Cada año nuevo de vida que celebro, se hace acompañar inminentemente por toda una revolución o mejor dicho, por toda una batalla de; ideas, metas, sueños, preocupaciones y temores que se dan cabida en mis pensamientos. Es imposible al ir envejeciendo no cuestionarme sobre donde he estado, donde me encuentro y hacia dónde voy. Algunos años el resultado de este ejercicio es favorable y alentador, otros como el de este año, no fue el mejor y me obligan a cuestionarme sobre el tiempo perdido y las oportunidades desaprovechadas.
Hoy particularmente, siento nostalgia de mi infancia, en especial del periodo de vacaciones escolares. Extraño el levantarme temprano con la idea fija de escabullirme a la cama de mis padres, donde miraba capítulos y capítulos de mis fabulas favoritas, inclusive uno que otro episodio del “Balcón de Verónica” ¿Qué hacía yo viendo eso? Ni idea. Pero probablemente, la compañía de mis padres tenía algo que ver.
Extraño, el monótono pero delicioso desayuno de mi madre, ese pinto acompañado de natilla, torta de huevo, salchichón y mis favoritas; las tostadas con miel. Siempre me apresuraba a comerlas lo antes posible, con tal de repetir y repetir. Claro, todo esto acompañado con una gran jarra de café.
En ese entonces, mis únicas dos preocupaciones consistían en: lograr escaparme del baño, mi madre siempre tuvo la manía en obligarnos a bañar inmediatamente luego del desayuno, lo cual me parecía una injusticia dado que a esa hora aun hacia mucho frio. Y la segunda preocupación, pero no menos importante; La mejenga. Pasaba la mayor parte de la mañana convenciendo a mis primos, uno por uno, para que fuéramos a mejenguear en la tarde. Llamadas iban y llamadas venían, unos decían que si a la primera, a otros habían que rogarles un poco más, otros definitivamente decían que no. Al final siempre terminaba disgustado con uno o varios de ellos, en especial con Alonso, que en más de una ocasión lo termine por llamar playo y no dude en enviarlo para la mierda. Al final de todo, la mejenga siempre se realizaba y la mayoría del tiempo le ganábamos a los “Tamugas”.
Algo que también extraño y posiblemente extrañare por el resto de mi vida, es el cariño sincero, despreocupado e inocente que sentía por Verónica, la hija de Miguel el pulpero. Mi primer amor. Con ella conocí el significado de “Mariposas en el estomago” y hasta obtuve mi primer regalo de “novios” un colochito bañado en colonia, el cual guarde por varios meses. ¡Qué tiempos!