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Wilas

Microrrelatos foreros

#1 en FACTURA ELECTRÓNICA
Y que tal si propone una frase extra, así quien quiera usar la primera la usa y si no usa la segunda que debiera ser mas simple.
 
Si quieren cambiar la frase o proponer otra eso es decisión de la mayoría, pero es un reto interesante, véanlo así.

No necesariamente tiene que ser un relato apegado a la historia mundial de la época, puede ser algo totalmente de otro género pero en ese ambiente. Además se sabe que aquí no existen los errores, no hay calificaciones ni puntajes, es sólo dejar que nuestra creatividad aflore.

Como ya dije, lo que decida la mayoría.
 
Era un hermoso día de verano del año 1914, en ese entonces la luz del sol no era la misma para todos.
Estaba cansado de disparar así que esta sería la última vez que utilizaría un arma.
La tomó y apuntó. Accionó el gatillo.
La persona que estaba al otro lado del arma cayó tendida en el suelo.
Apuntó con su arma a su propia cabeza y volvió a accionar el gatillo.
Su cuerpo cayó tendido en el suelo.
El arma estaba vacía.
La mente los había engañado, la mente los había matado en medio de un hermoso día de verano.
 
Era un hermoso día de verano del año 1914, en ese entonces la luz del sol no era la misma para todos.
Estaba cansado de disparar así que esta sería la última vez que utilizaría un arma.
La tomó y apuntó. Accionó el gatillo.
La persona que estaba al otro lado del arma cayó tendida en el suelo.
Apuntó con su arma a su propia cabeza y volvió a accionar el gatillo.
Su cuerpo cayó tendido en el suelo.
El arma estaba vacía.
La mente los había engañado, la mente los había matado en medio de un hermoso día de verano.
Ohhh me gustó. Belicamente divertido.
 
Era un hermoso día de verano del año 1914, en ese entonces la luz del sol no era la misma para todos.
Estaba cansado de disparar así que esta sería la última vez que utilizaría un arma.
La tomó y apuntó. Accionó el gatillo.
La persona que estaba al otro lado del arma cayó tendida en el suelo.
Apuntó con su arma a su propia cabeza y volvió a accionar el gatillo.
Su cuerpo cayó tendido en el suelo.
El arma estaba vacía.
La mente los había engañado, la mente los había matado en medio de un hermoso día de verano.



Qué bueno, un escritor nuevo! Muchas gracias por el aporte!
 
Era un hermoso día de verano del año 1914, en ese entonces el mundo tenía otro color, como un tono sepia gastado por el embate de los años. O al menos así lo recuerdo, mi memoria a veces falla, como la de todo viejo que añora otras épocas, acumulando recuerdos de vidas pasadas que esta piel ha superado no sin quedar marcada por la dura gubia del dolor, imbatible, incesante, inmisericorde.

Julia… me parecía un bello nombre, muy acorde para la época, incluso si se prestaba atención se podía escuchar a las aves mencionarlo entre sus cantos, se podía ver su rostro dibujado en las escasas nubes que manchaban el cielo de un blanco tan puro como el corazón de mi Julia. Era apenas un muchacho, un niño si se quiere, y sin siquiera haberme percatado todavía la responsabilidad me golpeaba en la cara, con el suave tacto de una sonrisa que sería mía el resto de la vida.

Esa mañana, mientras los ojos del mundo se ceñían en un muerto, yo estaba más vivo que nunca, con su pequeña mano rodeando mi pulgar, atada a las fibras más profundas que sostenían mi ser, enganchada de lo que en ese momento entendía como alma, encadenada sin remedio al latido de ese corazón joven y fuerte deseoso de vivir. Ella era mi Julia, a pesar de que los años han sido ingratos con mi mente aún guardo el recuerdo de su risa, de su olor, de su mirada.

