Este sábado nos reunimos en casa algunos pintores y amigos. Después de peyorar a los colegas ausentes, bajarnos varias botellas de vino, burlarnos y reírnos mucho, resolví irme a dormir y me dije bueeeeeno… voy a pensar en alguna chiquilla bonita para tener felices sueños. Pero en cambio, sufrí la peor pesadilla que se puedan imaginar.
Eché a andar “mi pensamiento” por un camino bordado de azules cafetales, esperando encontrar (o recordarme) alguna campesina voluptuosa, cuando a la vera del camino al lado izquierdo, descubrí una vetusta casa de esas que hay en las haciendas, como los perros no ladraban me acerqué a ver que había allí, diciendo: uuupeeee, uuupeeee. Empujé la enorme puerta y entonces fue cuando ese hedor nauseabundo, el más infame que puedan imaginar, me volteó el rostro. Conteniendo el aire y casi a tientas me animé a entrar, todo allí era oscuridad impregnada de ese olor espantoso.
Una luz amarillenta se filtraba desde lo alto por una claraboya y podía verse girar en ella los fétidos vapores. A medida que mis ojos se iban acostumbrando a la penumbra, comencé a descubrir una escena surrealista, dantesca, fantasmagórica, difícil de creer. Unos seres de rostro desencajado, sentados sobre unos sanitarios asquerosos, parecían estar obrando mientras con el índice señalaban las baldosas como contándolas.
Sobre el piso resbaladizo corrían a saltitos unos conejillos asquerosos impregnados de excremento. Me daban miedo pues podrían contagiarme algo, con cuidado de no tocarlos me fui abriendo paso, buscando encontrar alguien que pudiera explicarme de qué se trataba todo aquello, y entonces lo vi…
…Un ser macilento, con taparrabo y plumas en la cabeza, introducía un palo en aquellas tasas inmundas y escribía luego disparates en las paredes. De vez en cuando alguno de esos seres daba un gran salto en su retrete y gritaba IIAAAAaaaarrrriiii… ¿QUE PASA?... le pregunté a aquel ser tan cómico como terrorífico, que con la vara en la mano parecía querer dirigir aquel antro… “¡ESTAN CREANDO!” Me dijo… ¡Cómo!... “Lo leí en un libro cuando tenía doce años” me respondió. Quedé perplejo, por su respuesta y porque aquel aborigen supiera leer (ahora entiendo que si garabateaba algo en las paredes sabría leer, pero en lo trágico de la noche no podía darme cuenta).
IIAAAAaaaaarrrriiiii se oía otra vez y se me congelaba la sangre cuando alguno de aquellos esperpentos volvía a saltar.
Sola, apartada, sobre un inodoro inmenso tan grande como un trono, yacía desnuda una joven bellísima que se me pareció una Reina (aunque en pose poco airosa claro), a ambos lados de su trono tenía los conejitos, estos estaban todos limpios y en perfecto orden, ah… y también tenía dos chanchitos. En la penumbra, creí adivinar por el brillo de sus ojos su fogosa juventud, y también en la penumbra creí por el tinte y por como los frotaba que sus delicados pies estaban lastimados, así que fui a ayudarla.
Pero al acercarme me espanté, esos ojos hermosos brillaban de ira y aquello que había en sus pies no era sangre, sino pétalos de rosas que pisoteaba con rabia. Miré de cerca sus conejitos “adornados con moñitos, todos del mismo color” “para entender eso hay que haber estado en Buenos Aires en invierno? y también en verano?” me dijo el tipo aquel y entonces me di cuenta, los conejitos ¡No eran verdaderos! Simulaban serlo, todos, hasta los chanchitos de esa dama eran de peluche…
Y no pudiendo ya sostener más el aire corrí hacia la puerta. Otra vez el Sol, bendito astro para quienes disfrutamos de tu luz. Mientras huía desesperado de allí, comencé a meditar seriamente sobre que significaba aquella macabra alucinación, será acaso eso que los críticos de arte llaman el “infierno de la creación”.
