poco en el dibujo de los planos que hace días vengo postergando. Un momento después, me hayo abriendo la página de forodecostarica.com, y nuevamente, como ha sucedido en la última semana, el ocio le gana al deber, es en este portal que veo un link mediante el cual pude bajar un disco del calypsonian limonense Walter Ferguson, es este personaje, el mismo que antes de grabar su primer disco compacto ya pasados los ochenta años de vida, hacia en una arcaica grabadora recopilaciones de sus canciones en casettes comprados en la pulpería del pueblo, cuando así lo requería algún turista o algún conocido suyo, la grabación era totalmente artesanal, y esta se realizaba en el pequeño hotel familiar que se ubica en Cahuita, el inventario de su improvisado estudio de grabación, que podía ser cualquiera de los aposentos del hotel, era su vieja guitarra y su grabadora de una sola casetera, en estas grabaciones era de esperarse que se colara algún sonido adicional a la vieja guitarra, tales sonidos podrían ser los de un perro, una lora o algún mono de la zona, ese es el sello personal de aquel que por una vuelta del destino, vio como fue a parar una de sus canciones a modo de banda sonora en un comercial publicitario para la internacional tarjeta Visa.
Así, al ritmo de “ Callaloo “, es que me veo transportado por venia de la memoria, recorriendo por vez primera la costa caribeña en donde descubriría Cahuita, y posteriormente Puerto Viejo.
Todo comenzó, cuando mi novia de ese entonces, me dijo que su hermano, quien vivía en Estados Unidos, vendría para las vacaciones de fin de año a visitarlos. El famoso Erick, llamado por sus amigos de infancia con el apodo de “ Cochis”, nunca entendí, ó, para ser más exacto, la verdad no recuerdo si me explicaron en algún momento el origen de tal apodo, pero, tampoco me preocupe mucho por averiguarlo, siendo nosotros alajuelenses lo único que importaba para mi era que tuviera un sobrenombre, típico de esta región del país.
Como era de esperarse, las historias y anécdotas del famoso “ Cochis “ se hicieron presentes en muchas de las conversaciones previas a su llegada, tanto que ya yo me tenía un claro perfil del sujeto en cuestión, no relataré ninguna aquí, pero siendo sincero, me moría de ganas por conocer a mi cuñado el tortero.
Gran placer sentí el día que finalmente lo conocí, y aún más, cuando me dijo que deseaba el que su hermana ( mi novia ) y yo, los acompañáramos, a él y a su esposa, a un viaje de placer que tenía planeado realizar a Puerto Viejo, Limón. No se que me produjo más placer, si la aventura de conocer ese paraíso del que tanto había escuchado, o la idea de irme de vacaciones con mi novia a una playa en la que todo estaba permitido, ya en mi cabeza empezaban a rondar ideas de todo tipo: guaro, fiesta y sexo, mucho sexo en la playa. Al final, todas se cumplieron.
La noche previa a nuestro viaje, mi recién conocido cuñado, me llevó a hacer un mandado rapidito a ningún lugar, en las cercanías de la casa materna, la famosa diligencia era una simple excusa para saber si el nuevo cuñado, o sea yo, era la yunta que él necesitaba para el dichoso viaje, después de sacar un puro, y compartir con migo el join facultativo, quedó totalmente saldado el asunto. Era definitivamente yo, el compañero de viaje que el necesitaba. Hasta ahora tiene usted un novio que me caiga bien, le dijo a su hermana, al llegar nosotros nuevamente a la casa, con una sonrisa estúpida pintada en las caras, y con una monchis terrible, al menos en mi caso.
Continuo viajando al compás de “ Cabin in the Wata “, y vuelven a mi todas aquellas sensaciones casi olvidadas, una a una las voy desempolvando y poniendo en su lugar: el viaje en carro, el hueco del tanque de la gasolina, las palmeras a lo largo de la costa, el olor del mar.
Ya en Puerto Viejo, nos instalamos en un bungalow, propiedad de unos italianos, y nos fuimos para la playa llamada por los lugareños “ Salsa Brava “, ahí nos relajarnos viendo los surfos , en medio de aquellos cortantes arrecifes, montar las más embravecidas olas. Todo era perfecto, la brisa, el sol, las birras y por supuesto el fume, que mi cuñado diligentemente había conseguido con uno de los locales.
Por la noche, después de haber estado un rato en el bar Bambú, en medio de un festival pagano ofrendado al dios Vaco, cuyos asistentes eran sátiros mitológicos de todo tipo en busca del favor de las ninfas europeas, bellas rubias que tenían atrapado en sus cuerpos los dorados rayos del sol caribeño, divisé un sendero luminoso en la playa, me abrí paso entre varios rastas que danzaban al ritmo de Jimmy Cliff, y me puse a seguir dicho sendero en complicidad de la estrellada noche de verano. Al estar más cerca, me percaté que el sendero era una fila de lámparas, las más geniales que haya visto en mi vida, éstas semejaban la forma de una vela metida en un vaso de plástico desechable de cerveza, esta fila iba a lo largo de la línea que había marcado la marea alta en la arena, quizás un poco más adentro, quizás un poco más afuera, aun así, el destino al que conducían era solamente uno: “ Johnny’s Place” , en tanto encaminaba mis pasos hacia allí, se iba escuchando cada vez más fuerte una canción de Bob Marley, que, de manera empática decía:
“ There's a natural mystic blowing through the air;
If you listen carefully now you will hear.”
De pronto, solo el silencio me acompañó, la última canción del señor Ferguson había terminado, y en tanto mi cuerpo sigue aquí, en el cuarto que tomé como oficina en la casa que alquilo, mi espíritu y mis mejores recuerdos, continúan en aquel mágico lugar, danzando al ritmo de la vida y del roots jamaiquino.