Yo era un muchacho simple, siempre supe lo que tenía que hacer y lo hacía, sin cuestionar, sin dudar. Tal vez por eso nunca entendí por qué la bala que descarnó la vida de un hombre desconocido para mí cambió completamente el panorama, aquel color sepia había dejado de existir, todo en ese entonces se teñía de un carmesí tan fuerte que saturaba mis sentidos pero tuve que dejarla, mi patria me llamaba y yo debía responder. Fue así como entonces abatido me alejé para no volver a ver nunca más a mi Julia, aquella única bala que detonó en el bello día de verano del año 1914 me la arrebató para siempre.
 
Era un hermoso día de verano del año 1914, en ese entonces estaban de moda los zapatos de mujer, con un pequeño tacón cuadrado, como secretaria de una de las pocas fábricas de la zona, debía lucir bien, pero nuestros ingresos no daban para mucho, era una mala época en la economía del mundo, mi marido Jack, era de los pocos hombres en edad productiva que no fue enlistado, debido a un casual accidente que dio como resultado una fractura en su pierna, que nunca sanó, en un guapo y varonil hombre de 25 años, eso era todo una pérdida.

¡Cuánto amaba a mi adorado Jack!, cuando sonreía se le veía un hoyito en su mejilla izquierda, cómo sufría mi querido amor, cuando tenía que quedarse en casa descansando, por su dolencia, mientras yo iba a trabajar, yo venía de una familia acomodada, mi padre nos envió a mis hermanas y a mí a un colegio de mujeres, por lo que en esa época, era muy preparada, sabía taquigrafía, escribía a máquina, y transcribiendo las notas de mis jefes era lo máximo. Mi padre nunca entendió mi amor por Jack, decía que era un vago, un bueno para nada, que no me amaba, que era interés, por lo que me desheredó, pero eso no me importó, la primera vez que vi a Jack, supe que era el amor de mi vida.

Todos los días salía de mi casa a la misma hora, a las 6:45 a.m., y volvía hasta el mediodía, a preparar el almuerzo para Jack y para mí, y volver al trabajo, de dónde salía nuevamente hasta las 5:00 p.m., era una rutina muy cansada, pero siempre volvía a los brazos cariñosos de Jack, quien a pesar de su difícil condición, siempre tenía una sonrisa para mí.

Nuestra casa quedaba, casi al lado de una fábrica de productos de cuero, el olor era difícil de tolerar a veces, para mí lo era siempre, es que mi sentido del olfato era privilegiado, detectaba cualquier perfume, fragancia, acentuado casi al doble que las demás personas, por eso para mí era importante oler bien, pero para la mayoría, ningún olor era perceptible en mi casa, debido al que desprendía la fábrica de cuero. Sólo teníamos una casa vecina, la de Sofía, mi buena amiga Sofía, pobrecita mi amiga, estaba criando sola de su hijito Lorenzo de 10 años, ya que su marido estaba preparándose con el ejército. La navidad pasada renuncié a mi loción favorita y le regañé a mi querida amiga, un frasco de perfume de gardenias, se puso tan contenta, era todo un lujo, y me sentí feliz de dárselo, tenía tan poco mi querida Sofía.

El resto de las viviendas estaban a unos cuatro bloques, yo debía pasar saliendo de mi trabajo por un trayecto dónde nadie se daba cuenta cuándo iba o venía, por suerte era tan seguro caminar por ahí, tanto de día como de noche. Igual, lo que quedaba en mi ciudad era gente mayor, mujeres y niños.

