La columna de Barraza
Los torneos cortos son la mejor opción
Jorge Barraza |
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Publicado: 2010/01/18
TAMAÑO
Buenos Aires
Acontece en todos los países: cuando una selección queda eliminada del Mundial: una de las primeras exigencias de la prensa y el público es que se cambien las estructuras de los torneos. Y los adoradores de todo lo que venga con etiqueta europea aprovechan para reclamar “que se juegue como en Europa, un solo torneo, todos contra todos y listo”. Como si este sencillo acto administrativo pudiera elevar la técnica de juego.
Los torneos por sí mismos, sean cortos o largos, no afectan el nivel futbolístico de un país, no inciden en que se juegue mejor o peor, en si el medio crece o no.
Esto pasa por otros parámetros. Por ejemplo: 1) cómo se administran los clubes; 2) si se trabaja bien en la formación de jugadores; 3) si se fortalece al torneo local con patrocinios que permitan retener a las figuras; 4) si se cuida el producto futbol con estadios limpios y confortables, buena comercialización, seriedad organizativa; 5) si se prioriza el trabajo de la Selección Nacional (Paraguay es un buen ejemplo de evolución a través del equipo nacional; la Albirroja es la nave insignia y tiene todas las prerrogativas y facilidades de parte de los clubes. Lógico, lo más importante es clasificar al Mundial, no el campeón local).
Sí perjudica que el certamen nacional ocupe demasiadas fechas. ¿Por qué invertir 46 jornadas para conocer al campeón en una carrera de 12 ó incluso 16 participantes…? Es demasiado y afecta la participación internacional de los clubes y el desenvolvimiento de la Selección.
Más allá de gustos, estamos completamente convencidos de que, al menos en Sudamérica, lo mejor son los torneos cortos, de un campeón por semestre. Y del sistema de promedios para establecer los descensos.
Ahora que la Copa Libertadores y la Sudamericana reparten al menos 3 cupos cada una por país los torneos cobran una vibración y una intensidad apasionantes. Todos juegan por algo.
Los torneos de Europa, clásicos y tradicionales, atraen por su sencillez: el primero es campeón, los 3 ó 4 últimos descienden. Y aparte del campeonato esta la copa de cada país. En el caso inglés hay quizás demasiados partidos caseros: Liga, Copa, Copa de Liga y Charity Shield o Supercopa. De todos modos está bien: igual hay tres meses de receso para descansar y planear todo, los jugadores cobran fortunas, los clubes tienen chequeras abundantes y pueden armar planteles numerosos, ¡que haya mucho futbol y varios campeones, así todos están felices!
Si el Chelsea se asegura la Premier League este año, sería fabuloso que el Tottenham o el Manchester City (dos que vienen escalando en firme) se alcen con la Copa Inglesa, cuyo prestigio es enorme en el país de Los Beatles. Se integrarían al grupo de los cuatro fuertes (Manchester United, Chelsea, Liverpool, Arsenal) y la temporada 2010-2011 resultaría sensacional. Inglaterra es la contratara del futbol alemán, que parece una vieja monarquía en la cual, salvo algún despiste inesperado, reina siempre el Bayern Munich. Pesadísimo.
Sin embargo, lo que es bueno en un continente puede no serlo en otro. Y además, no es obligatorio copiar todo lo europeo. No existe una fórmula única. Estados Unidos posee una estructura totalmente diferente de la europea; el
soccer se maneja con su propia visión, plena de peculiaridades, sin embargo es uno de los países con mayor evolución futbolística en los últimos 50 años.
El campeonato largo a dos ruedas no es aconsejable en América. En una disputa de 38 fechas, luego de 15 domingos ya están perfilados los 3 ó 4 que pelearán el título y los que buscarán esquivar la silla eléctrica. Queda un cúmulo de equipos que estará meses jugando por nada, flotando en la intrascendencia de la mitad de la tabla. Se pierde la motivación y se presta a suspicacias. Adicionalmente, lo más probable es que no vaya nadie a esos estadios, que los clubes dejen de pagar sueldos.
En el caso de Argentina, todos los juegos, desde la primera a la última fecha, revisten suma importancia. No hay partidos muertos. Siempre es imperioso ir al frente, sumar. Si no es para ser primero, será para una plaza copera, y si no para engordar el promedio del descenso y quedar a salvo.
Eso sin contar con que hay dos campeones, y por lo tanto dos hinchadas eufóricas. En un contexto tan exitista como el que vivimos, no es poco.
Además, está comprobado que las carreras cortas permiten la coronación de equipos chicos.
Está sucediendo en todos los países. Un envión ganador de diez o doce partidos les permite soñar en grande, como nunca lo hicieron. Y pone sabroso al torneo.
El factor sorpresa ha sido históricamente un aliado fantástico en la popularidad del futbol. No sería extraño que un día cercano Europa tuviera un campeón de invierno y otro de verano. México adoptó este sistema y nunca más lo abandonó. No pensemos que todo lo nuestro es malo.
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