[h=1] Petro-idiotizados. Por Denise Dresser[/h] El petróleo puede idiotizar a un país. Puede volverlo flojo, complaciente, clientelar, parasitario. Más interesado en vender barriles que en educar a su población. Más centrado en la extracción de recursos no-renovables, que en la inversión en talentos humanos. Más preocupado por distribuir la riqueza entre unos cuantos que por generarla para muchos. Como México ayer. Como México hoy. Víctima de la “Primera Ley de la Petropolítica”, descrita por el escritor Tom Friedman en un artículo de Foreign Policy: Mientras mayor sea el precio del petróleo, menor será el ímpetu reformista y el compromiso modernizador. México adicto a la venta del petróleo, equivocándose una y otra vez. Posponiendo decisiones difíciles, comprando tiempo, flotando en un mar viscoso cada vez menos profundo. Presa desde hace treinta años, de la maldición que entraña obtener ingresos con tan sólo perforar un pozo. Construyendo un país donde todo gira alrededor del oro negro, y quién lo controla; donde todo depende del precio del barril y quién se beneficia con su venta. Donde no importa cómo competir, sino cuánto extraer. Donde no importa cómo innovar, sino donde perforar. Donde no importa crear emprendedores, sino proteger depredadores.
El persistente saqueo gubernamental en defensa del “patrimonio nacional”. Con efectos perniciosos para la economía, para la política, para la democracia y su consolidación.
Porque cuando un Gobierno obtiene los recursos que necesita para sobrevivir vendiendo petróleo, no tiene que recaudar impuestos. Y un Gobierno que no recauda impuestos para pagarse a sí mismo - y a sus aliados -- no tiene que escuchar a su población. O representarla. O atender sus exigencias. Puede aliviar las tensiones sociales aventándoles dinero. Puede atenuar las exigencias, comprando a quienes las enarbolan. Puede posponer la solución de problemas, usando dinero discrecional que el petróleo provee. Puede evitar la rendición de cuentas, porque hay demasiados partidos satisfechos con sus prerrogativas, demasiados consumidores contentos con sus compras en Costco, demasiados mexicanos conformes con el Estado dadivoso como para exigir su transformación.
La riqueza petrolera lleva a la política como patronazgo. A la política vista como un intercambio de prebendas. A la política percibida, sólo como un ejercicio donde el Gobierno da y el ciudadano recibe. A la mano extendida y a la boca cerrada. A la democracia como un sistema de extracción sin representación. Y por ello, el Gobierno no se ve obligado a construir un sistema económico más justo, o un sistema político más representativo o un sistema educativo más funcional, que le permita a los mexicanos maximizar su habilidad para competir, innovar, prosperar. El petróleo no ha fomentado el desarrollo equilibrado; más bien lo ha pospuesto. El petróleo no ha facilitado el ascenso de los mexicanos; más bien ha contribuido a mantenerlos en el mismo lugar.
México se volvió rico y lleva tres décadas gastando su riqueza mal. De manera descuidada. De forma irresponsable. Ordeñando a la vaca sin alimentarla. Usando los ingresos de Pemex, para darle al Gobierno lo que no puede o quiere recaudar. Distribuyendo el excedente petrolero entre gobernadores, que se dedican a construir libramientos carreteros con su nombre. Financiando un sistema político de partidos multimillonarios y medios que los expolian. Dándole más dinero a Carlos Romero Deschamps, que a los agremiados en cuyo nombre dice actuar. Eso es lo que ha hecho el Gobierno, con los más de 100 mil millones de dólares anuales, que recibe gracias a la venta del petróleo. Así hemos desperdiciado el dinero y desaprovechado el tiempo.
En vez de apostarle a la población y educarla. En lugar de invertir en las universidades y actualizarlas. En vez de identificar a los jóvenes emprendedores e impulsarlos. En lugar de remodelar a las instituciones, para asegurar que la bonanza petrolera se gaste mejor y se vigile bien. En vez de crear condiciones legales, educativas, empresariales que permitan el capitalismo dinámico. El capitalismo innovador. El capitalismo que no depende de la complicidad, sino de la creatividad. El capitalismo que hoy no existe pero debería, para que México pueda ser mejor, más rápido, más inteligente que sus competidores. Para que se vea obligado a empoderar a sus habitantes. Para evolucionar de la dependencia idiotizante a la modernización acelerada. Lo que no tiene que hacer hoy porque el petróleo vale 60 dólares el barril.
Para transitar a ése otro tipo de país, va a hacer falta pensar de otra manera. Actuar de otro modo. Tratar a Pemex de forma diferente. Usar al petróleo, no para financiar el statu quo, sino para transformarlo. Usar el dinero que produce no para engordar a la burocracia política, sino para educar a los ciudadanos. Usar las rentas que genera, no para asegurar clientelas sino para entrenar ingenieros. Y eso no ocurrirá con tan sólo permitir la inversión privada en Pemex. O tan sólo bursatilizar a la empresa. O tan sólo defenestrar al sindicato. O tan sólo promover esquemas de co-inversión como los de Statoil o Petrobras. O tan sólo señalar el modelo “Mar de Norte”’ como ejemplo de competencia, cooperación y vigilancia pública. Propuestas necesarias pero insuficientes.
Hasta ahora la discusión se ha centrado en cómo mantener los ingresos de Pemex, no en cómo disminuir la dependencia gubernamental de ellos o cómo gastarlos mejor. El debate se ha focalizado en cómo extraer más petróleo, no en cómo utilizar de manera más productiva la riqueza que produce. El debate se ha vuelto técnico, cuando debería ser político. Cuando debería enfocarse no tanto en las formas de explotar un recurso patrimonial, sino en las formas de usarlo para el desarrollo. Cuando debería incluir una estrategia para invertir en la educación de los mexicanos, y no nada más en la remodelación de las refinerías. Porque cuando el petróleo se acabe, el impacto va a ser brutal. México va a descubrir que tiene poco que ofrecerle al mercado global más allá de sus migrantes.
A México le urge repensar el paradigma prevaleciente sobre el petróleo. Le urge redefinir cómo lo usa, para qué y en beneficio de quién. Para lograr modernizarse, diversificarse, independizarse. Para que los mexicanos puedan venderle al mundo muchos productos “Made in México”, y no principalmente uno que se succiona de la tierra. Para que el país pueda ganarse la vida gracias a su gente, y no dependiendo de su petróleo. Para que México se parezca menos a Rusia y más a Noruega. Para que sea un país menos idiotizado por su petróleo y más inteligente para explotarlo.