Ese día salí a la hora de costumbre, luciendo mi sombrero y botines favoritos, cuando llegué a la oficina saludé a todos, preparé el café, y me encerré en mi pequeña esquina, con mi máquina de escribir y mis notas. Como a las ocho, dí un pequeño respingo
¡oh no!, me dije
-creo que dejé el gas de la cocina abierta-, pensé que por suerte mi querido Jack sólo fuma después de que hacemos dulcemente el amor, pero debo volver, y revisar.
Salí por detrás de la fábrica, así todos pensarían que estaba en el “retrete” en caso de que me buscaran, pero nadie se fijaba mucho en mí, a veces me sentía invisible, una vez me di una pequeña siesta después de almorzar, y nadie nunca lo notó. Fui por el camino de siempre sin ver a nadie, sin que nadie me viera tampoco, entré por detrás de casa, para llegar directamente a la cocina, ufff gracias a Dios regresé, porqué la perilla no estaba cerrada, ese olor a gas, era para mí asfixiante, inmediatamente cerré la perilla… pero entonces...ese olor…ese perfume de gardenias…me acerqué suavemente a mi recámara, mi corazón se detuvo, mi mente entre nieblas…la puerta estaba semi-cerrada, podía ver perfectamente la silueta de un hombre, y la de una mujer, entrelazadas …ese olor, ¡Dios! Realmente sentí dónde se rompió algo en mí, esa criatura salvaje que estaba retozando con Sofía, no podía ser mi adorado Jack, …él era tan tierno, tan dulce…y entonces lo escuché gimiendo…un nombre… ¡Sofía, cuánto te amo!, repetía…y fue la primera vez que lo escuché decir esas palabras, nunca en nuestros cinco años de matrimonio, nunca me dijo “te amo”….nunca…

Salí despacio, no se dieron cuenta de mi presencia, pasé por la cocina y giré la perilla de la cocina…y cerré bien… ¡oh! mi adorado Jack, ¡mi querido!, que siempre enciende un cigarro después de hacer el amor…
 
Era un hermoso día de verano del año 1914, en ese entonces el mundo tenía otro color, como un tono sepia gastado por el embate de los años. O al menos así lo recuerdo, mi memoria a veces falla, como la de todo viejo que añora otras épocas, acumulando recuerdos de vidas pasadas que esta piel ha superado no sin quedar marcada por la dura gubia del dolor, imbatible, incesante, inmisericorde.

Julia… me parecía un bello nombre, muy acorde para la época, incluso si se prestaba atención se podía escuchar a las aves mencionarlo entre sus cantos, se podía ver su rostro dibujado en las escasas nubes que manchaban el cielo de un blanco tan puro como el corazón de mi Julia. Era apenas un muchacho, un niño si se quiere, y sin siquiera haberme percatado todavía la responsabilidad me golpeaba en la cara, con el suave tacto de una sonrisa que sería mía el resto de la vida.

Esa mañana, mientras los ojos del mundo se ceñían en un muerto, yo estaba más vivo que nunca, con su pequeña mano rodeando mi pulgar, atada a las fibras más profundas que sostenían mi ser, enganchada de lo que en ese momento entendía como alma, encadenada sin remedio al latido de ese corazón joven y fuerte deseoso de vivir. Ella era mi Julia, a pesar de que los años han sido ingratos con mi mente aún guardo el recuerdo de su risa, de su olor, de su mirada.

Yo era un muchacho simple, siempre supe lo que tenía que hacer y lo hacía, sin cuestionar, sin dudar. Tal vez por eso nunca entendí por qué la bala que descarnó la vida de un hombre desconocido para mí cambió completamente el panorama, aquel color sepia había dejado de existir, todo en ese entonces se teñía de un carmesí tan fuerte que saturaba mis sentidos pero tuve que dejarla, mi patria me llamaba y yo debía responder. Fue así como entonces abatido me alejé para no volver a ver nunca más a mi Julia, aquella única bala que detonó en el bello día de verano del año 1914 me la arrebató para siempre.


:emot78:
 
Era un hermoso día de verano del año 1914, en ese entonces estaban de moda los zapatos de mujer, con un pequeño tacón cuadrado, como secretaria de una de las pocas fábricas de la zona, debía lucir bien, pero nuestros ingresos no daban para mucho, era una mala época en la economía del mundo, mi marido Jack, era de los pocos hombres en edad productiva que no fue enlistado, debido a un casual accidente que dio como resultado una fractura en su pierna, que nunca sanó, en un guapo y varonil hombre de 25 años, eso era todo una pérdida.

