La última vez que realmente expresé lo que sentía, Laura Chinchilla gobernaba el blanco, el azul y el rojo de nuestro cielo, el dólar fanfarroneaba el haber sobrepasado la barrera de los ¢500, y las torres en amarillo y azul se erigían solemnemente, con la promesa de risas, diversión, algunas payasadas, y un ansiado encuentro entre 2 corazones: uno de entrada, el otro de salida. Muchos meses, lágrimas, reclamos, discusiones, poemas prestados, besos, pizzas y fotografías después, pienso que por un instante —casi— olvidé aquello que expresé, 31 meses atrás: la promesa más difícil y —de paso— más significativa que yo jamás haya hecho.
Pero me detengo a pensar: no la olvidé y, mucho menos, la rompí. Lo que yo hice fue que justifiqué mi afán por revivir un poco el pasado, mientras que me ocultaba tras una pregunta sin nacer, resguardado por un poco de semántica barata; justifiqué mis ganas tremendas de devolver un poco —a ciegas y de manera forzada— la rutina a esto tan cambiante. Sin embargo, nunca prometí no ser egoísta: no se me ocurrió que usted podía salir herida/perjudicada. Tampoco se me ocurrió pensar en mí: cuando se trata de seres —realmente— queridos duele más lastimar, que ser lastimado. Debí haber analizado todas las posibilidades 400 veces, antes de haber procedido. El daño causado será difícil de reparar, y las torres amarillas y azules no volverán nunca más por primera vez, para nuestros corazones; y usted y yo dejaremos de ser, algún día. La promesa nunca la he quebrantado, pero pienso que yo soy un estúpido.
Única vez que realmente me expresé: hice una promesa que me ha metido en algunos problemas con usted, pero primero se va todo a la mierda antes de que yo vuelva a colocar sobre sus oídos una mentira: pensé que usted sabía.
Hoy siento eso y así lo expresé.