Pasaba la mayor parte de su tiempo en la biblioteca, hubiese dado lo fuera con tal de ser capaz de tomar un libro de aquellos, acercar la silla al escritorio, tomar asiento y leer por horas lo que en algún momento fueron sus obras favoritas. Sin embargo, cada vez que trataba de hacerlo, sentía una extraña y terrible sensación al ver que sus dedos atravesaban los libros, no era capaz de trasladar la silla y mucho menos de tomar asiento.
Recordaba poco o nada como eran los demás rincones de la casa, hacia treinta años que no salía de la biblioteca, se había recluido ahí, debido a un incidente que había mantenido con una pareja de jóvenes: Era una noche fría de invierno, cerca del año 1975, se encontraba divagando por la sala principal de la casa, cuando escucho un fuerte golpe que provenía de la puerta trasera, acompañado de unas silenciosas y curiosas risas. Atravesó las paredes lo más rápido que pudo, sin darle importancia a la sensación de frio que experimentaba cada vez que atravesaba algún material. Por fin, cuando hubo llegado donde se hallaban, pudo reconocer a dos siluetas desnudas que se revolcaban una sobre la otra, en lo que alguna vez fue su cama. El hombre que se encontraba arriba, fácilmente sobrepasaba los 35 años, mientras que la persona que se encontraba abajo, era tan solo una niña.
A pesar de haber perdido el sentido del bien o mal desde hacía mucho tiempo, quizás desde antes de morir, sintió un gran enojo al ver lo que estaba sucediendo, grito lo más fuerte que pudo y de su interior salió un alarido seco y tenebroso, que fue capaz de mover las telarañas que se habían acumulado en los rincones más altos de aquel lugar, por un momento se sintió vivo de nuevo y esto le causo cierta felicidad. Los jóvenes, salieron huyendo despavoridos, no fue sino hasta que llegaron a la siguiente cuadra, que se dieron cuenta de que aun estaban desnudos, pálidos como la nieve que les rodeaba y tiritando, no del frio que los envolvía, sino a consecuencia de presenciar aquel grito infernal.
Rápidamente, la noticia corrió por toda la ciudad, las personas habían dejado de acercarse a la casa, nadie se atrevía ahora a molestarlo, y eso le tranquilizaba.
Con el pasar de los años se sentía aun mas vacío, recorría los rincones de la biblioteca y trataba de perseguir recuerdos, algunos de ellos le avergonzaban. Trataba de entender los motivos que le ataban a aquel lugar, que era lo que había hecho para estar en esa situación, pero las imágenes siempre terminaban por desvanecerse. No lograba entender, estaba muerto y eso lo atormentaba.
La soledad ya no era algo agradable, sino algo insoportable de llevar. Extrañaba los tiempos en que por las tardes se acercaba a la vitrina principal y observaba por horas a los niños jugar en su patio, cuando alguno de ellos se lastimaba, sentía envidia de su cuerpo físico. Fue así como recordó una ocasión en que el hijo menor de Henry Harrison, pareció distinguirlo entre la vitrina y le ofreció una pequeña sonrisa. ¿Es eso posible?, se pregunto.
Había tomado una decisión, la única persona capaz de sacarlo de aquel sufrimiento era el pequeño Aarón Harrison. Solo necesitaba encontrar la manera de comunicarse con él. Fue así donde decidió volver a la biblioteca, comenzó a leer titulo tras titulo, con la esperanza de encontrar algún libro que contuviera el método para establecer una comunicación entre vivos y muertos. Su fría mirada se poso sobre el libro que tenía como título “Ritos, conjuros y alquimia” ¡Era el indicado! Trato de tomarlo con su mano derecha, pero sus dedos nuevamente atravesaron la fría cubierta. Recordó entonces que no era más que un fantasma, se sintió lleno de ira y odio como nunca antes lo había estado y descargo su furia en un grito que hizo estremecerse toda la habitación. Rendido ante aquella derrota, volvió a dirigir su fría mirada hacia sus vagos recuerdos.
La noche era clara, la Luna estaba llena y él entendió. Primero escuchó un gran grito ahogado y lastimero. Lo sintió más que escucharlo. Y se dirigió hacia la puerta que lo conducía a la salida de su casa, miro hacia la casa de donde provenía, sabía que no debía ir ahí, sus padres se lo habían prohibido, sus amigos contaban historias terribles sobre aquella casa. Se acercó. Supo, sin saber cómo, lo que ocurriría. Decidió entonces cruzar la calle, el jardín y llego hasta la entrada de aquella casa maldita. Se acerco mas, intentó abrir la puerta, pero esta ya estaba abierta. Ingreso a la casa, trastabillo entre la suciedad y los objetos que estaban regados por doquier, su mirada se poso directamente sobre la escalera que llevaba a la planta superior, paso por paso fue subiendo las gradas, hasta que al fin llego a la habitación más oscura que jamás había visto. Al entrar a la biblioteca el pequeño Aarón no se sintió dueño de sí, una sombra oscura lo miraba desde la esquina derecha, el anciano rostro se volvió hacia él y le susurro:
-Ayúdame, el libro contiene el método.
-Solo quiero irme a mi casa, déjame ir. Dijo arrepentido el pequeño Aarón.
-Haz lo que debes hacer. Respondió el anciano rostro.
Aarón tomo el libro en sus manos, instintivamente tomo una página y comenzó a leer su contenido. Al terminar, se dirigió sollozando a la vitrina de la biblioteca, abrió los ventanales lo suficiente y fue el instante en el que sus pies se despegaron de la baranda y empezó su caída.
El fantasma lo siguió hacia abajo. Fue un instinto, no lo pensó, solo quiso acompañarlo en aquel viaje que alguna vez él mismo había hecho, ahora lo recordaba. Cayeron como si ambos tuvieran cuerpo. El sintió el impacto como hacía mucho no sentía nada. La sacudió como una inmensa descarga eléctrica, dolorosa y deliciosa, agonizante y placentera.
Y de pronto la luz, un resplandor cegador que llenaba todo y a la vez lo vaciaba todo, una fuerza magnética incontrolable que lo atraía como en un remolino, y luego una sucesión de imágenes, hombres que partieron y luego murieron, amigos y seres queridos que ya no estaban.
Cerró el puño con fuerza. Sintió una mano y se aferró a ella. Y luego el grito. Fuerte y visceral. De pronto pudo distinguir una figura a su lado, alguien lloraba de felicidad, alguien lo esperaba, trato de mirar a su alrededor pero la luz era muy fuerte para sus pequeños ojos. Y el llanto, mucho llanto, lloraba con toda su alma sin saber por qué.
-Es un niño, ha nacido un varón, felicidades señora Becker-. Exclamo el médico.