¡Cuánto amaba a mi adorado Jack!, cuando sonreía se le veía un hoyito en su mejilla izquierda, cómo sufría mi querido amor, cuando tenía que quedarse en casa descansando, por su dolencia, mientras yo iba a trabajar, yo venía de una familia acomodada, mi padre nos envió a mis hermanas y a mí a un colegio de mujeres, por lo que en esa época, era muy preparada, sabía taquigrafía, escribía a máquina, y transcribiendo las notas de mis jefes era lo máximo. Mi padre nunca entendió mi amor por Jack, decía que era un vago, un bueno para nada, que no me amaba, que era interés, por lo que me desheredó, pero eso no me importó, la primera vez que vi a Jack, supe que era el amor de mi vida.

Todos los días salía de mi casa a la misma hora, a las 6:45 a.m., y volvía hasta el mediodía, a preparar el almuerzo para Jack y para mí, y volver al trabajo, de dónde salía nuevamente hasta las 5:00 p.m., era una rutina muy cansada, pero siempre volvía a los brazos cariñosos de Jack, quien a pesar de su difícil condición, siempre tenía una sonrisa para mí.

Nuestra casa quedaba, casi al lado de una fábrica de productos de cuero, el olor era difícil de tolerar a veces, para mí lo era siempre, es que mi sentido del olfato era privilegiado, detectaba cualquier perfume, fragancia, acentuado casi al doble que las demás personas, por eso para mí era importante oler bien, pero para la mayoría, ningún olor era perceptible en mi casa, debido al que desprendía la fábrica de cuero. Sólo teníamos una casa vecina, la de Sofía, mi buena amiga Sofía, pobrecita mi amiga, estaba criando sola de su hijito Lorenzo de 10 años, ya que su marido estaba preparándose con el ejército. La navidad pasada renuncié a mi loción favorita y le regañé a mi querida amiga, un frasco de perfume de gardenias, se puso tan contenta, era todo un lujo, y me sentí feliz de dárselo, tenía tan poco mi querida Sofía.

El resto de las viviendas estaban a unos cuatro bloques, yo debía pasar saliendo de mi trabajo por un trayecto dónde nadie se daba cuenta cuándo iba o venía, por suerte era tan seguro caminar por ahí, tanto de día como de noche. Igual, lo que quedaba en mi ciudad era gente mayor, mujeres y niños.

Ese día salí a la hora de costumbre, luciendo mi sombrero y botines favoritos, cuando llegué a la oficina saludé a todos, preparé el café, y me encerré en mi pequeña esquina, con mi máquina de escribir y mis notas. Como a las ocho, dí un pequeño respingo
¡oh no!, me dije
-creo que dejé el gas de la cocina abierta-, pensé que por suerte mi querido Jack sólo fuma después de que hacemos dulcemente el amor, pero debo volver, y revisar.
Salí por detrás de la fábrica, así todos pensarían que estaba en el “retrete” en caso de que me buscaran, pero nadie se fijaba mucho en mí, a veces me sentía invisible, una vez me di una pequeña siesta después de almorzar, y nadie nunca lo notó. Fui por el camino de siempre sin ver a nadie, sin que nadie me viera tampoco, entré por detrás de casa, para llegar directamente a la cocina, ufff gracias a Dios regresé, porqué la perilla no estaba cerrada, ese olor a gas, era para mí asfixiante, inmediatamente cerré la perilla… pero entonces...ese olor…ese perfume de gardenias…me acerqué suavemente a mi recámara, mi corazón se detuvo, mi mente entre nieblas…la puerta estaba semi-cerrada, podía ver perfectamente la silueta de un hombre, y la de una mujer, entrelazadas …ese olor, ¡Dios! Realmente sentí dónde se rompió algo en mí, esa criatura salvaje que estaba retozando con Sofía, no podía ser mi adorado Jack, …él era tan tierno, tan dulce…y entonces lo escuché gimiendo…un nombre… ¡Sofía, cuánto te amo!, repetía…y fue la primera vez que lo escuché decir esas palabras, nunca en nuestros cinco años de matrimonio, nunca me dijo “te amo”….nunca…