No encontré respuesta, tal vez ustedes mis amables compañeros de foro puedan ayudarme a comprenderlo.
Cordialmente. Víctor.-
Eché a andar “mi pensamiento” por un camino bordado de azules cafetales, esperando encontrar (o recordarme) alguna campesina voluptuosa, cuando a la vera del camino al lado izquierdo, descubrí una vetusta casa de esas que hay en las haciendas, como los perros no ladraban me acerqué a ver que había allí, diciendo: uuupeeee, uuupeeee. Empujé la enorme puerta y entonces fue cuando ese hedor nauseabundo, el más infame que puedan imaginar, me volteó el rostro. Conteniendo el aire y casi a tientas me animé a entrar, todo allí era oscuridad impregnada de ese olor espantoso.
Una luz amarillenta se filtraba desde lo alto por una claraboya y podía verse girar en ella los fétidos vapores. A medida que mis ojos se iban acostumbrando a la penumbra, comencé a descubrir una escena surrealista, dantesca, fantasmagórica, difícil de creer. Unos seres de rostro desencajado, sentados sobre unos sanitarios asquerosos, parecían estar obrando mientras con el índice señalaban las baldosas como contándolas.
Sobre el piso resbaladizo corrían a saltitos unos conejillos asquerosos impregnados de excremento. Me daban miedo pues podrían contagiarme algo, con cuidado de no tocarlos me fui abriendo paso, buscando encontrar alguien que pudiera explicarme de qué se trataba todo aquello, y entonces lo vi…
…Un ser macilento, con taparrabo y plumas en la cabeza, introducía un palo en aquellas tasas inmundas y escribía luego disparates en las paredes. De vez en cuando alguno de esos seres daba un gran salto en su retrete y gritaba IIAAAAaaaarrrriiii… ¿QUE PASA?... le pregunté a aquel ser tan cómico como terrorífico, que con la vara en la mano parecía querer dirigir aquel antro… “¡ESTAN CREANDO!” Me dijo… ¡Cómo!... “Lo leí en un libro cuando tenía doce años” me respondió. Quedé perplejo, por su respuesta y porque aquel aborigen supiera leer (ahora entiendo que si garabateaba algo en las paredes sabría leer, pero en lo trágico de la noche no podía darme cuenta).
IIAAAAaaaaarrrriiiii se oía otra vez y se me congelaba la sangre cuando alguno de aquellos esperpentos volvía a saltar.
Sola, apartada, sobre un inodoro inmenso tan grande como un trono, yacía desnuda una joven bellísima que se me pareció una Reina (aunque en pose poco airosa claro), a ambos lados de su trono tenía los conejitos, estos estaban todos limpios y en perfecto orden, ah… y también tenía dos chanchitos. En la penumbra, creí adivinar por el brillo de sus ojos su fogosa juventud, y también en la penumbra creí por el tinte y por como los frotaba que sus delicados pies estaban lastimados, así que fui a ayudarla.
Pero al acercarme me espanté, esos ojos hermosos brillaban de ira y aquello que había en sus pies no era sangre, sino pétalos de rosas que pisoteaba con rabia. Miré de cerca sus conejitos “adornados con moñitos, todos del mismo color” “para entender eso hay que haber estado en Buenos Aires en invierno? y también en verano?” me dijo el tipo aquel y entonces me di cuenta, los conejitos ¡No eran verdaderos! Simulaban serlo, todos, hasta los chanchitos de esa dama eran de peluche…
Y no pudiendo ya sostener más el aire corrí hacia la puerta. Otra vez el Sol, bendito astro para quienes disfrutamos de tu luz. Mientras huía desesperado de allí, comencé a meditar seriamente sobre que significaba aquella macabra alucinación, será acaso eso que los críticos de arte llaman el “infierno de la creación”.
No encontré respuesta, tal vez ustedes mis amables compañeros de foro puedan ayudarme a comprenderlo.
Cordialmente. Víctor.-