Salí despacio, no se dieron cuenta de mi presencia, pasé por la cocina y giré la perilla de la cocina…y cerré bien… ¡oh! mi adorado Jack, ¡mi querido!, que siempre enciende un cigarro después de hacer el amor…


Qué bueno!
 
Era un hermoso día de verano del año 1914, en la ciudad de Breslavia. La tranquilidad del cielo, contrastaba fuertemente con la preocupación de los ciudadanos, quienes iban y venían de un lugar a otro tratando de conseguir más información sobre la noticia que se había desarrollado el día anterior; El Imperio Alemán declara la guerra a Rusia y Francia.


El hogar de los Richthoffen, se encontraba invadido por sentimientos de tristeza y desolación, la declaración de la guerra los afectaba directamente, su hijo mayor Manfred, formaba parte de la caballería Alemana y sería tan solo cuestión de días para que fuese llamado al frente de batalla, donde lucharía contra el vasto Imperio Ruso.


Con tan solo 19 años Manfred, gozaba del respeto y admiración de toda Breslavia, había logrado a su corta edad convertirse en teniente del primer regimiento y destacaba entre los demás por su determinación, esfuerzo y gallardía. Sin dejar de lado su gran don de generosidad, siempre dispuesto a prestar su ayuda a quien lo necesitase, había sido parte primordial en el re ordenamiento del pueblo, en la disposición de propiedades y en la construcción de la nueva iglesia.

El único motivo por el cual era razón de burla entre algunos jóvenes de su edad, era su gran afición por las aves, en especial de aquellas cuyo plumaje era de color rojo vivo e intenso, muchas veces llego a llamarlas aves de sangre. No era de extrañar verlo pasar día tras día cazando grillos y pequeños insectos con que alimentarlas, tampoco era extraño verlo tratar de imitar el trinar de su ave favorita, incluso en más de una ocasión se le vio correr imitando el aleteo y piruetas que están hacían al volar.


Una vez que la declaratoria de guerra fue firmada, Manfred se dirigió al telégrafo de la ciudad, desde donde se comunico con su coronel en jefe y le expreso su máximo compromiso en formar parte de tan emblemática empresa, luchar por su país, la gran Alemania.

Dos días después, mil doscientos hombres abandonaban los muros de Breslavia, marchaban el uno junto al otro al ritmo que marcaba un pequeño tambor. La familia Richthoffen, se había dirigido al atrio principal del templo, desde donde trataban de divisar a su querido Manfred. Fue Ana, su madre, quien logro distinguir entre la multitud al joven que cargaba en su mano una pequeña jaula y dentro de ella, el cardenal rojo que le había obsequiado.


Por fin, tras extenuantes semanas de marchas forzadas, el regimiento proveniente de Breslavia llego a su ubicación asignada, todos los hombres desempacaron sus pertenencias y procedieron a dormir la fiesta, excepto uno. Manfred, había sido interceptado en la entrada de la barraca por un mensajero y fue dirigido directamente al cuartel de Vitor Belfort, coronel a cargo.

Al ingresar al cuartel, Manfred, inmediatamente sintió una mirada fría que le atravesaba el pecho, volvió su vista hacia de donde provenía y lo encontró, de pie junto a la mesa de estrategia se encontraba Belfort, un hombre que se asemejaba mas a un buey, superaba fácilmente los dos metros de estatura, robusto y de cara maldita, capaz de asustar hasta al hombre mas valiente. Se acerco unos pasos y le dijo:

-¡Nuestros genios, malditos sean! Nos han enviado información clasificada alertándonos de una nueva arma, que podría inclinar la guerra a nuestro favor -

-¿De qué se trata ahora, señor?-

-Han ideado la manera de convertir nuestros frágiles aeroplanos en verdaderos tanques de guerra, capaces de destrozar el cráneo de un soldado desde los 4000 pies de altura-

-Desde 4000 pies de altura, es que terminaran cayendo esos pobres bastardos, señor-

-También caerás del cielo, has sido reclutado a formar parte de la fuerza aérea-

Esta noticia no desagrado del todo a Manfred, sabía que la caballería, una institución noble pero sin futuro: los caballos y sus jinetes eran presa fácil de las ametralladoras, estaba por llegar a su fin.

-Nunca he estado a mas de 10 metros sobre la tierra y fue en la cúpula de una iglesia, señor-

-¿Es acaso eso importante? Recibirás el entrenamiento apropiado-

-Ordenes son ordenes, señor, no estoy acá más que para servir-

-Puedes marcharte-

-Una última pregunta, señor ¿Puedo escoger el color de mi aeroplano?-

-¿Es acaso eso importante?-

Lo es para mí. Que sea de color rojo, rojo vivo, rojo sangre-

-Como sea, se te asignara un Albatros D.V, color rojo- Márchate ahora, estúpido Barón Rojo.

Manfred, vio en la aviación lo que siempre había buscado, un espacio para los ideales aristocráticos como el honor y la caballerosidad, que le habían sido inculcados por su padre, un mundo en el que los héroes mueren jóvenes y son llamados por los dioses al Val-halla.
 
Era un hermoso día de verano del año 1914, en la ciudad de Breslavia. La tranquilidad del cielo, contrastaba fuertemente con la preocupación de los ciudadanos, quienes iban y venían de un lugar a otro tratando de conseguir más información sobre la noticia que se había desarrollado el día anterior; El Imperio Alemán declara la guerra a Rusia y Francia.


El hogar de los Richthoffen, se encontraba invadido por sentimientos de tristeza y desolación, la declaración de la guerra los afectaba directamente, su hijo mayor Manfred, formaba parte de la caballería Alemana y sería tan solo cuestión de días para que fuese llamado al frente de batalla, donde lucharía contra el vasto Imperio Ruso.


Con tan solo 19 años Manfred, gozaba del respeto y admiración de toda Breslavia, había logrado a su corta edad convertirse en teniente del primer regimiento y destacaba entre los demás por su determinación, esfuerzo y gallardía. Sin dejar de lado su gran don de generosidad, siempre dispuesto a prestar su ayuda a quien lo necesitase, había sido parte primordial en el re ordenamiento del pueblo, en la disposición de propiedades y en la construcción de la nueva iglesia.

El único motivo por el cual era razón de burla entre algunos jóvenes de su edad, era su gran afición por las aves, en especial de aquellas cuyo plumaje era de color rojo vivo e intenso, muchas veces llego a llamarlas aves de sangre. No era de extrañar verlo pasar día tras día cazando grillos y pequeños insectos con que alimentarlas, tampoco era extraño verlo tratar de imitar el trinar de su ave favorita, incluso en más de una ocasión se le vio correr imitando el aleteo y piruetas que están hacían al volar.


Una vez que la declaratoria de guerra fue firmada, Manfred se dirigió al telégrafo de la ciudad, desde donde se comunico con su coronel en jefe y le expreso su máximo compromiso en formar parte de tan emblemática empresa, luchar por su país, la gran Alemania.

Dos días después, mil doscientos hombres abandonaban los muros de Breslavia, marchaban el uno junto al otro al ritmo que marcaba un pequeño tambor. La familia Richthoffen, se había dirigido al atrio principal del templo, desde donde trataban de divisar a su querido Manfred. Fue Ana, su madre, quien logro distinguir entre la multitud al joven que cargaba en su mano una pequeña jaula y dentro de ella, el cardenal rojo que le había obsequiado.


Por fin, tras extenuantes semanas de marchas forzadas, el regimiento proveniente de Breslavia llego a su ubicación asignada, todos los hombres desempacaron sus pertenencias y procedieron a dormir la fiesta, excepto uno. Manfred, había sido interceptado en la entrada de la barraca por un mensajero y fue dirigido directamente al cuartel de Vitor Belfort, coronel a cargo.

Al ingresar al cuartel, Manfred, inmediatamente sintió una mirada fría que le atravesaba el pecho, volvió su vista hacia de donde provenía y lo encontró, de pie junto a la mesa de estrategia se encontraba Belfort, un hombre que se asemejaba mas a un buey, superaba fácilmente los dos metros de estatura, robusto y de cara maldita, capaz de asustar hasta al hombre mas valiente. Se acerco unos pasos y le dijo:

-¡Nuestros genios, malditos sean! Nos han enviado información clasificada alertándonos de una nueva arma, que podría inclinar la guerra a nuestro favor -

-¿De qué se trata ahora, señor?-

-Han ideado la manera de convertir nuestros frágiles aeroplanos en verdaderos tanques de guerra, capaces de destrozar el cráneo de un soldado desde los 4000 pies de altura-

-Desde 4000 pies de altura, es que terminaran cayendo esos pobres bastardos, señor-

-También caerás del cielo, has sido reclutado a formar parte de la fuerza aérea-

Esta noticia no desagrado del todo a Manfred, sabía que la caballería, una institución noble pero sin futuro: los caballos y sus jinetes eran presa fácil de las ametralladoras, estaba por llegar a su fin.

-Nunca he estado a mas de 10 metros sobre la tierra y fue en la cúpula de una iglesia, señor-

-¿Es acaso eso importante? Recibirás el entrenamiento apropiado-

-Ordenes son ordenes, señor, no estoy acá más que para servir-

-Puedes marcharte-

-Una última pregunta, señor ¿Puedo escoger el color de mi aeroplano?-

-¿Es acaso eso importante?-

Lo es para mí. Que sea de color rojo, rojo vivo, rojo sangre-

-Como sea, se te asignara un Albatros D.V, color rojo- Márchate ahora, estúpido Barón Rojo.

Manfred, vio en la aviación lo que siempre había buscado, un espacio para los ideales aristocráticos como el honor y la caballerosidad, que le habían sido inculcados por su padre, un mundo en el que los héroes mueren jóvenes y son llamados por los dioses al Val-halla.


Jueeee...muy bueno, me gustó mucho.

PT: "like"
 
Era un hermoso día de verano del año 1914, en ese entonces estaban de moda los zapatos de mujer, con un pequeño tacón cuadrado, como secretaria de una de las pocas fábricas de la zona, debía lucir bien, pero nuestros ingresos no daban para mucho, era una mala época en la economía del mundo, mi marido Jack, era de los pocos hombres en edad productiva que no fue enlistado, debido a un casual accidente que dio como resultado una fractura en su pierna, que nunca sanó, en un guapo y varonil hombre de 25 años, eso era todo una pérdida.

¡Cuánto amaba a mi adorado Jack!, cuando sonreía se le veía un hoyito en su mejilla izquierda, cómo sufría mi querido amor, cuando tenía que quedarse en casa descansando, por su dolencia, mientras yo iba a trabajar, yo venía de una familia acomodada, mi padre nos envió a mis hermanas y a mí a un colegio de mujeres, por lo que en esa época, era muy preparada, sabía taquigrafía, escribía a máquina, y transcribiendo las notas de mis jefes era lo máximo. Mi padre nunca entendió mi amor por Jack, decía que era un vago, un bueno para nada, que no me amaba, que era interés, por lo que me desheredó, pero eso no me importó, la primera vez que vi a Jack, supe que era el amor de mi vida.

Todos los días salía de mi casa a la misma hora, a las 6:45 a.m., y volvía hasta el mediodía, a preparar el almuerzo para Jack y para mí, y volver al trabajo, de dónde salía nuevamente hasta las 5:00 p.m., era una rutina muy cansada, pero siempre volvía a los brazos cariñosos de Jack, quien a pesar de su difícil condición, siempre tenía una sonrisa para mí.

Nuestra casa quedaba, casi al lado de una fábrica de productos de cuero, el olor era difícil de tolerar a veces, para mí lo era siempre, es que mi sentido del olfato era privilegiado, detectaba cualquier perfume, fragancia, acentuado casi al doble que las demás personas, por eso para mí era importante oler bien, pero para la mayoría, ningún olor era perceptible en mi casa, debido al que desprendía la fábrica de cuero. Sólo teníamos una casa vecina, la de Sofía, mi buena amiga Sofía, pobrecita mi amiga, estaba criando sola de su hijito Lorenzo de 10 años, ya que su marido estaba preparándose con el ejército. La navidad pasada renuncié a mi loción favorita y le regañé a mi querida amiga, un frasco de perfume de gardenias, se puso tan contenta, era todo un lujo, y me sentí feliz de dárselo, tenía tan poco mi querida Sofía.

El resto de las viviendas estaban a unos cuatro bloques, yo debía pasar saliendo de mi trabajo por un trayecto dónde nadie se daba cuenta cuándo iba o venía, por suerte era tan seguro caminar por ahí, tanto de día como de noche. Igual, lo que quedaba en mi ciudad era gente mayor, mujeres y niños.

Ese día salí a la hora de costumbre, luciendo mi sombrero y botines favoritos, cuando llegué a la oficina saludé a todos, preparé el café, y me encerré en mi pequeña esquina, con mi máquina de escribir y mis notas. Como a las ocho, dí un pequeño respingo
¡oh no!, me dije
-creo que dejé el gas de la cocina abierta-, pensé que por suerte mi querido Jack sólo fuma después de que hacemos dulcemente el amor, pero debo volver, y revisar.
Salí por detrás de la fábrica, así todos pensarían que estaba en el “retrete” en caso de que me buscaran, pero nadie se fijaba mucho en mí, a veces me sentía invisible, una vez me di una pequeña siesta después de almorzar, y nadie nunca lo notó. Fui por el camino de siempre sin ver a nadie, sin que nadie me viera tampoco, entré por detrás de casa, para llegar directamente a la cocina, ufff gracias a Dios regresé, porqué la perilla no estaba cerrada, ese olor a gas, era para mí asfixiante, inmediatamente cerré la perilla… pero entonces...ese olor…ese perfume de gardenias…me acerqué suavemente a mi recámara, mi corazón se detuvo, mi mente entre nieblas…la puerta estaba semi-cerrada, podía ver perfectamente la silueta de un hombre, y la de una mujer, entrelazadas …ese olor, ¡Dios! Realmente sentí dónde se rompió algo en mí, esa criatura salvaje que estaba retozando con Sofía, no podía ser mi adorado Jack, …él era tan tierno, tan dulce…y entonces lo escuché gimiendo…un nombre… ¡Sofía, cuánto te amo!, repetía…y fue la primera vez que lo escuché decir esas palabras, nunca en nuestros cinco años de matrimonio, nunca me dijo “te amo”….nunca…

Salí despacio, no se dieron cuenta de mi presencia, pasé por la cocina y giré la perilla de la cocina…y cerré bien… ¡oh! mi adorado Jack, ¡mi querido!, que siempre enciende un cigarro después de hacer el amor…
Buenísimo!!!! Jamás me espere ese final! :eso:
 
Muy buenos todos! Sigan escribiendo, yo disfruto mucho leerlos. Por ahora dejé de escribir, pero en los próximos días sacaré un chance para hacerlo.
 

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